Premio Herralde de Novela. Anagrama. Barcelona, 2018.424 páginas. 19,90 €. Ebook: 9,99 €
Uno querría sentarse en silencio junto al lector (quiero decir, junto a cada uno de ellos) que se interna en Lectura fácil, y adivinar cuál es el momento exacto en que ese lector descubre que Cristina Morales (Granada, 1985) ha logrado ponerle contra las cuerdas. Seguro que registras algún gesto, o un movimiento corporal aunque sea inconsciente, cuando la novela tarde o temprano señala tus contradicciones, tu ignorancia, tu doble moral o la rigidez de alguno de tus prejuicios; porque eso acabará ocurriendo invariablemente, apuesto por ello. Así, el último Premio Herralde se confirma como una narración incómoda, esta vez de verdad.
La incomodidad es múltiple, como corresponde a la inteligencia exigente y mordaz de su autora. Desde luego y en primer lugar, incomoda que sus protagonistas sean cuatro mujeres supuestamente aquejadas de discapacidad intelectual que, pese a ello, no sólo tienen la virtud arquetípica de “decir la verdad” (como hacían los ciegos o los locos en tantas historias clásicas) sobre las instituciones y las leyes que se comportan como carceleras reaccionarias, sino que además las confrontan activamente con sus cuerpos, sus instintos, sus palabras. Pero la novela no apuntala nuestra buena conciencia. Muy al contrario, nos empuja al lado feo de la fábula: o participamos de la retórica y el sentido común opresores, o somos igual de hipócritas que los supuestos activistas que pueblan estas páginas, o resultamos ridículos, didácticos y sumisos. “Mediocre es lo inofensivo”, se lee en Lectura fácil, y ahí se reconoce uno al acabar el libro,sin duda impresionado por su energía.
La escritura de Morales es demoledora, desbordante, y 'Lectura fácil', un desafío al criterio del 'gusto' literario
Esa energía se manifiesta en multitud de discursos deliberadamente bastardos, todo lo contrario de lo “prestigioso” o de la “alta literatura”, sean esas las cosas ridículas que sean. Morales cuenta la historia de unas compañeras de piso tutelado que tienen una sexualidad intensa, un lenguaje libre y una sororidad compleja. Viven en la Barcelona anarquista de la okupación, el moderneo subvencionado, el adanismo gentrificado o los fanzines fotocopiados (se reproduce uno, desopilante y rabioso, de innegable incorrección política, en las páginas centrales). Es una Barcelona que podría recordar la de Pornoburka (Ediciones Cautivas, 2013) de Brigitte Vasallo, con la que comparte fiereza. Hay una “trama” central: una jueza tiene que decidir si aprueba la esterilización de Marga, dadas su soltura erótica y su discapacidad. Sólo con esto, Lectura fácil ya es terrorífica. Pero a base de declaraciones judiciales, actas de asambleas en ateneos libertarios o reflexiones en torno al movimiento corporal, el terror y la incomodidad se convierten en lágrimas de risa y emboscaduras a lo hegemónico. Quizás la mejor broma, y la más lúcida, sea la que da título al libro, esa novela autobiográfica que escribe Àngels en mensajes de Whats–App y según las reglas de la llamada “lectura fácil”, un método pedagógico para personas discapacitadas. La lectura fácil proscribe la polisemia, pero recomienda que los documentos Word se compongan “sin justificar”, es decir sin unificar la extensión de las líneas, y esa falta de justificación que Àngels respeta escrupulosamente es la más aguda de las muchas polisemias que pueblan su texto. Lectura fácil que no se justifica, ni falta que le hace, frente al opresor.
Charneguismo, locuacidad disruptiva, azotainas al progre y al cupaire, sexualidad instintiva descrita con avidez celebratoria... Lectura fácil hace emerger un mundo político que aspira a ser libre, que pocas veces logra serlo, y que cierra 2018 asistiendo a la certeza de nuevas regresiones en el horizonte. Que Morales no tenga reparos en dedicar páginas y páginas al panfleto político, sin concesiones ni medias tintas, rozando la trolleada o bailando un pogo con el lector, es también un desafío al criterio convencional del “gusto” literario (y por eso, uno también querría sentarse en silencio y observar a algunos prescriptores que alabarán la novela cuando, en realidad, no puede gustarles porque quiere disgustarles). La escritura de Morales es demoledora, desbordante, rotando de la intimidad pringosa al estallido de furia, de allí a lo paródico cotidiano pasando por lo sarcástico institucional, para volver siempre a un lenguaje de nuevo cuño, intransferible e indomable: el de sus cuatro protagonistas que, conociendo las reglas, se las saltan en piruetas que a los demás nos dejan en ridículo.