La pérdida de prestigio, subvención, el buen público... dos maneras de ver el teatro
Albert Boadella y Adolfo Marsillach
13 diciembre, 2000 01:00Hace unas semanas, EL CULTURAL reunía en sus páginas a muchos de los principales dramaturgos que debatían en el Congreso de Alicante los principales problemas de nuestra escena. Ahora Albert Boadella y Adolfo Marsillach toman la palabra. Dos de los últimos monstruos de nuestra escena, libres y trasgresores, discuten la salud del teatro español contemporáneo, el papel del Estado como mecenas, la falta de público y de nuevos creadores. Si Boadella asegura que "el peor genocida de las artes es un gestor cultural", Marsillach afirma que el teatro ahora "es mejor, pero más aburrido" y propone que el Estado tenga una sala para estrenar fracasos seguros, porque este riesgo fomentaría "la aparición de grandes creadores"
¿Por qué ya no hay en el teatro escuelas o vanguardias, en el sentido de nuevas formulaciones teóricas y experiencias prácticas, que generen grupos de entusiastas? ¿Tiene algo que ver el culto a la vulgaridad que impera en nuestra sociedad, impuesta por la masificación de la cultura?-Albert Boadella: La implantación del mercado como único principio de funcionamiento social condiciona una tipología concreta de productos que puedan aspirar a la supervivencia. Un teatro que intente presentar contenidos formales e ideológicos distintos, tiene que enfrentarse a las leyes del mercado, en cosas tan esenciales como crear una tradición a través de un núcleo estable, o simplemente cambiar la duración del tiempo de ensayo. No debemos olvidar que sistemáticamente el mercado impone la preparación de una obra en un máximo de dos meses, obviamente así solo son posibles los productos que figuran en las programaciones actuales.
-Adolfo Marsillach: Perdóneme, pero no comprendo bien la pregunta ¿Qué se entiende por escuelas o vanguardias? ¿Los desesperados intentos por hacer un teatro "distinto" en medio de un ambiente hostil y convencional? Son admirables propósitos que siempre han existido y siguen existiendo aunque a veces sucumban ante la brutalidad de las leyes del mercado. Lo que ocurre es que durante la dictadura las cosas estaban más claras porque la rebelión estética iba unida al enfrentamiento político y eso despierta un entusiasmo -un apasionamiento- del que hoy carecemos. Tal vez ahora hagamos mejor teatro, pero más aburrido, y no estoy seguro de que la causa sea la masificación de la cultura. El problema está en nosotros mismos. A lo mejor ya no tenemos nada que decir. Estamos tapando con el lujo institucional el hueco de nuestras ideas.
-Básicamente, la mayoría de los actores de teatro son desconocidos. Es obvio que el teatro ha perdido prestigio en la sociedad actual pero, ¿también entre las elites culturales?
-Albert Boadella: Lo mejor que posee en este momento el teatro en España es el público. Hay una cierta variedad de espectadores entre las clases medias, que no condicionan un teatro elitista y endogámico, como ocurre en otros países europeos, donde el teatro es un producto usurpado por un club de exquisitos, con cargo al contribuyente. Para que la ciudadanía tenga más necesidad del teatro, sólo es cuestión de esperar pacientemente la reacción de los anticuerpos, ante la saturación de medios tecnificados.
-Adolfo Marsillach: El teatro es minoritario casi por definición. (Han existido excepciones históricas maravillosas, aunque infrecuentes). Y los actores españoles quieren ser populares, ante todo. Son términos antagónicos. El prestigio nunca ha sido popular. Hay que elegir y la mayoría de nuestros intérpretes está eligiendo mal. A mi juicio, claro.
Sin ánimo de transgresión
-Sorprende que en los últimos 25 años no se haya estrenado ninguna obra sobre el conflicto vasco. ¿Por qué? ¿Es que el miedo ha calado tan hasta las raíces de los artistas españoles?
- Albert Boadella: En las últimas décadas el teatro ha sido un producto de la cultura de consumo, sin ánimo de riesgo o transgresión. Paradójicamente se ha creado un teatro domesticado por el poder, en la época de mayores libertades constitucionales. Seguramente tiene algo que ver con la irrupción de los Estados como nuevos mecenas de la cultura. Los artistas parecen someterse voluntariamente a un tributo de vasallaje, y ello acota su terreno creativo a una idea puramente nihilista y esteticista de la realidad, para no generar problemas con quien les proporciona la subsistencia.
-Adolfo Marsillach: Nadie tiene valor -ni talento- para afrontar este tema. Me parece que es más un miedo ético e intelectual que físico. Al menos, en mi caso.
-La estructura teatral de compañía estable suena a fórmula desfasada, cara, poco acorde con los tiempos actuales ¿Está de acuerdo o cree que es la única forma de mantener una tradición teatral? ¿Por qué es tan difícil mantener en nuestro país una compañía estable? ¿De quién es la culpa?
-Albert Boadella: Llevo treinta y nueve años con una compañía estable, cuya trayectoria actual en el terreno de la calidad y los contenidos parece indiscutible. Los niveles de ayuda institucional han sido insignificantes con relación al despliegue de medios. Sin embargo, hemos tenido un adversario temible: El intervencionismo de las instituciones en nuestro sector, que se ha convertido en una prepotente competencia desleal, mediante intervenciones agresivas y destructoras del equilibrio ecológico del gremio. Es mucho mas duro sobrevivir contra ello, que contra cualquier poder fáctico.
-Adolfo Marsillach: Sigo creyendo en las compañías estables. No están desfasadas. Al contrario. Son imprescindibles. Pero no existen. (Sí hay "grupos", pero eso es otra cosa). ¿De quién es la culpa? Lamento decirlo, pero fundamentalmente de los actores que se han vendido -están en su derecho- a la televisión. Lo que está pasando en la Compañía Nacional de Teatro Clásico con la complacencia y complicidad de la Administración es una vergöenza. Se está privatizando un teatro nacional en beneficio de unos pocos. Y detrás irá el Centro Dramático Nacional, si alguien no lo evita.
Prejuicios absurdos
-¿Por qué sigue sonando peyorativo lo de ser un autor comercial? ¿condiciona el público su manera de hacer teatro? ¿Conoce a su público (edad, ingresos...)? Y la crítica ¿tiene influencia real para decidir el éxito de sus obras?
-Albert Boadella: Uno de los últimos refugios de los llamados "progres" ha sido el teatro. Por ello estamos invadidos aún de prejuicios absurdos, sobre la comercialidad o la desconfianza que genera el éxito de una obra. Sinceramente creo que el público condiciona de tal manera el teatro, que incluso cuando una obra se representa con mucho público alcanza mayor calidad que ante pocos espectadores. No debemos olvidar que el teatro se halla sujeto al fenómeno colectivo de la multiplicación de emociones.
-Adolfo Marsillach: ¿Por qué debe ser malo que el teatro pretenda ser comercial? Todo depende de las formas que utilicemos para conseguir dicha "comercialidad". El éxito no es la medida de todas las cosas. Opino que el Estado -y su cohorte de Autonomías- debería crear un local dedicado a estrenar espectáculos cuya posibilidad de fracaso fuese muy alta. Este riesgo fomentaría la aparición de grandes creadores.
- Hay una idea generalizada de que el teatro español, sin las ayudas públicas, no sobreviviría. ¿Está de acuerdo? ¿Cree que la popularización del teatro, adoptando medidas como, por ejemplo, bajar el precio de las entradas, animaría a la gente a ir al teatro? ¿Se le ocurren otras ideas?
-Albert Boadella: La única iniciativa que se me ocurre es que los políticos se sometan a una terapia para erradicar su complejo de Lorenzo de Medicis. Sin sus intervenciones culturales y las inversiones millonarias de sus inclinaciones artísticas, la sociedad civil expresaría de forma mas natural las propias tendencias, y los practicantes de las artes nos ganaríamos mucho mejor la vida. No hay peor genocida de las artes que un gestor cultural.
-Adolfo Marsillach: Las subvenciones son tan necesarias como perversas. Algo así como esos amores que matan, pero que no se quieren -ni se pueden- abandonar. ¿Medidas para que la gente vaya al teatro?: cualquiera menos bajar el precio de las localidades. Un día a la semana, bueno, pero todos... ¿Por qué va a ser más barato ir al teatro que tomarse unas cañitas? Sólo existe una posibilidad razonable: provocar el interés del público hasta conseguir que las subvenciones desaparezcan.
Los adversarios externos
-España cuenta con una tradición teatral más o menos continuada, hay un teatro español. Sin embargo, en algunas comunidades autónomas únicamente se subvenciona en los últimos tiempos el teatro escrito y producito en la lengua autonómica. De seguir manteniéndose esta situación, ¿qué futuro le augura al teatro en español?
-Albert Boadella: Creo que mi anterior contestación también es valida para esta pregunta, sin embargo añadiré que si a la ignorancia de la gestión cultural, añadimos además la estupidez provinciana, entonces el teatro corre el peligro de ser genial, porque no debemos olvidar que en épocas de persecución inquisitorial y teocrática se crearon grandes obras artísticas de la humanidad. Al teatro actual le fallan los adversarios externos.
-Adolfo Marsillach: ¿Por qué el teatro escrito y producido en una lengua autonómica tiene que afectar al que se estrena en castellano? No observo incompatibilidad alguna.