El relato más completo sobre el cerco y la destrucción de la ciudad celtibérica de Numancia, que acabó de forma sangrienta en el verano de 133 a.C., lo proporciona el historiador griego Apiano. Valiéndose de la información de Polibio, testigo del triunfo de las legiones de Escipión Emiliano, el también conquistador de Cartago, describe un escenario terrorífico, con unos numantinos famélicos tras casi un año de asedio optando por el suicidio masivo antes que entregar las armas al enemigo. Los que se rindieron fueron vendidos como esclavos o paseados como trofeo de guerra en Roma.
Los vestigios físicos de Numancia, episodio convertido en símbolo de resistencia y en la lucha de un pueblo por su libertad, desaparecieron durante la invasión árabe de la Península Ibérica, pero su historia —su mito— quedó grabada en las fuentes. En el siglo X, los reyes de León fundaron Zamora, la capital del reino, sobre los restos del antiguo asentamiento celtíbero, dijeron. Y no sería hasta el siglo XVI cuando Antonio de Nebrija la ubicó en su verdadero lugar, en el camino desde la cuenca del Ebro a la Meseta. Unas excavaciones a mediados del siglo XIX en una colina cercana a la aldea de Garray, en Soria, dirigidas por Eduardo Saavedra, sacaron al fin a la luz la ciudad romana, aunque no materiales anteriores.
El verdadero descubridor de Numancia fue Adolf Schulten (1870-1960), un arqueólogo alemán independiente y solitario e investigador también de la enigmática cultura de Tarteso o de otro famoso asedio, como el de Masada en la Judea de 74 d.C. Bajo el auspicio económico de la Real Sociedad de Ciencias de Gotinga y el permiso del gobierno español, llegó a Soria el 11 de agosto de 1905. Al día siguiente organizó una cuadrilla de obreros y empezó a excavar; y a las seis de la tarde anunció el descubrimiento de la ciudad celtíbera. Su interés había nacido de la lectura del relato de Apiano y ahora lo tenía delante de sus propios ojos.
Schulten encontró las pruebas —los primeros restos quemados y fragmentos prerromanos— que le faltaban a Saavedra, quien nunca llegó a entrar en la larga polémica sobre la autoría científica del hallazgo. Su proyección también se benefició de una visita no programada al lugar de las excavaciones por parte del rey Alfonso XIII, que en realidad estaba en el pueblo soriano para inaugurar un obelisco conmemorativo de la ciudad romana.
Hasta 1912 y pese a los roces con algunos locales, molestos por que un extranjero destapase las huellas de un episodio central en la memoria y en el orgullo patrio —no contribuyó positivamente a su fama que el arqueólogo se llevase materiales a Alemania, aunque fuese para analizarlos—, Schulten excavó donde le dejaron, principalmente los campamentos romanos, y gracias a la protección de Saavedra, miembro de la Real Academia de la Historia.
Fascinado por España, encontró en los campos de Soria la catapulta para obtener su cátedra y emular a su compatriota Heinrich Schliemann, quien unas décadas atrás también había empleado la literatura, lo que hasta entonces se consideraba una historia mítica de Homero, para encontrar Troya.
El arqueólogo alemán, que en otras obras de su cosecha denunció la abominable situación del campo español de la Restauración y señaló a los que consideraba responsables, publicó una tetralogía académica titulada Numantia con materiales gráficos como culminación de su trabajo científico en torno al yacimiento. En 1933, para llegar a un público más amplió, sobre todo el español, escribió Historia de Numancia, una síntesis de su "obra grande" entre la divulgación histórico-arqueológica y la narración épica que ahora vuelve a publicar Renacimiento con edición del catedrático Francisco J. Tapiador y con la cartografía original.
En su narración, Schulten se muestra decididamente a favor de los leales, honestos y valientes celtíberos, y los contrapone a los traicioneros, codiciosos y corruptos romanos, aunque trata las virtudes de los actores principales por encima del bando al que pertenecieron. Sobre los atacantes, oscila entre condenar su expansionismo y describir con admiración su organización territorial. De hecho, uno de los apartados más interesantes del libro son los pasajes que dedica a analizar los aspectos logísticos y organizativos del ejército de Escipión, que según las fuentes sumaba unos 60.000 militares —los defensores apenas contaban con 4.000 hombres, más mujeres y niños—.
El principal tema de la Historia de Numancia, un libro que articuló la memoria de la resistencia heroica al invasor romano, es la libertad, como el mismo autor deja claro en el prólogo. Los numantinos se enfrentaron a un dilema extremo: vivir libres o morir, una disyuntiva que ha recobrado una preocupante actualidad a raíz de la invasión de Ucrania perpetrada por Putin.
Como Sagunto o Zaragoza durante la Guerra de la Independencia, el asedio de Numancia ha trascendido más allá de simple acontecimiento histórico. Cervantes, como soldado y conocedor de la guerra, el cautiverio y la relación que se establece con los enemigos, compuso en 1585 El cerco de Numancia. Si bien la obra no destaca por su calidad teatral, sí esconde una reseñable enseñanza: colocó a los espectadores en la piel de los sitiados por los españoles en las ciudades rebeldes de los Países Bajos en ese mismo momento. Y cambiando la tornas, situando a sus compatriotas en el otro lado del escenario bélico, trazó una singular reflexión sobre el valor humano y el de la libertad. Desde entonces cada uno la ha adaptado a su antojo: Rafael Alberti la representó en 1937, con los madrileños desempeñando el papel de numantinos y las tropas franquistas como ejército sitiador.