Dramaturgia transmedia, el antídoto contra el virus
Así es el teatro transmedia: multicanal, proteico e inmune a la pandemia. Alberto Conejero ha apostado por él para el próximo Festival de Otoño
8 julio, 2020 07:35La pandemia vació los patios de butacas. Frente a esa desastrosa circunstancia, el teatro se aferró al streaming y la proyección de funciones enlatadas para mantener las constantes vitales. Todos tuvimos claro desde el principio que aquello era una solución provisional y que, ni mucho menos, podría sustituir el rito ancestral que acuñaron los griegos. Era insuficiente. Pero aprovechando esta coyuntura adversa también han asomado la patita otros lenguajes que estaban encorsetados en laboratorios de I+D escénicos. Buen ejemplo es la dramaturgia transmedia, cuyos pioneros empezaron a mostrar su potencial a principios de los 90, si bien su implantación todavía es muy escasa. Alberto Conejero, en medio de sus comprensibles angustias para armar el Festival de Otoño, ha apostado por ella para la próxima edición.
Le empujó, por un lado, la responsabilidad que tenía como nuevo director del festival de ofrecer trabajo y futuro a un gremio desolado ante el efecto dominó de las cancelaciones. Y también la conciencia de que, si las cosas venían mal dadas en noviembre, por culpa de un rebrote, tendría un as en la manga para evitar que toda la programación se le derrumbase. Pero ¿qué es la dramaturgia transmedia? ¿Y por qué sus funciones están en gran medida blindadas frente a los estragos del virus? La respuesta a la primera pregunta aclara la segunda. La clave es su naturaleza multicanal. Las historias que se transmiten al público se pueden ramificar por una amplia diversidad de vías. De este modo, la necesidad de congregar público en un mismo espacio es menor. E incluso, en algunos casos, prescindible o limitada a grupos poco numerosos.
“Estas obras tienen cierta hermandad con los guiones de los videojuegos y las gincanas de nuestra juventud”. Alberto Conejero
Belén Santa-Olalla, creadora incluida en el ciclo que se dedicará a esta proteica sintaxis, junto a Antonio Rojano y el tándem formado por Rocío Bello y Javier Hernando, es una de las máximas especialistas en España. Ella, curtida en el Reino Unido, país donde lo transmedia sí está muy asentado, con multitud de compañías experimentando en este banco de pruebas, da la clave que permite entender –con ejemplos concretos– su capacidad intrínseca para sobrevivir ante adversidades como lasque hemos sufrido: “Una dramaturgia transmedia podría proponer que los personajes hablaran entre sí en los comentarios de una foto en Instagram en vez de en el escenario. O que alguien del público compartiera ascensor con un actor y le escuchara conversar por teléfono con otro personaje sobre un tercero. O que consiguiera entrar en un grupo privado de Whatsapp y ser testigo de una confesión que lo cambia todo. A través de capturar estas cápsulas dramatúrgicas diseminadas, el espectador acaba experimentando la historia de una manera diferente”. Son variantes dramáticas que ya han puesto en práctica con su compañía Stroke 114, que dirige en alianza con Rodrigo de la Calva. Uno de los primeros proyectos que desarrollaron fue en el marco de 19 reinos, reclamo transmedia que se sacó Canal + de la manga para difundir el lanzamiento de la cuarta temporada de Juego de tronos. “Pudimos incluir fragmentos en los que los espectadores interactuaban con Edwyck, el personaje, tanto en el espacio físico como en espacios digitales”, recuerda Santa-Olalla. Otro de sus sustanciosos trabajos, Retrotopía, merodeaba en este concepto nacido de la prolífica cosecha de Zygmunt Bauman, que señaló que las utopías contemporáneas estaban excesivamente inspiradas en una idealización nostálgica del pasado. Lo definían como “un espectáculo de teatro inmersivo, diseñado para espacios no convencionales y aumentado con sonido binaural” (grabado con dos micrófonos para crear una sensación acústica envolvente, tridimensional).
Además, en 2016 realizaron una adaptación transmedia de El proceso, la novela de Kafka. “Construimos un universo en el que los espectadores pudieran sentirse como JosefK, a merced de un organismo jurídico incomprensible capaz de iniciar y ejecutar un proceso judicial absurdo en el que cuanto más intentas averiguar, más culpable se te considera. Partiendo de esta premisa, construimos un entramado de webs, plataformas digitales, exposiciones fotográficas, intervenciones callejeras, emails y llamadas personalizadas que concluían con la interacción con los actores en el mismo teatro”, explica la heterogénea artista, que estima justo mencionar que aquella versión nació de la incubadora escénica del Teatro Cervantes de Málaga: la Factoría Echegaray.
El banco de pruebas británico
A juicio de Santa-Olalla, sin apoyos de este tipo a los nuevos formatos, su evolución sería inevitablemente mucho más lenta. Cita como referente el que presta en Reino Unido el Arts Council, donde compañías como Punch Drunk, Secret Cinema, Zu-Uk, Blast Theory y Coney, llevan años rompiendo los moldes de la acción (y la recepción) dramática. Por eso celebra la toma de partido de Conejero para el próximo otoño, lo que le permitirá cristalizar su propuesta arborescente a partir de algunas reflexiones del filósofo del momento, el coreano Byung-Chul Han, sobre derivas sociológicas como el exhibicionismo obsesivo y la contradictoria soledad fruto de la hiperconexión.
El autor de La piedra oscura y La geometría del trigo (Premio Nacional de Literatura Dramática en 2019) apunta que “hay cierta hermandad con los guiones de los video juegos e incluso con las gincanas de nuestra juventud”. A estas dos referencias habría que sumar las escape rooms, fenómeno más reciente. “Lo que proponen estas obras –añade– es un ‘viaje de espectador’: este ha de seguir el desarrollo de una historia que va sucediendo en sucesivos espacios, lenguajes y tiempos. Una historia que puede nacer en Zoom o Instagram para saltar luego a una galería de arte y culminar en la radio”.
Actitud omnívora
Este último medio será fundamental en los tres espectáculos. Daniel Galindo, director y presentador de La Sala, programa de Radio Nacional de España especializado en teatro, pondrá este espacio radiofónico al servicio de los autores. “Creo que es un modo de llevar al presente la larga tradición de teatro radiofónico”, señala Conejero. Aflora así la paradoja de que los montajes más innovadores del siglo XXI recurran al invento de Marconi, lo que demuestra la actitud omnívora y desacomplejada de sus artífices: para ellos, todo es aprovechable si suma significados. Y de alguna manera prueba también su sintonía con Marshall McLuhan: el medio es el mensaje.
“El entorno transmedia me permite explorar posibilidades y afluentes de una historia que se desborda”. Antonio Rojano
Lo confirma Rocío Bello, actriz, dramaturga, fotógrafa y directora de la Escuela Municipal de Arte Dramático de Madrid: “Los cauces por los que se desarrolla la dramaturgia transmedia son parte de su contenido”. La propuesta que está confeccionando para noviembre consta de varios capítulos, cada uno con un molde diferente: una canción en la radio, una obra de teatro, conversaciones e intercambio de documentos a través de redes sociales o mails y un paseo por una exposición. “Todos crean la red de una historia, la expanden y permiten que el público se acerque a los personajes, a su intimidad, de una manera diferente. Y la historia, claro, también llega de otra forma, hasta el patio de butacas o el banco de un parque con su teléfono móvil. El espectador tiene un rol activo, sigue la historia, la busca, está en ella”, explica su partenaire Javier Hernando Herráez, codirector de la compañía Los Bárbaros y jefe de estudios de la Escuela Superior de Arte Dramático de Castilla y León.
Ambos han ganado varios premios por sus producciones para público joven, como Estrellas y agujeros negros (entre otras cosas) y Necesito una flor. En su trabajo para el festival, #yonunca, vuelven a dirigirse a ese target. Ahora están en fase de acumular intuiciones y perfilar personajes. “Tenemos una chica que no tiene canción, una historia de amor (quizá sin amor), los parques de Madrid, los viajes en cercanías, un chico que no tiene redes sociales...”.
Antonio Rojano, por su parte, está trabajando en El libro de Toji (título provisional). “Surge de una residencia realizada en Corea del Sur en 2018. Desde la distancia y el exotismo de un país remoto, estuve desarrollando una investigación sobre la identidad y la memoria a partir de documentos de la Guerra Civil española. Por un lado, apareció el paralelismo directo y real con la Guerra de Corea, pero, por el otro, se abrió ante mí un mundo de ritos funerarios y fantasmas de ojos rasgados”.
El soldado riojano
En su investigación dio con un soldado (real) que se llamaba igual que él y por ahí va escarbando. “El entorno transmedia me permite explorar muchas de las posibilidades y afluentes de una historia que se desborda. El resultado debería parecerse a un artefacto mixto que empleara distintos disfraces según el medio en el que sean presentados. Viajaríamos de la palabra de un diario a la imagen en la pantalla, del texto divulgativo a la ficción sonora, y tras una creación audiovisual alcanzaríamos, por último,lo dramático”.
Lo dramático cuenta ahora con un aliado capaz de adaptarse a los contextos más adversos para mantenerse latiendo. Conejero tiene un comodín que le permite hoy ofrecer garantías: “En una situación así el criterio no puede ser sólo la excelencia artística. La situación del sector es crítica. Mi inquietud ha sido y es cómo estar al lado de las compañías, cómo estar del lado del sí, de la vuelta de las artes escénicas cuanto antes a nuestra comunidad. El Festival de Otoño va a celebrarse, como se pueda, ojalá que lo más parecido a lo que soñamos, pero va a celebrarse”. Porque al menos estos tres montajes, rebrotes mediante, no caerán.