Tras cerrar su mandato al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (2004-2011), Eduardo Vasco (Madrid, 1968) siguió haciendo camino con Noviembre Teatro, la formación que fundó en 1995. Liberado del peso institucional, en estos últimos años se mueve con mayor libertad, alternando puestas en escena de autores contemporáneos, de su venerado Shakespeare y de nuestros clásicos áureos, a los que ha seguido defendiendo desde la precaria trinchera privada. Ahora ha recuperado Entre bobos anda el juego, de Rojas Zorrilla, un autor que incluso superó en popularidad a Lope pero cuya carrera se vio truncada por una muerte callejera en turbias circunstancias. La estrena en La Comedia el próximo miércoles 13.
Pregunta. Confiesa que siempre ha leído con pasión a Rojas Zorrilla. ¿Por qué?
Respuesta. Porque representa el lado más canalla del Siglo de Oro. De hecho, lo mataron en la calle en un lance. Debía de ser bastante pendenciero. Eso se reflejaba en su escritura, donde muestra con un alto nivel de costumbrismo paródico los bajos fondos de la sociedad. Se salió del decoro cortesano de Lope y Calderón y anticipó algunas cosas primordiales. Creó por ejemplo el 'figurón', un tipo de personaje grotesco, excesivo, claro precedente de Valle-Inclán.
P. ¿De su esperpento?
R. Sí. Entre Valle y el monstruo barroco hay una línea directa, aunque Rojas lo contamina más con lo callejero, abriendo la comedia a un territorio más descarnado donde se mueven seres menos amables. El problema es que esa tendencia realista y de humor paródico se cortó. A partir de la muerte de Calderón, nuestra comedia se afrancesa y pierde sus raíces.
P. Entre bobos... es precisamente un ejemplo paradigmático de la 'comedia de figurón', subgénero del de capa y espada. ¿Qué le caracteriza?
R. Que todo gira en torno a un personaje que es un impresentable, cuya única cualidad es la posesión de posibles que le permiten hacer y deshacer en vidas ajenas. Es rico pero ignorante. El resto de personajes intentan capear sus designios con la picaresca. Lo cierto es que es un perfil que encontramos muy habitualmente cuando encendemos la televisión. Frente a ellos, la única arma que tenemos es la risa y la parodia, aunque sin pasarnos, porque podemos acabar en la cárcel.
P.- ¿Tiene la sátira teatral de hoy un alcance social tan amplio como en el Siglo de Oro?
R. Hay más válvulas de escape para la sátira: la prensa, las redes sociales, programas críticos… Pero el teatro sigue siendo la más inmediata. Y hay mucha gente haciendo un teatro político y crítico muy directo.
"Se programa sólo lo que a la gente le suena. Por eso cada vez le sonará menos. Así es difícil ir más allá de lope y calderón "
P. ¿Pero llega a tanta gente como en el siglo XVI? Entonces no tenía que competir con tantos focos de entretenimiento.
R. El problema es que al teatro va un público muy selecto. El que va sabe lo que quiere ver. Es difícil que haya trasvases. A quien va a ver a Arturo Fernández no te lo encuentras en el Teatro del Barrio, y viceversa.
P. En cambio, en un corral de comedias se reunía todo quisque, ¿no?
R. Sí, pero el público también era un grupo social muy concreto. Los corrales tenían que cambiar cada día o cada dos de comedia porque, si no, se quedaban sin gente. Era un público muy heterogéneo socialmente pero no muy numeroso. Y había comedias muy subversivas, sí, pero ciertas instituciones no se tocaban. Si se quería criticar a un rey, tenías que echar mano de una obra irlandesa o danesa o vaya usted a saber.
P. Al estreno de Entre bobos..., por cierto, fue Felipe IV. Eso hoy parece impensable.
R. Ya, pero al poco tiempo los monarcas prefirieron que el teatro se acercase a ellos que ellos al teatro. Y se llevaron los cómicos a palacio. En ese contexto, claro, no no podían ser muy subversivos.
P. Entre bobos... es una obra maniquea: los hombres son bobos; y las mujeres, dignas. Creo que han querido introducir algo más de ambigüedad, ¿no?
R. En realidad, bobo de verdad es sólo uno, los otros se ven obligados a serlo para sobrevivirle, para evitar la sentencia condenatoria de su dinero. Están abocados a comportarse absurdamente para engañarle. De ahí el humor.
P. Humor para abordar una tragedia: la de una mujer obligada casarse con un idiota, acosada por otro hombre y enamorada de un pusilánime. Es llamativa la denuncia 'feminista' del Siglo de Oro cuatro siglos antes del Me Too.
R. Para Lope, Calderón e incluso para Tirso las mujeres son seres sensibles, inteligentes y capaces. También son alucinantes las mujeres de Cervantes, escuchar cómo reflexionan sobre la libertad.
P.- Por eso duele más el prejuicio que asocia el Siglo de Oro a carcundia carpetovetónica, ¿no?
R. Si te quedas en La dama boba y La dama duende, tu visión es muy limitada porque hay más de mil poetas y dramaturgos de esa época dignos de leerse. Hubo periodos en que Rojas Zorrilla, por ejemplo, se representaba más que Lope.
P. Ahora es muy complicado trascender el tándem Calderón-Lope.
R. Sí, por el sistema de mercado escénico que tenemos. Se programa sólo lo que a la gente le suena y, así, le sonará cada vez menos. La amplitud del repertorio es algo que se debe defender, sobre todo en el teatro público. Nosotros en Noviembre Teatro también lo hacemos, aunque a veces parece un suicidio.
Controlar el ego
P. ¿Mantienen en esta puesta en escena su credo: poco atrezzo, mucha interpretación?
R. Sí, lo que hago siempre es escuchar atentamente al autor, y no poner mi ego delante de él. La obra está pensada para ser representada sobre un tablado. Y seguimos esa filosofía. No veíamos claro situarla en la Estación Espacial Internacional. Nos gusta cuidar el verso y el espíritu clásico. Eso no quiere que decir que no nos desmelenemos.
P. ¿Echa de menos el respaldo de una institución como la CNTC cuando intenta levantar sus montajes con Noviembre Teatro?
R. Hombre, tiene la ventaja de los recursos que te ofrece. Pero cada vez que levantas el telón estás representando a una institución. El no tener que hacerlo te da mayor libertad. Cuando era director de la Compañía Nacional tenía muy claro que debía mantener su prestigio e incluso hacerlo crecer, porque había costado mucho construirlo. Y es muy frágil. De pronto te llega un político con ínfulas de moderno y te pide sacar muchos vídeos y muchos micrófonos en todas las funciones y se lo carga.
P. ¿Teme por el relevo inminente de Pimenta?
R. Pues sí, me da pavor. Es que igual te pueden poner a Chikiliquatre a dirigir la compañía. Suena a coña pero puede pasar, estamos en España. Fíjese en el ministro de Cultura que nos pusieron hace cuatro días. La Compañía Nacional de Teatro Clásico no está para pachangas ni inventos interestelares.
P. En marzo estrena Espejo de víctima, de Ignacio del Moral, en el CDN. Al leerla sintió un impulso muy fuerte de escenificarla. ¿Por qué?
R. Son dos textos extraordinarios, muy pegados a la realidad, que reflexionan sobre una sociedad abocada a digerir muchas más cosas de las que puede. Me hace mucha ilusión porque yo debuté en el CDN hace más de 20 años ya con un texto suyo, Rey negro. Es pues un maravilloso reencuentro.