Permanente revisión. Calderón en el siglo XX
Cuarto Centenario de Calderón de la Barca
2 enero, 2000 01:00La versión de Manuel Canseco. Foto: Chicho
Malos fueron los setenta del siglo que se nos va para el teatro en general y, muy en especial, para el clásico. Por otra parte, cuando en 1981 se celebra el tercer centenario de la muerte de don Pedro, las puestas en escena de décadas anteriores (Luis Escobar, Luca de Tena, Tamayo, González Vergel, Narros, José Luis Alonso...) son ya historia teatral, historia llevada a cabo en el Español o en el María Guerrero de Madrid, a las puertas de las catedrales, en los Festivales de España, en el Corral de Almagro... Y, sin embargo, las dos últimas temporadas de esa década anuncian, de la mano de Canseco, Fernando Fernán Gómez o Guirau, un interés por los textos calderonianos que harían cambiar la fortuna de don Pedro en los escenarios españoles, pudiéndose fácilmente testimoniar también con ello la creciente presencia del teatro clásico en general, acompañando a Calderón y a Lope los nombres fundamentales del teatro español de los siglos XVI y XVII.Ese año 1981 es, pues, punto de referencia indiscutible para exponer lo que ha hecho la escena española por Calderón en los últimos tiempos, como lo es también para explicar el cambio que se produce en la estimación de los estudiosos y del público espectador hacia "otro" Calderón: el de las comedias, el de los entremeses y mojigangas, el autor trágico y no sólo el Calderón didáctico y ejemplarizante de los autos sacramentales y de unos cuantos títulos reiteradamente escenificados. Pero recordemos los montajes más significativos de 1981: El galán fantasma, con dirección de José Luis Alonso; La hija del aire, de Lluís Pasqual; La dama duende, en montaje de Antonio Guirau; La cisma de Inglaterra, de Manuel Canseco; La vida es sueño, de Luis G. Basurto; El desafío de Juan Rana, con dirección de César Oliva; La fiesta de los Austrias, sobre textos diversos de Calderón, de Antonio Guirau, y La vida es sueño, bajo la dirección de José Luis Gómez.
Algunos de estos montajes tuvieron amplia repercusión de público y la crítica también destacó la calidad especialmente de dos o tres de ellos (el de José Luis Gómez y, en menos medida, el de Lluís Pasqual), aunque fue la puesta en escena de El galán fantasma, llevado a cabo por José Luis Alonso, la que despertó mayor interés y se convirtió en bandera del renacer calderoniano en escena.
Otra causa fundamental de esa creciente presencia de los clásicos en la escena ha sido el Festival de Almagro, a partir de 1978 como Jornadas y algunas puestas en escena y, sobre todo, desde 1983 ya como Festival internacional y una amplia oferta de espectáculos. Efectivamente, el Festival de Almagro ha obligado a que exista una oferta de montajes que allí se presentan y luego giran por otros escenarios españoles; ha propiciado el encuentro, y con él el contraste y la reflexión, de profesionales de la escena y de especialistas de carácter más académico y, sobre todo, ha suscitado el interés de un público que había desaparecido de los teatros. De los muchos autores españoles y extranjeros que hasta ese mismo año han pasado por Almagro, Calderón, con Lope y Shakespeare, ocupan lugar de privilegio y ahí están los montajes de El Alcalde de Zalamea por Fernando Fernán Gómez; Casa con dos puertas..., La cisma de Inglaterra y No hay burlas con el amor, de Manuel Canseco; los ya citados de José Luis Alonso (El gran fantasma) y Lluís Pasqual (La hija del aire); la impresionante puesta en escena de La vida es sueño, por el Teatro del Ejército de Bulgaria; La devoción de la cruz por Eusebio Lázaro; El príncipe constante, por Alberto González Vergel; El secreto a voces y La vida es sueño, en versiones de la Compañía Zampanó; El Alcalde de Zalamea, de Francisco Portes; El gran teatro del mundo y Amar después de la muerte, por Teatro Corsario; La hija del aire, por el Teatro Stabile de Palermo... Estos montajes suponen un evidente testimonio de lo que ha supuesto la presencia de Calderón a partir de 1979-80, pues, con algunas excepciones, las obras que han estado en Almagro son las que antes o después del Festival se han presentado también en diferentes teatros españoles y, fundamentalmente madrileños; una de esas excepciones es, por ejemplo, el montaje que de Absalón llevó a cabo José Luis Gómez en el Teatro Español de Madrid en 1983.
Pero, aún teniendo esto en cuenta, faltan, sin embargo, algunas muy significativas puestas en escena calderonianas y son las correspondientes a otra de las razones por las que el teatro clásico español viene gozando de una relativa buena salud; nos referimos a la labor de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC), especialmente la realizada desde su fundación en 1986 hasta la temporada 1995-96.
Efectivamente, la CNTC presentó su primer montaje en Buenos Aires, en 1986, dirigido por Adolfo Marsillach -también director de la Compañía- y con la colaboración inestimable del escenógrafo Carlos Cytrynowski, colaboración que continuó hasta la muerte de éste en 1995. De lo mucho que ha aportado la CNTC al devenir del teatro clásico, necesario es recordar ahora lo que concierne a Calderón y que, entre otros datos, serían: El médico de su honra (1986 y 1994), con dirección de Adolfo Marsillach: Antes que todo es mi dama (1987), también con dirección de Marsillach; El Alcalde de Zalamea (1988) y La dama duende (1990), montajes de José Luis Alonso; Fiesta Barroca en 1992, bajo la dirección de Miguel Narros y con textos de Calderón; La vida es sueño (1996), dirección de Ariel García Valdés; No hay burlas con el amor (1998) con puesta en escena de Denis Rafter; El jardín de Falerina (1991), con dirección de Guillermo Heras.
Luciano GARCíA LORENZO