Image: Lorin Maazel, la batuta que dibujaba la música

Image: Lorin Maazel, la batuta que dibujaba la música

Escenarios

Lorin Maazel, la batuta que dibujaba la música

Los mejores fosos operísticos se quedan huérfanos de una batuta que era capaz de ensamblar, de soldar como pocas los múltiples elementos que se mueven en una representación.

14 julio, 2014 02:00

Lorin Maazel

Ver dirigir a Lorin Maazel era todo un espectáculo: bien erguido, la cabeza alta, una suave sonrisa en los labios o un atento gesto de concentración con el ceño levemente fruncido, los brazos abiertos en amplio compás, articulados desde los hombros en movimientos armoniosos y bellamente dibujados, la batuta alada, revoloteante como un pájaro. Su manera de marcar era sugerente, indicativa, nunca imperiosa o rígida, cuadriculada. En él todo era elegante, ligado, fluido, lo que no impedía, por supuesto, la cuadratura, la exactitud de los ataques, la precisión del ritmo. Sucedía que tenía una innata habilidad para dibujar la música en cualquier plano, para expresarla prácticamente sin hablar.

Era uno de los maestros de su generación -la de Abbado, Haitink, Dohnányi, Carlos Kleiber, Rozhdestvenski, Previn, Harnoncourt o Previn- que mejor manejaba el factor tiempo, que soldaba periodos y fraseaba con mayor libertad, que conocía el secreto del rubato; con el correspondiente peligro, usualmente salvado, de caer en manierismos o elongaciones. Sus superficies sonoras eran por lo común bruñidas, brillantes, fúlgidas, de extraordinario atractivo tímbrico, de rico colorido, perfectamente planificadas y construidas. No se le resistía ninguna dificultad, por grande que fuera, y así, tras dirigir, desde muy pronto -fue niño prodigio y se puso delante de una orquesta a los 8 años-, a los más grandes conjuntos del mundo, logró sacarle un enorme partido a una orquesta bisoña, joven, aún en formación, como la nuestra de la RTVE, con la que mantuvo una excelente relación, hasta el punto de que se le propuso la titularidad. La operación quedó abortada por presiones interesadas: su presencia habría supuesto el ensombrecimiento de los directores españoles que ocupaban tal puesto en aquel momento.

También dirigió Maazel a la Nacional de España, la primera vez nada menos que en 1956, cuando el joven maestro andaba por los 26 años. Regresaría en otras ocasiones, siempre dando muestras de seguridad y bien hacer. Se le había anunciado para la temporada 2014-2015. Ya no podrá ser y no volveremos a contemplar su figura cimbreante y su aplomo, vistos a lo largo de tantos años en Madrid, Valencia -aquí fue titular de la Orquesta del Palau de les Arts- y otras capitales españolas, muchas veces actuando al frente de los más importantes conjuntos del orbe, de algunos de los cuales sería responsable, de la mano de Ibermúsica. Los mejores fosos operísticos se quedan también huérfanos de una batuta que era capaz de ensamblar, de soldar como pocas los múltiples elementos que se mueven en una representación. Incluso en aquellas ocasiones en las que el director se mostraba esquivo o estaba de mal humor, lo que podía proporcionar resultados musicales menos halagüeños.