Las vitrinas y las paredes del Museo Nacional Andrey Sheptytsky de Lviv están completamente vacías, una estampa escalofriante por las explícitas analogías históricas que rememora. Los fantasmas de la guerra y la destrucción vuelven a cernirse sobre uno de los centros culturales punteros de Ucrania, que conserva una colección de más de 170.000 objetos artísticos fechados entre los siglos XII y XX. Fundado en 1905 por el arzobispo metropolitano de la Iglesia greco-católica del país, el museo ha sobrevivido a dos contiendas mundiales. Pero la "invasión militar" rusa lanzada por Vladímir Putin ha vuelto a poner en jaque el patrimonio que se cobija entre sus paredes. Precisamente la última obra en retirarse ha sido un retrato de Sheptytsky.
"Para que nuestra historia y patrimonio sobrevivan, todo el arte debe ir bajo tierra", ha asegurado Ihor Kozhan, el director del centro ucraniano, a The Washington Post. No han sido los únicos en Lviv en embalar todos sus tesoros y resguardarlos en sótanos, búnkeres y almacenes cuyo paradero, obviamente, no se ha revelado para esquivar las bombas y los misiles de Moscú. La imagen actual del Museo de Historia de la Religión resulta idéntica: expositores completamente desiertos y obras de artes empaquetadas con premura ante la amenaza del avance ruso hacia el oeste.
A lo largo de todo el país, los responsables de las instituciones culturales que exhiben los testimonios de la historia ucraniana están descolgando, envolviendo y escondiendo el patrimonio. En Odesa, conocida como la perla del mar Negro, han protegido con varias decenas de sacos de arena el icónico monumento del fundador de la ciudad portuaria, el duque de Richelieu, ubicado a los pies de la escalera Potemkin. Apenas sobresalen su torso y su brazo derecho, como si el antiguo gobernador quisiese también participar en la resistencia que aguarda a las tropas del Kremlin en el codiciado enclave.
El riesgo de destrucción patrimonial es total, los ataques de Putin, saldados ya con miles de muertos y tres millones de refugiados, también tienen el pasado y la identidad como objetivos. Buena muestra de ello se encuentra en el bombardeo de hace unos días sobre el Museo Histórico y Cultural de Ivankiv, ubicado a unos 70 kilómetros al noroeste de Kiev, que se saldó con la destrucción de 25 cuadros de Maria Primachenko, una de las pintoras locales más destacadas, según confirmó el Ministerio de Asuntos Exteriores. Los proyectiles también han dañado históricos lugares como un monasterio ortodoxo del siglo XVII en Sviatohirsk, en la región de Donetsk, o un pequeño museo de finales del XIX de Chernígov, al norte.
La comunidad internacional, encabezada por la UNESCO y su organismo asesor en asuntos de patrimonio, el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS), ya ha hecho varios llamamientos sobre la necesidad de adoptar medidas protectoras de forma urgente, además de mostrarse "gravemente preocupada" por los daños hasta ahora documentados. "Debemos proteger el patrimonio cultural en Ucrania no solo como testimonio del pasado, también como elemento catalizador para la paz y la cohesión para el futuro", ha señalado Audrey Azoulay, el director general de la organización cultural.
La UNESCO ya ha informado que se encuentra trabajando con las autoridades locales y los directores de los museos para marcar con el Escudo Azul los monumentos y sitios de interés histórico a lo largo de todo el país. Se trata de un emblema protector fijado en la Convención de la Haya de 1954 para señalar los elementos culturales a los que proporcionar protección ante ataques por conflictos armados. También se están realizando labores de seguimiento de posibles daños a través de imágenes por satélite. NEMO, la Red de Organizaciones de Museos Nacionales, está organizando iniciativas de ayuda como facilitar espacios para el almacenaje de las obras, donaciones e incluso ofrecer refugio para los trabajadores de los centros ucranianos.
Del Prado al Louvre
Por el momento, las amenazas más patentes de destrucción del patrimonio histórico se han registrado en Kiev y Járkov, las dos ciudades más grandes de Ucrania y foco de los misiles rusos. Preocupa especialmente el futuro de la catedral de Santa Sofía de la capital, del siglo XI y uno de los siete lugares del país declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. La comunidad judía ha denunciado un ataque con misiles cerca del memorial a las víctimas de Babi Yar, una de las más infames masacres nazis. En Járkov, los bombardeos han destruido las ventanas de la principal pinacoteca de la localidad, que cuenta con unos 25.000 trabajos. Los lienzos, la mayoría ya retirados al sótano, se enfrentan ahora a un nuevo peligro para su conservación: temperaturas bajo cero durante un tiempo prolongado.
Regresando a Odesa, el Museo Nacional del Arte no solo está vaciando sus salas y trasladando a un lugar seguro obras de arte que nunca habían salido del edificio, un palacio de principios del siglo XIX, también se ha rodeado con una alambrada de púas casi más como medida desesperada que efectiva. La paradoja es que muchas de esas creaciones artísticas que los ucranianos están protegiendo de los ataques rusos fueron realizadas precisamente por artistas rusos.
Las imágenes de museos vacíos no son una novedad en Europa. La sorpresa es que después del sangriento siglo XX el continente vuelva a asomarse a un escenario similar. Son icónicas las fotografías de las paredes del Museo del Prado sin cuadros colgados, enviados en caravana a Valencia para escapar de las bromas de la aviación franquista durante la Guerra Civil española. También las de la fuente de la diosa Cibeles cubierta por sacos de arena para que no resultase herida por las esquirlas de metralla. 85 años después en Ucrania se sigue haciendo lo mismo.
La II Guerra Mundial resulta una mina gráfica en este sentido. Una operación dirigida por Jacques Jaujard, un alto funcionario del gobierno francés, logró evitar que más de 4.000 obras del Museo del Louvre acabasen en manos de los nazis. Se emplearon vehículos privados, ambulancias, camiones, taxis y furgonetas de reparto para esconder obras maestras como la Mona Lisa o la pesada Victoria alada de Samotracia, la última en salir, por castillos y lugares recónditos de la geografía gala. Ese patrimonio se salvó, también el del Hermitage de Leningrado que logró esquivar los casi 900 días de asedio nazi, pero los vestigios de edificios históricos como la catedral de Coventry o la iglesia memorial del káiser Guillermo de Berlín se han quedado mutilados para recordarnos el poder destructor de una guerra.
Uno de los esfuerzos más llamativos para la protección del arte contemporáneo ucraniano se está realizando en la ciudad occidental de Ivano-Frankivsk, donde un grupo de artistas ha convertido un café subterráneo en un búnker. Trabajando sin descanso han logrado reunir los trabajos de más de una treintena de creadores.
También desde Estados Unidos ha trascendido un interesante proyecto de defensa del patrimonio. Dirigido por Hayden Bassett, arqueólogo y director del Laboratorio de Vigilancia del Patrimonio Cultural del Museo de Historia Natural de Virginia, consiste en monitorizar vía satélite lugares de interés histórico que se pueden ver afectados por el conflicto. Lo destacado es que esta tarea deberían realizarla especialistas del Ejército estadounidense, al más puro estilo del célebre grupo de los 'Monuments Men' de la II Guerra Mundial, cuya misión fue recuperar las obras expoliadas por los nazis. El problema es que las trabas burocráticas han retrasado la puesta en marcha de la iniciativa. Según su base de datos, más de un millar de sitios pueden resultar dañados o destruidos. Y el tiempo se agota porque las bombas ya explotan por toda Ucrania.