No es un agente de Moscú infiltrado en el Ministerio del Aire del Tercer Reich, sino un joven idealista revolucionario que combate al nazismo desde su epicentro. Harro Schulze-Boysen, teniente primero de la Luftwaffe, sobrino nieto de un famoso almirante de la flota del káiser Guillermo, asume que está traicionando al Estado alemán, pero considera su deber oponerse al régimen de asesinos encabezado por Hitler. También reniega del comunismo, pero como sus convicciones pesan más que el temor a la muerte, despacha al Kremlin una información valiosísima: la confirmación de que los preparativos de la Operación Barbarroja han concluido, la guerra va a estallar en Europa del este.
El informe llega a la mesa de Stalin el 17 de junio de 1941. "¡Propaganda! Envíen a su 'informante' con la puta de su madre", escribe a lápiz verde en un margen del informe. Aún confía en la salud del repugnante pacto con Berlín. Cuatro días más tarde, las divisiones de la Wehrmacht irrumpen en el territorio de la URSS. El dictador soviético es ya el único que mantiene su ceguera. "Seguro que Hitler no sabe nada de esto", barrunta. Los esfuerzos de Harro y su red anárquica de colaboradores se esfuman ante la incredulidad de los aliados. Están condenados.
Un año y unos meses más tarde, antes de ser ahorcado en la prisión de Plötzensee, Harro escribe una carta a sus padres. "Este final cuadra conmigo. De alguna manera, lo veía venir. Como decía Rilke, ¡es mi propia muerte!". Se enfrenta con entereza, junto a sus compañeros —"una panda de locos"—, a un trágico final, pero brilla la satisfacción en sus ojos, porque se sacrifica por una causa justa: la de la libertad, la dignidad humana, la justicia, la paz. Escondido en un muro de la celda del cuartel general de la Gestapo donde estuvo encerrado, el oficial esconde un bello poema que se convierte en su epitafio: "Ni la soga ni la guillotina / tienen la última palabra, / ni pueden nuestros jueces / decidir sobre el Juicio Final". La cuartilla se recuperó milagrosamente después de la guerra.
Harro Schulze-Boysen fue el líder la llamada resistencia alemana, una red social engendrada en el Berlín bohemio de más de 150 artistas, escritores, médicos, trabajadores, soldados o estudiantes de diversas ideologías —conservadores, socialdemócratas, comunistas e incluso exnazis—, sin principios organizativos ni jerarquía, cuyo fin consistía en el intercambio de información que sirviese para debilitar al Tercer Reich. Su letimotiv lo constituían estas palabras de Rosa Luxemburgo: "La libertad siempre es la libertad de quien piensa distinto".
Al lado de Harro, en esta novelesca historia, emerge la figura de su esposa Libertas Haas-Heye, una aristócrata mitlaüfer, arrastrada al principio por el entusiasmo popular del nazismo, que acabó embarcándose en una admirable aventura de autosacrificio y conspiración. Eran una pareja aria de ensueño que no levantaba sospechas. Sus biografías, marcadas por el amor, la nobleza, el compromiso a unos valores y a los amigos, y sobre todo su utópica lucha, las narra el periodista Norman Ohler en Los infiltrados (Crítica).
Conocido por el impactante éxito que registró con su ensayo sobre las drogas proporcionadas por los nazis a sus soldados para soportar una guerra imposible de ganar —El gran delirio (Crítica)—, Ohler cuenta otra fascinante historia, en un estilo menos académico aunque igual de riguroso, que nace de una suerte de vergüenza familiar. Su abuelo, un ingeniero en la red de ferrocarriles del Reich, le contó que había tenido que mirar para otro lado con los traslados masivos de judíos en vagones de ganado a los campos de concentración. Él, como tantos millones de alemanes, optó por el conformismo, cuando un mínimo porcentaje decidió actuar sin pánico al resultado.
Orquesta Roja
La rebeldía de Harro nació a principios de los años 30, cuando escribía en la revista de enfoque dialogante y humanista Gegner. En 1933 fue arrestado por camisas pardas de la SA. Logró salir en libertad gracias a la mediación de sus padres, mientras que uno de sus amigos más estrechos, Henry Erlanger, fue asesinado en el proceso. Decidió entonces reconvertir su acción: luchar desde dentro, bajo las órdenes de Hermann Göring. Libertas, que por su condición familiar tenía acceso a las altas esferas, convenció al as de la aviación durante una cacería del merecido ascenso de su marido.
El teniente coronel reunió desde su privilegiada posición informaciones sobre las operaciones de la Legión Cóndor en España, la realidad de la logística del Ejército nazi o los planes de invasión de la URSS, que filtró a los aliados. También escribió artículos comprometedores en los que aventuraba el fracaso de Hitler con la derrota de Napoleón. Libertas, que había sido jefa de prensa de la Metro-Goldwyn-Mayer y firmado críticas cinematográficas para el National-Zeitung, consiguió durante la guerra un trabajo en la Central Alemana de Películas Culturales. Ahí recopiló imágenes de las atrocidades perpetradas en la retaguardia por los Einsatzgruppen, los escuadrones de la muerte para el asesinato en masas de judíos, que se dieron a conocer en un panfleto enviado a las tropas.
Más idealistas —aunque no menos arriesgadas— fueron las acciones realizadas con sus camaradas, como llenar Berlín de pegatinas que denunciaban las mentiras, el hambre o la violencia del paraíso nazi. La red cayó en el verano de 1942 al detener la Gestapo al radiotelegrafista que enviaba la información a Moscú. La comisión formada por la policía secreta para investigar a los conspiradores, llamada Orquesta Roja, era la tercera que se creaba en su historia. Las dos anteriores muestran la relevancia de los hechos: el ataque con bomba contra Hitler en 1939 y el asesinato de Reinhard Heydrich en Praga en 1942.
Más de cien personas fueron arrestadas. A Hitler, Göring y Heinrich Himmler se les informó de todo lo sucedido durante el proceso, celebrado en el Tribunal Militar del Reich. El despiadado coronel Manfred Roeder fue el encargado de dirigir las pesquisas y de ocultar al pueblo alemán la historia de Harro, Libertas y sus amigos, ejecutados —por ahorcamiento o decapitación— el 22 de diciembre de 1942. "El nombre de su hijo debe ser borrado para siempre de la memoria humana. Es un castigo adicional", dijo Roeder a la madre de Harro cuando esta reclamó su cuerpo. Nunca se había visto una conspiración igual dentro de la Alemania nazi.
Odisea de los cuerpos
Los cadáveres de Harro, Libertas y compañía se enviaron al Charité, el célebre hospital berlinés, uno de los más grandes y antiguos de Europa. Los cuerpos de los varones sirvieron para las prácticas de los estudiantes de medicina, mientras que a las mujeres se les extrajo tejido para las investigaciones del anatomista Hermann Stieve. Después, los miembros de la resistencia fueron cremados y sus cenizas arrojadas a un paradero que todavía no se ha podido determinar.