Un momento de 'El príncipe constante', con Lluís Homar en el centro. Foto: Sergio Parra

Un momento de 'El príncipe constante', con Lluís Homar en el centro. Foto: Sergio Parra

Teatro

Calderón, el dramaturgo constante en defensa de la libertad religiosa

La CNTC incorpora a su repertorio una de sus grandes obras, 'El príncipe constante', escenificada a cuentagotas. Xavier Albertí la lleva más allá del catolicismo militante. Y Lluís Homar la protagoniza.

17 febrero, 2021 09:19

Hay una afirmación de Goethe que permite calibrar la importancia del próximo estreno de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, este miércoles, 17, en La Comedia. “Si toda la poesía del mundo desapareciera, sería posible reconstruirla a partir de las páginas de El príncipe constante”. Hablaba con conocimiento de causa el autor de Fausto pues él mismo había llevado a la escena esta obra de Calderón. Lo hizo en Weimar, el año 1810. Algunos incluso la colocan por encima de La vida es sueño. Pero, al contrario de esta, ha gozado de poca proyección en la cartelera. Sus montajes se cuentan con los dedos la mano en la última década. Un hecho que suscita una pregunta: por qué.

Xavier Albertí, encargado de armar la versión que podremos ver estos días, responde: “Porque es inmensa y dificilísima”. La complejidad estriba en su poso ideológico. El exdirector del TNC propone una lectura llamativa, según la cual Calderón, el sacerdote católico, se revela como un paladín de la libertad de conciencia. “Fue un reformista de la contrarreforma”, resume. En la trama está la clave de esta perspectiva, diametralmente opuesta a las tesis apoyadas particularmente por Menéndez Pelayo, “de un catolicismo militante”. Los hechos se sitúan en el siglo XV, durante la expansión del reino de Portugal por el norte de África. El infante Fernando, en su intento de tomar Tánger, cae prisionero. El rey marroquí, para liberarle, exige a cambió la devolución de Ceuta, previamente tomada por las huestes lusas. Fernando, en una decisión que le convierte en mártir, no se presta a la transacción porque, aduce, eso supondrá que miles de súbditos suyos se vean obligados a abjurar de la cristiandad. Y por ahí no pasa, aunque le cueste la vida.

Son unos hechos susceptibles de esgrimirse a mayor gloria de la fe ‘capitalizada’ en Roma. Pero para Albertí suponen una crítica a las imposiciones religiosas, como la que sufrirían los ceutíes con la reconquista de su tierra por parte del islam. “Es un capítulo que nos remite a lo sucedido en España con los judíos y musulmanes obligados a convertirse”, recuerda. Calderón, a su juicio, enuncia a través de El príncipe constante un alegato en favor de la libertad religiosa y del individuo frente a la razón de Estado y el dogmatismo. Su base es la voraz afición libresca del dramaturgo, satisfecha en la gran biblioteca del Duque de Alba, “y que tenía en Platón y San Agustín a sus pensadores de cabecera”. Y también –dato crucial– a Erasmo de Róterdam.

El otro gran escollo para escenificar este texto, según Albertí, es encontrar el actor adecuado para encarnar a Don Fernando. “Es necesario dar con alguien que se identifique plenamente con su viaje hacia lo esencial. Por su edad y por su situación actual, Lluís Homar [director de la CNTC, recordemos] se encuentra en el estado de ‘afinación’ idóneo para esta tarea. Si no lo tienes, te quedas en el virtuosismo técnico de los magníficos monólogos, pero no aflora la auténtica dimensión espiritual de la obra”. Homar, acompañado de Beatriz Argüello, Rafa Castejón, Jonás Alonso…, se moverá por un espacio limpio, cubierto por la arena del desierto. Esa diafanidad entrega todo el protagonismo a la palabra y la poesía. “Por eso también huimos de todo retoricismo arabizante en el vestuario. Los soldados de uno y otro bando se distinguen por sutiles detalles”.

Albertí pondera así mismo la ruptura de los corsés métricos que practica Calderón, en claro camino hacia el verso libre. “Recurre para ello a romances y silvas, que son las estructuras más abiertas”, explica. Metros ‘fluctuantes’ que le permiten al dramaturgo áureo lanzar, más o menos codificada, su alerta ante los totalitarismos intelectuales. “En una Europa donde se expande la islamofobia es importante que una obra como esta nos invite a reflexionar sobre el sustrato cultural común de las religiones abrahámicas: el cristianismo, el judaísmo y el islam, todas derivaciones del taoísmo, por cierto, y luego enfrentadas por las articulaciones políticas que se han hecho a partir de ellas”. El príncipe constante nos regala, en definitiva, “un viaje interior y una posibilidad de convivencia en tiempos de discordia”.

@alberojeda77