Va y ven. Así se titula el proyecto en que Moisés P. Sánchez (Madrid, 1979), residente esta temporada en el CNDM, ha embarcado a su buen amigo Marco Mezquida (Menorca, 1987). Entre ambos han compuesto una suite que van a estrenar el jueves 2 en el Auditorio Nacional, con sus dos pianos frente a frente, formando un coloso que remite a precedentes como la sinergia entablada en su día por Herbie Hancock y Chick Corea. Los dos jazzistas más poliédricos y renovadores de la escena nacional frente a frente, como ante un espejo que devuelve gustos, actitudes y formaciones convergentes.
Pregunta. ¿Recuerdan cómo se conocieron?
Moisés P. Sánchez. Hostia, pues así a bote pronto... Creo que lo vi tocar con alguien, no sé si con Micha...
Marco Mezquida. Sí, tuvo que ser entonces. Yo fui a Madrid primero gracias a Luis Verde, que me trajo con su quintento. Y luego con el primer disco del Michael Olivera. En una de esa coincidiríamos. Yo lo conocía de grabaciones y de oír hablar de él. Me pareció muy cercano y muy amigable. Y a raíz de la propuesta del AC Recoletos de 2018 para tocar juntos a dos pianos surgió el flechazo. Ese concierto está grabado además.
P. Sí, se puede ver Youtube. Por cierto, en los comentarios al vídeo alguien dice: “Hay que ver qué poco famosos son estos genios”.
M. P. S. [Risas] Bueno, yo creo que Marco es muy famoso. La música que hacemos tiene los márgenes que tiene pero ambos la hemos trascendido. Marco con sus colaboraciones con gente como Síilvia Pérez Cruz o con Salvador Sobral. Y yo con mis producciones con Nach o Valderrama. Pero ambos tenemos en común la apuesta por nuestra propia música, que tiene unos parámetros que no son mainstream para nada.
M. M. Exacto. Esa es la apuesta. Estamos mucho en lo instrumental, más que en acompañar a cantantes, que ya sabemos que son más famosos. Pero yo disfruto mucho en esta posición.
M. P. S. Yo creo que ese comentario va en el sentido también de la falta de proyección internacional, de que no tengamos nosotros las oportunidades en otros países que otros músicos de fuera tienen aquí.
P. ¿En qué pilares se asienta su complicidad?
M. M. Cuando tocamos juntos por primera vez, nos pillábamos los motivos al vuelo y el tempo estaba muy asentado. Era como estar frente a un espejo. Y más allá de la interpretación, sintonizamos en la manera de amar la música y de respetarnos. Moisés es muy generoso, potencia a las personas que tiene a su lado. Te hace tocar mejor. Tenemos un bagaje común en lo formativo y una amplitud de miras hacia otras músicas, como la clásica o el flamenco. Aunque se nos etiquete como jazzistas, sentimos que somos más completos que eso. Él, por otro lado, compone piezas más potentes y yo más sencillas, eso sí.
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M. P. S. Yo pienso lo mismo: también me reflejo en él. Es la clave entre personas con personalidades tan fuertes: ser generosos y saber escuchar. Y vital es el sentimiento métrico, que viene conformado por cosas que ni siquiera sabes de donde vienen. Es fundamental cuando tocas con otra persona y a dos pianos ni te cuento, porque ya uno tiene una actividad tremenda entre su mano izquierda y la derecha. Tocar a cuatro manos es muy, muy complicado. Luego está el sentimiento del desarrollo, que Marco lo tiene muy acentuado: entiende la obra solo con mirarla por encima. A partir de ahí, si se falla una nota o no es lo de menos. Con él salgo al escenario sin ninguna preocupación.
P. Al proyecto lo llaman Va y ven. Describe bien el proceso de composición de la suite, ¿no? Con uno en Madrid y otro en Barcelona.
M. P. S. El impulso motor lo tenía que dar yo por estar enmarcados en mi residencia en el CNDM. Escribir conjuntamente es hipercomplicado. Pat Metheny decía que los pocos problemas que tuvo con Lyle Mays vinieron de ahí, porque aunque te entiendas muy bien con alguien uno tiene que decir al final “esta es la nota”. Yo le expliqué a Marco mi universo, plasmado en tres movimientos, y él lo ha complementado con otros dos [el segundo y el cuarto] que operan como bisagras: ponen paz en tiempos de guerra, pero con pasión también.
M. M. Sí, yo quería ser complementario pero no redundante. Donde había intensidad y efervescencia, puse un contrapunto. Esto no fue como dos pintores pintando sobre un mismo lienzo y discutiendo, por ejemplo, por los colores. Yo partía de un tríptico e hice mis sugerencias con todo respeto y amor. Haciendo algo similar a los menús degustación de la comida moderna, que ya en el segundo plato te pueden ofrecer algo dulce que sorprende.
P. La suite se prolonga por unos 50 minutos. ¿Cómo la van a ‘adobar’ para completar la comparecencia?
M. M. Quizá sea algo más ligero en el plano compositivo, con más espacio para la libertad y la improvisación. Habrá composiciones propias, tributos a algún standard y canciones populares. Cosas que nos gusten y que sean coherentes con lo que acabamos de vivir.
M. P. S. La suite requiere una concentración tremenda en la lectura y la escucha. Habrá que equilibrar y, más o menos, lo tenemos pensado pero eso no quita que un minuto antes de saltar al escenario se nos ocurra una idea y juguemos con ella.
P. El Auditorio Nacional será un marco muy diferente al del AC Recoletos Hotel, con el público pegado al escenario. ¿Cómo les condiciona esto?
M. P. S. La arquitectura tiene mucha influencia en la manera de tocar. A mí encanta hacerlo en auditorios. Marco y yo hemos ido derivando nuestra carrera a estos espacios, más que a clubes de jazz. No porque no nos gusten estos sino por una inercia natural. Me parece, de hecho, que hacer lo nuestro ahí es tan natural como un concierto de música clásica estricta.
M. M. A mí me gustan mucho ambos tipos de espacios. En cualquier caso, el Auditorio Nacional es muy cálido, muy arropado. Es una propuesta que va a encajar muy bien porque lo de unir dos pianos es muy majestuoso y nosotros pretendemos entregar –dicho con toda humildad– un monumento musical.