Vicente Valero. Foto: E.B.C.

Poeta antes que narrador, o poeta y narrador al mismo tiempo, Vicente Valero dice haber cerrado una etapa (que ha sido larga y provechosa) con aquella Canción del distraído en la que reunió gran parte de su producción poética. Ahora publica su tercer libro de narrativa, Las transiciones, e indaga en el niño que fue en los setenta, cuando lo viejo había muerto ya, pero lo nuevo no terminaba de nacer.

En 2014, Vicente Valero (Ibiza, 1963), uno de los más reconocidos poetas de su generación, sorprendió con una primera novela, Los extraños, sobre cuatro parientes lejanos que desaparecieron de su isla un día, y cuya peripecia, borrosa, reconstruía el escritor a partir de muy escasos testimonios. La crítica lo recibió con entusiasmo. Un año después, en 2015, Valero recopilaba gran parte de su poesía hasta la fecha, al tiempo que publicaba otro libro en prosa, El arte de la fuga, esta vez formado por tres relatos extensos, casi novelas cortas, que protagonizaban Pessoa, Hölderlin y San Juan de la Cruz, y que cosechó también unánimes aplausos.



Aun hoy, y con su tercer libro de narrativa (Las transiciones, Periférica) recién llegado a las librerías, Valero no se atreve a despedirse del todo del poeta que fue, o que aún es, si bien da a entender que la poesía ha quedado apartada de momento. "Cuando armé Canción del distraído [una suerte de obra completa, aunque él prefiere llamarlo "antología completa y bastante peculiar"] se me hizo evidente que aquello era el final de algo, no sé si de una etapa o de toda mi obra poética. No estoy seguro. Nunca puedes saber si has acabado con la poesía o es la poesía la que ha acabado contigo", confiesa a El Cultural.



Cuando armé la antología completa de poesía, supe que aquello era el final de algo"

Aunque no es una continuación de Los extraños, dice Valero, Las transiciones pone el foco en aquel niño q ue iba recogiendo las historias de sus familiares desaparecidos."En los dos libros hay una búsqueda de aquel niño que fui, de mi niñez, de mi infancia bastante singular por haber transcurrido en una pequeña isla del Mediterráneo".



Pregunta.- ¿Va teniendo ya conciencia de estar escribiendo una obra narrativa con rasgos comunes, un todo coherente con ciertos temas u obsesiones?

Respuesta.- Es posible, pero no es algo que piense solo con mi narrativa. Yo veo mi obra de ficción como una extensión de mi mundo poético, no concretamente de mi poesía o de su lenguaje, que es algo muy diferente, sino de mi mundo poético. No veo que haya una frontera clara. Creo que esto se debe a que lo que cuento en mis narraciones no lo puedo contar en mi poesía, o a que es mejor, en fin, que la poesía no lo cuente.



P.- ¿Le ayudó la poesía a encontrar su voz como narrador?

R.- Más que a encontrar mi voz, me ayudó, por ejemplo, a ejercitar algo tan importante como la capacidad de síntesis. Esto es muy útil para la prosa. Pero lo que noto sobre todo es que la narración me ayuda a despoetizar mi memoria. Yo hablo en mis relatos de un mundo, el mundo de mi infancia, que transcurre en una isla; esto no podría hacerlo en poesía, porque casi inevitablemente acabaría haciendo una elegía; sin embargo, en mis narraciones no hay nostalgia, no hay melancolía, casi no hay sentimentalismo.



La historia, paisaje de fondo

P.- Revisando lo que ha dicho la crítica de sus anteriores relatos de ficción, he visto que aparece con frecuencia la palabra "crónica". ¿Está de acuerdo con esa etiqueta? ¿Tienen sus libros algo de crónica?

R.- No lo creo. Porque mi intención no ha sido, al menos en este caso, escribir un libro sobre la Transición, como tampoco quise en Los extraños hablar de ciertos episodios históricos que van saliendo. La historia para mí no es más que un paisaje de fondo sobre el cual no quiero investigar demasiado.



P.- Ha dicho alguna vez que escribe contra el olvido...

R.- Sí, esa es la razón última. En mis libros hay una búsqueda del niño que fui, y una recuperación de episodios de mi experiencia. La memoria es fundamental, sobre todo en Los extraños y Las transiciones, quizás sea el tema de ambos libros.



P.- Cuando recopiló su poesía reescribió algunos textos, ¿reescribe igual la prosa?

R.- Es distinto el caso de la poesía y el de la prosa. Lo que uno detecta cuando lee un texto en prosa de hace muchos años son defectos casi de sintaxis, es algo muchos más superficial. Sin embargo, el choque es distinto cuando se trata de poesía. De la poesía tienes que modificar muchos más aspectos: a veces el planteamiento, a veces el sujeto poético, a veces el enfoque.



Por lo seguido que se han publicado sus obras narrativas (tres libros, aunque breves, en tan solo dos años), da la impresión de que Valero es un escritor rápido, aunque él lo niega. "Los libros están en mi cabeza mucho tiempo -dice-. Lo que pasa es que me cuesta mucho organizar el texto, pero una vez que me pongo a escribir lo hago rápido. El arte de la fuga y Las transiciones los escribí en el mismo año".



Narradores insulares

En Las transiciones, los niños protagonistas son sorprendidos en la escuela vendiendo fotografías pornográficas. Corre el año 1975. Cuando los van a castigar, Franco muere y el castigo queda en suspenso. "Los niños de la Transición sufrimos el nerviosismo general de nuestros padres, de los adultos, pero también nos beneficiamos de la crisis de autoridad que hubo en ese momento", comenta Valero. Un símbolo de esa libertad que, en algunos casos, resultó ser de difícil digestión, está en la muerte años después a causa de las drogas de Ignacio, cuyo funeral reúne a los amigos, y al propio narrador de la novela. "En esa época -continúa el escritor- nos repetían mucho una frase: "No hay que confundir libertad con libertinaje". Nosotros no hicimos ni caso, y seguramente no estábamos muy entrenados en el ejercicio de la libertad, ni el país tampoco. Pasamos en muy poco tiempo de sufrir un autoritarismo muy fuerte, presente en todas partes, a realmente hacer lo que nos daba la gana".



En Ibiza, gracias al turismo, la Transición empezó una década antes. Había aires de libertad, una cierta relajación"


P.- ¿Está de acuerdo con la enmienda total a la transición que algunos hacen ahora?

R.- Bueno, estoy seguro de que se dejaron cosas sin resolver, y que otras tantas se hicieron mal, pero también se hicieron muchas cosas bien, no hay duda. Hay que tener en cuenta que entonces se estaba improvisando, inevitablemente. No había ni podía haber ningún diseño previo porque ese diseño habría sido de corte autoritario.



P.- Es curioso que dos narradores digamos insulares, como usted y José Carlos Llop, hayan vuelto la vista a sus años de formación en sus últimos libros. ¿Tiene alguna explicación?

R.- No, no. Llop es un poco mayor que yo, y él vivió esa época como joven y yo como niño…



P.- Se ha referido alguna vez a que las islas son ahora lugares a los que llegan miles de personas cada día, cuando no hace tanto tiempo todo el mundo quería irse. ¿No es su obra también un intento de dar cuenta de ese gran cambio?

R.- Sí. En mi último libro se ve que, gracias al turismo, algunos aspectos de la transición en Ibiza ya habían empezado por lo menos una década antes, como si la isla llevara otros ritmos propios. El turismo traía cosas novedosas, traía aires de libertad, una cierta relajación. Lo que pasa es que la sociedad local, la política y las instituciones, seguían siendo tan franquistas como en la península.



P.- Vivió en Barcelona varios años, pero decidió regresar a Ibiza. ¿Necesitaba volver?

R.- Sí, yo quería escribir, sabía que quería escribir, además. Y me apetecía retirarme en Ibiza y llevar una vida más bien de estudio y de escritura. Como la que llevo ahora.



@albertogordom