Daniel Aquillué (Zaragoza, 1989) se planta en medio de la Puerta del Sol y cuando cesa el ruido de las máquinas que cambian por enésima vez el paisaje de la icónica plaza madrileña, suelta: "El 2 de mayo de 1808 no empezó la Guerra de la Independencia". No es el único titular que dará esta mañana sobre el enrevesado y desprestigiado siglo XIX español. En realidad, se trata simplemente de una serie de mitos y tópicos enraizados en el conocimiento popular sobre este periodo decisivo en la historia de España que desmonta de forma esclarecedora y directa en su nueva obra, España con honra (La Esfera de los Libros).
"Lo que pasó aquí el 2 de mayo fue en realidad el final de un ciclo de motines populares antifranceses contra los desmanes de las tropas napoleónicas", continúa. En ese momento, Fernando VII todavía era rey y la junta de gobierno presidida por su tío, el infante don Antonio, seguía llamando a la calma para mantener la amistad con Francia y con el ejército liderado por el mariscal Joaquim Murat. "La guerra empezó el 22 de mayo, cuando comienza a llegar las noticias de las abdicaciones de Bayona y se crean las primeras juntas locales en Cartagena y Oviedo". Ahí fue cuando una considerable parte de España se levantó en armas contra Napoleón Bonaparte. Wikipedia, toma nota.
El libro de Aquillué, doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Zaragoza, es un excelente resumen divulgativo, crítico y con ciertas dosis de ironía del "largo siglo XIX español". No es ni mucho menos una historia sesuda, pero sí un acercamiento ideal para el gran público en torno a una época laberíntica jalonada por guerras, revoluciones, pronunciamientos y profundos cambios políticos y sociales. "No había una síntesis accesible y comprensible que no fuese una mera compilación de acontecimientos", defiende. "Aquí están tanto los hechos, como los procesos y las personas que los protagonizaron".
Lo primero que llama la atención es el abanico temporal propuesto por el historiador. En vez de circunscribirse al periodo que va de 1808 a 1898, amplía la cronología desde 1793, cuando empezaron a hacerse palpables los efectos de la Revolución francesa en España y estalla la Guerra de la Convención, hasta 1923, con la proclamación de la dictadura de Miguel Primo de Rivera. "El Desastre de 1898 no provocó un cambio político ni una crisis económica, solo se produce una crisis imaginada y de identidad nacional, una visión construida por el pesimismo finisecular de algunos intelectuales. El cambio real es en 1923, cuando se rompe la tradición de la monarquía constitucional", defiende Aquillué.
El principal mito del periodo que combate el también autor de Guerra y cuchillo. Los sitios de Zaragoza 1808-1809, es el de que en España no se registró un terremoto liberal, algo que en los últimos años ha desmontado la historiografía académica pero que no termina de calar en el gran público. "Hubo una potente revolución española con mayúsculas en tres actos", afirma tajante.
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El primero se produjo al calor de la Guerra de la Independencia y contó con el clímax de la aprobación de la Constitución de Cádiz en 1812. El segundo fue el Trienio Liberal (1820-1823), cuando "España se convierte en sede del liberalismo Europeo, aparece como un faro que exporta métodos para combatir el absolutismo", destaca Aquillué. El tercero fue un verdadero "punto de inflexión", el año 1836, en plena primera guerra carlista, cuando estalló "una revolución mucho más radical" que otras jornadas que habían sacudido algunas de las grandes urbes del continente esa misma década, como París.
"España, en el siglo XIX, fue uno de los países más revolucionarios de Europa", dice el historiador colándose en la Plaza Mayor a través del llamado Arco del 7 de julio, que conmemora la respuesta del pueblo de Madrid al intento de golpe de Estado perpetrado por Fernando VII contra la Constitución, en 1822. Otros momentos clave de la centuria fueron 1840, cuando se derrota en los campos de batalla a la contrarrevolución, abanderada por el carlismo; y, por supuesto, 1868, con el triunfo de la Gloriosa, una "revolución liberal democratizadora".
El pacificador
En el apartado de los personajes relevantes, sobresale la figura de Baldomero Espartero: "Es el ídolo de masas del siglo XIX español. Va escalando por méritos, se convierte en mito viviente en la Nochebuena de 1836 en la batalla de Luchana y en un 'centauro carismático' a raíz de la Paz de Vergara", resume Aquillué. Aunque ojo, nunca habría alcanzado semejantes cotas de influencia política ni mucho menos sufragar la valentía de sus soldados sin el respaldo de su esposa, Jacinta Martínez de Sicilia. Al héroe constitucional también cabría achacarla la etiqueta de "parlamentarizador de España": "Durante su regencia se aprueban unos presupuestos generales en el Parlamento y se produce la primera moción de censura".
Pero el "español más famoso y más venerado de su tiempo, la persona que muchos consideraron la encarnación misma de la paz y el gobierno constitucional", como lo define su biógrafo Adrian Shubert, ha caído en un notable olvido a nivel popular. "Sus enemigos lanzaron una campaña de bulos y mentiras para echarlo, y ese contramito que crearon parece que es el que nos hemos tragado", lamenta Daniel Aquillué. "¡Pero hasta le propusieron ser rey de España!", contrarresta.
Uno de los pasajes más sugerentes del ensayo es el que aborda la desamortización de Mendizábal (1836-1837), "otro padre de la patria". El historiador defiende que fue una política exitosa: "Cuando empieza la guerra carlista, la monarquía isabelina está en crisis. El gobierno de Mendizábal consigue recursos y una de sus medidas estrella para ello es la desamortización. Fue un desastre para el arte, pero económicamente permite financiar al Ejército nacional que vence a la contrarrevolución en la guerra civil. La incautación de bienes inmuebles a la Iglesia permite, además, crear la primera infraestructura estatal para escuelas o cuarteles".
A pesar de su objetivo de síntesis, España con honra da las claves del vertiginoso periodo en el que entró en crisis una monarquía católica imperial, se ensayó una nación imperial y sobre ella se construyó un estado-nación homologable a otros ejemplos vecinos. El historiador precisamente sitúa en el contexto internacional lo acontecido en el territorio español para mostrar sus similitudes con los procesos experimentados en países como Portugal o Francia. Una obra necesaria para desprendernos de la mala imagen del siglo XIX, fermentada a juicio del historiador por el regeneracionismo, la dictadura franquista y la forma de enseñarla en el instituto.