Las arias interminables pueden ser un gustazo para el tímpano, como escuchar un canario entre los árboles una mañana de primavera. Pero, desde el punto de vista dramatúrgico, plantean alguna dificultad. El ritmo de la trama encalla entre las florituras. Por eso el bel canto, desde Händel a Rossini, es una patata caliente (por no decir una losa) para los directores de escena contemporáneos. Les obliga a arbitrar soluciones conciliatorias entre acción y partitura.
Así le sucedió a Laurent Pelly cuando Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, le encargó montar Il turco in Italia en el coliseo madrileño. “Con Rossini a veces pasa que, de repente, te encuentras en escena a todos los personajes y el sentido de la historia se ha evaporado para dar paso al delirio musical”, explica de manera sintética e ilustrativa el regista francés.
No tardó Pelly, sin embargo, en dar con la tecla para engranar musica e parole: la fotonovela. “Fue un género que se inventó al término de la II Guerra Mundial en Italia. Luego se extendió por Francia y España. Tuvo mucho éxito”, apunta Laurent Pelly a El Cultural en un aristocrático salón del Real: alfombras mullidas, sillas aterciopeladas y un pianoforte de pega.
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Pelly se siente como en casa. Il turco in Italia será su sexta producción en Madrid, tras Hansel y Gretel, Falstaff, El gallo de oro, Viva la mamma y aquella Hija del regimiento que puso en órbita a Javier Camarena gracias a los sucesivos do de pecho. Aparte, el próximo curso se atreverá con Los maestros cantores de Wagner.
“Se trabaja de maravilla aquí. Es un gran teatro internacional pero a la vez tiene una atmósfera familiar. La gente está pendiente de tu trabajo para que salga lo mejor posible y te da los buenos días cada mañana. No es así en el Met o el Palais Garnier”, señala Pelly, que se saca de la manga un pequeño truco para que su ‘artimaña’ formal de la fotonovela empaste con libreto rossiniano.
Fiorilla, la veleidosa protagonista (el papel se lo reparten Lissette Oropesa, Sara Blanch y Sabina Puértolas), es muy aficionada a este género que combina fotografías y bocadillos. Le permite soñar con vidas más estimulantes que la suya, embarrancada en un matrimonio tedioso con Geronio (Misha Kiria y Pietro Spagnoli).
Pelly sitúa la acción precisamente en el periodo en que las fotonovelas causan sensación. De entrada, presenta a Fiorilla en su anodina casa de clase media, con un jardincito bien arreglado. Al zambullirse en sus páginas, se ve de pronto embelesada por Selim (Álex Expósito y Adrian Sâmpetrean), un turco que encarna el paradigma de la virilidad y el exotismo.
Pelly admite que un referente para gestar esta pirueta fue Mia Farrow en la película de Woody Allen La rosa púrpura de El Cairo (1985), en la que también acontece una ruptura de las lindes entre ficción y realidad. Por otro lado, Pelly cita a Fellini, que filtró en El jeque blanco (1952) el boom fotonovelístico en su país.
Los vasos comunicantes con el cine no terminan ahí. Pelly suele diseñar el vestuario de sus montajes. Il turco in Italia del Real no es una excepción. “En este terreno, siempre tengo presente a Jacques Tati, pero aquí más todavía. Me gustan prendas sencillas y que contribuyan al tono cómico y burlesco”. Aunque ese tono se torna en la segunda parte de la obra más bien dramático, propio de una ópera seria. “Por eso, necesito caracterizar a los personajes con un aire divertido que, en cualquier momento, puede pasar al patetismo y el drama. Il turco..., al final, podría equipararse a Lucia [di Lammermoor]”, explica.
“'Il turco' es una obra pionera en Rossini, prueba general de 'La gazza ladra', que a su vez abre la puerta a las óperas serias”. G. Sagripanti
Pelly tiene un aliado de su máxima confianza en el foso. A Giacomo Sagripanti lo conoció compartiendo cartel en París a propósito de El elixir de amor de Donizetti. Conectaron muy bien y, cuando Matabosch le propuso a Pelly enfrascarse con Rossini, sacó a relucir el nombre del maestro italiano. Sagripanti ve en el tránsito progresivo de lo bufo a lo dramático “una prueba general de Rossini previa a la composición de La gazza ladra, que a su vez abre la puerta a las óperas serias: Semiramide, Armida, Mosè in Egitto… Es, pues, una ópera importante en su carrera porque tiene un carácter pionero”.
En Il turco... ha sido tradicionalmente detectada la admiración de Rossini por Mozart. Sagripanti, que debuta en el Real, también la constata pero dice que está más en lo atmosférico que en lo estrictamente musical. “En el aire quiromántico, en lo mesmerístico y lo exótico, así como en lo metateatral, aunque mientras que Fígaro desencadena la acción, el poeta Prosdocimo aquí va reaccionando a ella sobre la marcha”, precisa.
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A este último, que en el libreto de Rossini es el autor de la historia del turco que desembarca en Nápoles y sacude el matrimonio de Fiorilla, Pelly lo transforma en un bohemio integrado en la trama. Le resta así algo del poder demiúrgico que anticipa a Pirandello y su pulso con los personajes.