El telegrama confidencial del gobierno de Franco también había llegado a la II Brigada Paracaidista en la primavera de 1966. Ramón Gutiérrez de Terán descubrió su contenido al entrar a la enfermería para una revisión de la mano que se había fracturado dos meses atrás durante unas maniobras. "Tengo un escrito que solicita voluntarios para una misión en Vietnam, buscan médicos y practicantes", le dijo el jefe de Sanidad de la base militar de Alcalá de Henares. "Debo responder sin demora a este condenado requerimiento".
El militar, hijo de un comandante fusilado en Paracuellos, formado en la Academia de Sanidad Militar y destinado durante cinco años en el Sáhara Occidental, aceptó enrolarse en la incierta aventura —no se explicitaba ni la zona de actuación ni la duración ni el cometido, y apenas se dio a conocer públicamente mediante una escueta nota de prensa— tras vacilar unos instantes. Aunque la directiva interna reclamaba un equipo de catorce oficiales médicos y suboficiales sanitarios, solo doce respondieron a la llamada. Los "Doce de la Fama", como se les conocería más tarde.
La historia de la Misión Sanitaria Española de Ayuda a Vietnam del Sur —la primera empresa humanitaria desarrollada por el Ejército español en el exterior—, formada en total por medio centenar de españoles que actuaron en la provincia de Go Cong, en pleno delta del Mekong, entre 1966 y 1971, los años más duros de la contienda, la recupera Andrés López-Covarrubias en el libro Good Morning Go Cong. El académico correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo utiliza la biografía de Gutiérrez de Terán, el voluntario que más tiempo estuvo en la selva vietnamita —tres años y seis meses, con un breve regreso a España entremedias—, como eje vertebrador de la experiencia extrema de estos sanitarios.
El sugerente apodo que se les dio no responde precisamente al respaldo y admiración que suscitaron en España. Fue algo más simbólico y patriótico que tuvo su origen en los "Trece de la Fama" o "Trece caballeros de la Isla de Gallo", el número de conquistadores que permanecieron al lado de Pizarro en su expedición por el territorio inca. De hecho, su labor empezó a ser divulgada en suelo peninsular gracias a los textos de varios reporteros y corresponsales, como los reportajes que publicó en febrero de 1967 en ABC Luis María Anson tras visitar a los militares españoles en Go Cong.
Para entonces llevaban ya medio año inmersos en su principal objetivo, que consistía en brindar cuidados médicos a la población civil survietnamita de la localidad, habitada por unas 20.000 personas, sobre todo campesinos, pero también refugiados del norte del país y guerrilleros del Vietcong. Desde el primer día, los sanitarios españoles tuvieron que enfrentarse a un clima extremo gobernado por un calor pegajoso, la falta de higiene y la mala alimentación. Un escenario idóneo para la expansión de enfermedades como la tuberculosis, la malaria, el cólera o la lepra.
[El atentado comunista en Madrid en 1945 que consolidó la dictadura de Franco]
Visitas ilustres
La base de operaciones de los capitanes médicos Francisco Faúndez Rodríguez y José Linares Fernández, el único del grupo que había hecho prácticas quirúrgicas durante su formación —el aventurado Terán se convirtió en su ayudante—, el brigada Juan Outón Barahona, el subteniente José Bravo López-Baños o el exdivisionario Argimiro García Granados, por citar a algunos de los miembros de la misión, fue un hospital provincial destartalado y con medios precarios.
En las jornadas iniciales tuvieron que conformarse con un solo fonendoscopio y unas agujas de sutura prácticamente inservibles. Solo lograron botas y el material médico necesario cuando el general William Westmoreland, el jefe de las fuerzas estadounidenses en Vietnam, visitó Go Cong. No fue el único personaje ilustre en conocer sus servicios: también se interesó por ellos la actriz Jayne Mansfield, símbolo erótico de Estados Unidos en los años 50, o Henry Fonda, quien les agradeció su contribución a la causa americana.
No se ciñe exclusivamente la narración de López-Covarrubias a las vivencias de Gutiérrez de Terán y sus compañeros, sino que las va intercalando con el desarrollo genérico del conflicto y sus imágenes más emblemáticas, como los helicópteros Huey o los efectos del napalm, apoyándose también en muchas referencias culturales. Pero lo más interesante es ir desempolvando los episodios en los que participaron los integrantes de la misión española y cómo se fueron ganando el respeto de los locales.
El brigada protagonista, que en una ocasión donó trescientos centímetros cúbicos de sangre para salvar a un herido tras el ataque a una aldea cercana, no titubeó a la hora de tratar a guerrilleros comunistas. "Para nosotros no había amigos ni enemigos, solo pacientes. Fuimos allí con una misión muy concreta: mitigar el dolor y combatir la muerte. Y eso fue lo que hicimos", resumió.
Recorrieron aldeas insertas en la selva y los distritos más desamparados, presenciaron la ofensiva del Tet y, por suerte, regresaron con apenas algún rasguño superficial. Se equivocaba aquel veterano estadounidense que les dibujó un paisaje infernal nada más bajarse del avión en Saigón a principios de septiembre de 1966: "Amigos, solo volveréis a casa la mitad".