“Verdad y belleza”. Con esos adjetivos describe Alberto San Juan los diálogos de Lectura fácil, en los que vio instantáneamente un potencial escénico. Aparte, la historia de las cuatro discapacitadas –Marga, Nati, Ángeles y Patri– acogidas en un piso tutelado de la Generalitat situado en la Barceloneta tenía en el núcleo un tema que le motivaba particularmente: “el enfrentamiento del poder contra la vida”. Así que no dudó: quería llevar la novela a las tablas.
Su intención original era ocuparse en exclusiva de la dirección. Le planteó a Morales, que ganó con esta novela el Premio Nacional de Narrativa en 2019, que se encargara de la adaptación. Pero la escritora declinó. “Es que ella siempre anda en mil líos”, apunta San Juan a El Cultural.
Así que decidió remangarse él mismo con una versión nada sencilla, porque si bien es cierto que la novela está cuajada de diálogos, también es un artefacto de más de 400 páginas armado con diversos mimbres narrativos: transcripciones de declaraciones judiciales (en concreto, del proceso abierto para esterilizar a Marga, cuya incontinencia sexual ha alertado a los funcionarios de la Generalitat) y fanzines antisistema, deliberaciones en asambleas anarcoides, escritos conforme a las reglas de la ‘lectura fácil’ (una técnica de escritura simplificada en aras de la inclusión)…
“Hacer la adaptación ha sido un dolor por todas las cosas maravillosas que tenía que ir dejando fuera”, dice Alberto San juan
“La verdad es que ha sido un dolor por todas las cosas maravillosas que tenía que ir dejando fuera, como los debates en el ateneo libertario. Empecé con una versión de poco más de cien páginas y ahora tengo una de cincuenta”, señala el fundador de Animalario, mítica compañía con la que, junto a cómplices como Andrés Lima, practicó un teatro con un marcado sentido del espectáculo y con una actitud crítica y paródica. Unas claves que ha mantenido coleantes en el Teatro del Barrio, sala que abrió en el barrio de Lavapiés, referente hoy de la escena contestataria capitalina.
San Juan mantuvo una comunicación fluida con la autora de Terroristas modernos durante la conversión de la novela en libreto. “Ha sido muy respetuosa. Solo me señaló tres o cuatro cosas que no le cuadraban o le parecían incoherentes”.
La implicación de la escritora invita a pensar que mostrará su aquiescencia con el montaje (al menos, con la dramaturgia). Algo que contrasta con los reproches de Morales a la serie rodada por Anna. R. Costa a partir también de Lectura fácil, que fue exhibida en el pasado Festival de San Sebastián. Morales, con su vehemencia característica, la retituló como Nazi y mostró su descontento por el hecho de que, a su juicio, hubiera perdido en el tránsito a la pantalla el carácter radical y punzante contra el sistema público de tutelaje de las personas con discapacidad.
“No me parece importante esta polémica. Ella vendió los derechos y se expone a que no le guste el resultado, que era algo que, por ejemplo, le pasaba siempre a Juan Marsé, y no por eso dejó de vender sus novelas. Quien compra los derechos puede expresar su visión de la obra y Morales puede dar su opinión”, argumenta con lógica solvente San Juan, que esta temporada ha vuelto al Bellas Artes con Poeta en Nueva York, su vibrante evocación del poemario del Lorca abducido por la negritud de Estados Unidos y espantado por el capitalismo frenético y desbocado que iba arrinconando los últimos reductos resistencia humanista allí. “Este Lorca de Poeta en Nueva York yo lo conecto con la Lectura fácil de Cristina. Son dos visiones críticas contra esos poderes que interfieren en el deseo de los hombres y las mujeres de disfrutar de la vida”.
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Poética política
Como detalle anecdótico, apuntamos otro dato que enlaza ambos trabajos: Morales, como Lorca, nació en Granada; en 1985, para más señas. O igual no es tan anecdótico: en su realismo sucio, pleno de tacos y giros coloquiales, con su fervor ordinario, se percibe no obstante una querencia poética que acaso tenga que ver con ese origen granadino, territorio fértil en vates de toda laya.
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Incluso palpita cuando la Nati, universitaria, la más ilustrada por tanto de las cuatro coinquilinas, articula sus razonamientos políticos contra las “feministas castradoras”, los indepes obedientes, la función alienante del Metro en cualquier población, convertida en rebaño dentro de sus vagones, los anarcas conservadores en materia sexual… Hay palos para todos porque, en el fondo de la novela, palpita una rabia profunda contra la hipocresía y la estrechez de miras.
Pero también hay mucho humor, que procede de una mirada costumbrista sin remilgo alguno. “Fue fundamental para lanzarme con la adaptación. Yo no quiero participar ya en películas u obras de teatro que no tengan humor”, aclara taxativo San Juan, que ha incluido algunas cuñas de su propia cosecha en la dramaturgia.
Se trata de tres monólogos que necesitaba para darle más cancha a algunos personajes que, en la novela, tenían una presencia apenas funcional. En concreto, la jueza que ha de pronunciarse sobre la esterilización de Marga y otros dos discapacitados con los que las protagonistas deben reunirse en una especie de terapias de grupo en un centro social.
A todos ellos les darán vida siete intérpretes que, para hacerse entender pero con contrariedad, San Juan define como “normativos” (tres de ellos) y “diversos” (los otros cuatro).
En la localización introduce otro cambio: pasamos de la Barceloneta frente al mar a Hortaleza, en Madrid (no se precisa el sitio, pero sí se consigna que utilizan el Metro de Mar de Cristal). San Juan, que recurre a un espacio escénico simbólico similar a una sala terapéutica de un manicomio, dice que el traslado carece de relevancia. “Es una historia de opresión que puede darse en cualquier sitio y que trasciende la discapacidad”.