Tras la templada inauguración del certamen liderado por Alberto Barbera, la Competición recibía a un habitual de la casa, Pablo Larraín (Spencer, Ema), compitiendo en el Lido por tercer año consecutivo.
Hoy el chileno saca punta a la sátira política negrísima con El Conde, en la que Pinochet (Jaime Vadell) y su familia, liderada por la esposa del dictador Lucía Hiriart (Gloria Münchmeyer), habitan por los siglos de los siglos en una casa ruinosa a la que los hijos de ambos llegan en busca del inmenso patrimonio que acumuló en la dictadura.
Pinochet, asesino, vampiro y ladrón –aunque sólo esto último le ofenda–, ha acumulado sin gusto, arremolinado en una espiral de decadencia y maldad nunca ajusticiada. Por ello, Larraín retrata al enjambre en una farsa sin ritmo ni gracia, eso sí, con abundantes salpicadas de gore.
Nadie despierta simpatía alguna, ni la monja que acude a exorcizar al dictador (Paula Luchsinger) ni el mayordomo que soporta a la tropa de patanes (Alfredo Castro), de tan oscura que es la noche del alma del Conde. Tampoco la película acaba de despegar nunca, pero pensamos: ¿cómo querríamos reírnos de una herida tan fea y tan mal cerrada?
Michael Mann y Wes Anderson aciertan y siguen
Avalado por el sindicato de actores, Adam Driver sí presentó Ferrari, biopic del cineasta de Heat o Collateral que adapta la novela de Brock Yates, sobre un año especialmente trágico en la vida del magnate del motor.
En 1957, Enzo Ferrari lidiaba aún con la muerte de su primer hijo con Laura (una increíble Penélope Cruz, gravísima y desquiciada), procurando el secretismo de su affair con Lina (Shailene Woodley), madre de su segunda criatura, todo con la compañía en quiebra y justo antes de que su escudería volviera a ganar.
La película de Mann entiende que el torneo de la Mille Miglia, el gran reto de la trama, es vertebral, pero prácticamente intrascendente en la vida del empresario, por lo que teje un tupido compendio de arcos que lo distraerán de entregarse sin ton ni son a la carrera.
También su película sorprende por la prudencia que esgrime, reduciendo los arranques de adrenalina y advirtiendo siempre de las consecuencias nefastas que cualquier error puede conllevar cuando corremos a tantísima velocidad. No por nada los 1950 fueron la época más mortífera de la F1.
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Por su parte, Wes Anderson ha aprovechado el premio Campari Glory to the Filmmaker, en honor a su carrera, para estrenar Fuera de Concurso el mediometraje La maravillosa historia de Henry Sugar, que Netflix lanzará en Navidad y cuyo tupido reparto se ha ausentado en solidaridad con la huelga.
La maravillosa historia… adapta un cuento de Roald Dahl sobre un escritor rico gracias a hacer trampas en el juego con la técnica aprendida de un gurú que puede ver aun sin abrir los ojos. Él, Henry (Ralph Fiennes), explicará cómo dominó ese truco mientras navega vertiginosamente por entre las capas de relato.
Las presentan Benedict Cumberbatch, Dev Patel y Ben Kingsley, narradores-científicos de exactitud milimétrica, que Anderson pone en escena desde la teatralidad y el busto parlante del documental. Mientras, el director seguirá ensayando formas originales de subvertir el lenguaje del cine: cómo romper el eje visual sin reencuadrar, cómo distraernos del centro de un plano cuadrado, cómo cambiar de plano sin corte ni movimiento de cámara… Trucos nuevos para un bohemio con gusto y humor.
Yorgos Lanthimos y Luc Besson presentan DogMan y Pobres criaturas
El director de Langosta y El sacrificio de un ciervo sagrado adapta la novela homónima de Alasdair Gray sobre un guion de Tony McNamara. En Pobres criaturas, fabulará sobre la formación vital de Bella (Emma Stone, un espectáculo en su dominio del cuerpo y del espacio), una criatura de Frankenstein encerrada por su creador, el científico loco Godwin Baxter (Willem Dafoe, más compasivo y deforme que nunca), en una mansión victoriana digna del universo de los hermanos Quay.
Bella escapa con el primer farsante que le descubre el placer sexual (otro Ken para Barbie, Mark Ruffalo), pero su bildungsroman –un forjarse cuestionando la normalidad del universo tóxico y masculino que habita– sí aporta soluciones políticas concretas después de levantar la alfombra.
Al mismo tiempo, la película de Lanthimos es sentida, colorida y gustosa, y da herramientas para combatir la asfixia de todo su cine anterior. Por ello, y por la interpretación oscarizable de Stone, se presenta ya como firme candidata al León de Oro.
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Quien no ha convencido ha sido el francés Luc Besson, que ha vuelto a Venecia como una de las propuestas más polémicas del certamen tras las acusaciones de violación a las que se le sometió. y que han sido desestimadas en juicio. La rueda de prensa del cineasta se vivido desde la emoción, pero el estreno que traía entre manos ha aterrizado con muchas reticencias.
Desde la elección misma del título del filme, DogMan, “el hombre perro”, podíamos oler el espíritu camp de una película que, sin embargo, no logra decidirse por la comedia voluntaria: en ella, Caleb Landry Jones da vida a una especie de buen padrino que, desde las sombras, gobierna un distrito de Nueva York con su ejército de perros.
A través del interrogatorio de “DogMan” con una psiquiatra (Jojo T. Gibbs), la película de Besson investiga el historial de maltrato que lo llevó a la marginalidad… Un altibajo intensísimo y propio de “película de tarde” que, por su seriedad, nunca pisa fondo sobre los clichés que la alimentan.
Eso sí, no dejará de meter mano alegremente en la psicopatologización de la cultura drag y la romantización del acoso... El resultado es chillón y digno de cualquier experto en temas que no son de su incumbencia.