Miguel Pardeza
El único integrante de la 'quinta del Buitre' que no triunfó en el Real Madrid se sale de horma en cada campo. Fue un futbolista excelso con inquietudes existenciales. Su inclusión en la literatura fue progresiva, y vino precedida del estudio y el academicismo. Es el mayor experto en la obra de González- Ruano, al que rescató, antologó y prologó. Su primer libro, TORNEO, explora en los terrenos de la 'autoficción'.
Parafraseando a Juan. A. Tirado, Miguel 'Ratoncito' Pardeza se acostó niño lector y se despertó incluido en la 'quinta del Buitre'. Rezan las solapas y las fichas federativas que vino a nacer en La Palma del Condado, Huelva, en 1965.
Miguel Pardeza Pichardo se acostó o se acostaba con los tebeos de la Marvel, y acabó en una pensión destartalada por la zona de Huertas, donde se iba concentrando la mano de obra excelsa que el Real Madrid reclamaba de provincias con el mero silbo de sus hazañas continentales. Allá un señor de Murcia (quizá Chendo), allá un gallego obsesionado con la otra vida o un jotero aragonés, celoso y hasta cornudo. Y ahí brujuleaba Miguel Pardeza, que vivía ese Madrid de las pensiones no en busca de la gloria literaria -en principio-; sino en busca del ascenso al primer equipo, de minutos en campos de buena hierba. Y más tarde la Dirección Deportiva del Zaragoza, del Madrid de Florentino, y las conferencias con Petón, y las mesas redondas con Martínez de Pisón y una labor inopinada de gestión cultural en Aragón que vendría después.
La 'quinta del Buitre' (Butragueño, Míchel, Sanchís, Martín Vázquez y el propio Pardeza) fue un glorioso invento de Julio César Iglesias que agrupó y antologó en torno a Emilio Butragueño, 'el Buitre', a un primer esbozo de un fútbol español algo virtuoso y relativamente mítico dentro de esa Celtiberia del 'pelotón arriba, Sabino, que los arrollo'.
A la 'quinta del Buitre' no le hizo falta ningún acto en el Ateneo de Sevilla, ni homenaje a Góngora; todos quedarían retratados en el MARCA para los inviernos venideros. Años despues Miguel Pardeza agruparía y antologaría -ya avisó Marx de aquello de que la Historia se repite- a todo 'un pieza' fundamental de este oficio de matarse en el artículo, César González-Ruano, pero ésa es otra historia que vendrá -a ratos- en este perfil. ( "mi relación con la escritura se limitaba a colaboraciones periodísticas, artículos en revistas especializadas, unos cuantos prólogos y otros cuentos inacabados, más la voluminosa edición de la obra en prensa de César González-Ruano...").
En
Torneo, el joven Pardeza era un adolescente 'pepinero' (término que define al delantero bajito y rápido), bien parecido, y oriundo de una Huelva que siempre ha dado buena mesa y mejores periodistas (Luis Eduardo Siles dixit). Sus ídolos fueron Salgari y Cruyff, según la hora.
Pardeza parecía sueco, pero un sueco desmentido por la estatura y la camiseta ancha del Pikolín o del Otaysa; del Madrid o del Zaragoza.
Lo importante es que
Miguel Pardeza nos combina en sí tres caras en las que se sale de horma: la primera, la más evidente, es la de ser un futbolista retraído, habilísmo, y algo timorato en lo personal. La segunda, la de un intelectual en ciernes que se fue haciendo entre domingo y domingo; la tercera, la de un académico que se viene arriba y se desnuda con el autobiografismo. Podíamos añadir esa pecularidad casi exótica de ser el único de la 'quinta del Buitre' que triunfaría fuera del Madrid, y el único de esa 'quinta' al que destetaron de tierno infante y lo reclamaron en la capital. Ya se sabe: las glorias deportivas que campean por España, y el Madrid con su bandera...
Cuando en su libro
TORNEO (Malpaso Ed, 2016) se evoca a sí mismo en un ejercicio de contranarcisismo y látigo,
se recuerda como lector infatigable y caótico, merced a no se sabe qué virtudes salvíficas de la literatura. ("Me pasaba tantas horas leyendo que llegué a creerme que algún día podría convertirme en escritor. Todavía no sabía lo que eso en verdad significaba ni qué talento se necesitaba; mucho menos era capaz de ponderar los esfuerzos y los sacrificios que exigía una vocación así. Para convencerme de que no estaba loco y de que ese sueño era posible, cierto día tomé la decisión de emborronar libretas de espiral y dietarios de regalo..."). Todo lo contrario a su Ruano, que mintió heráldicas y vida en el todo confesional de su literatura.
Según confiesa Pardeza en
TORNEO, y según cotejamos entre cervezas y cafés, hubo de ser un adolescente avispado, mareado de lecturas obsesivas en busca de autor y con unas extravagancias pensantes y dolientes que iban de Sartre a tratados de teosofía.
Con los años y la inteligencia, su timidez derivaría en una mueca irónica y simpática ante el fútbol, y un toreo al 'mourinhismo' dentro de la 'Casa Blanca', su despacho en el Bernabéu. Allí hablábamos de Umbral y lo telefoneaba a ratos a Karanka por algo del isquio de Ramos. Desayunábamos café y galletas 'chiquilin'.
Claro que el caso de Miguel Pardeza no es el de un escritor principiante, ni del triunfo de la voluntad, ni de un ex deportista que nos sermonea las virtudes de la superación aplicadas a los negocios. No, qué va;
en Miguel Pardeza latió desde siempre un autor que probó el academicismo, la teoría, que no sucumbió a ella y que fue futbolista como uno fue furrier en la 'mili' o 'madridista' sin abono. Mientras llegaba a ese topicazo de "saborear las mieles del éxito", publicaba reseñas en EL HERALDO DE ARAGÓN con una voracidad intelectual fuera de duda y fuera de horma.
Junto a esa parte literaria de su existencia, de ese 'bildungsroman' de su libro
TORNEO, Pardeza ejerce de aragonés, de zaragozano donde puede. Y ya es raro en alguien de Huelva que reside en Madrid, aunque ya dijo el poeta que las vocaciones fuertes vencen el imposible.
La última vez que nos vimos me habló del 'paquetantismo' turolense, teoría suya que procede del grito 'pa-qué-tanto' de un baturro noble que, al oír las hazañas deportivas de Pardeza (Recopa con el Zaragoza, internacionalides con la Selección...), preguntó al cierzo y a los presentes en la plaza de Albarracín: ¿y pa qué tanto?.
Pardeza está fuera de la horma de la bota futbolera. Combina el ensayo con la narrativa de la autoficción. Va dejando la teoría por la escritura, la táctica por el partido, y la contemplación por la vida.
@JesusNJurado
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