¿Se puede devolver al hijo después de adoptarlo? Por lo visto, sí. Claro que, en este caso, el hijo primero ha incendiado la casa provocando heridas graves en el rostro de su tía. El chileno Pablo Larraín (Santiago, 1976) se ha convertido en uno de los cineastas más importantes del mundo gracias a películas como No (2012), sobre el referéndum que acabó con la dictadura de Pinochet, o El club (2015), en la que retrataba de manera compasiva y al mismo tiempo terrorífica a los curas acusados de pederastia o Neruda (2016), en la que reflejaba la persecución al famoso poeta por sus convicciones comunistas. Presentada durante el último Festival de Venecia causando división de opiniones, su nueva producción, Ema, es un sorprendente cruce entre musical y drama familiar en el que el protagonismo recae sobre esa Ema del título (interpretada por Mariana di Girolamo), una bailarina que acaba de abandonar al hijo que adoptó junto a su marido, coreógrafo de su misma compañía (Gael García Bernal), después del incidente descrito. Una mujer que acaba de sufrir una experiencia traumática y que además es juzgada de manera severa por un entorno que la criminaliza por su decisión.

Es difícil saber de qué va Ema hasta bien pasado un rato de metraje y de hecho uno no se entera del verdadero asunto de la película hasta el final. Con un montaje sincopado en el que se alternan los números musicales que ensaya la compañía o los propios bailes de la protagonista, que libera sus tensiones mediante su arte, con las escenas más dramáticas en las que abundan los primeros planos de sus desencajados protagonistas, Larraín juega a desconcertar al espectador con una banda sonora de reguetón que a priori no parece la más idónea para contar una historia tan terrible como ésta. Todo ello, en un filme que se estructura en torno a la relación del matrimonio, que comienza a hacer aguas después de la tragedia. En un universo en el que se mezclan el sentido de culpa con la sensualidad, la audacia de Ema es contar su historia a través de esa protagonista hipersensitiva cuyos pasos de danza sirven como catarsis personal.

Ema tiene un plan para redimirse que conviene no desvelar aunque lo más importante no es ese niño díscolo abandonado sino su propio viaje de crecimiento personal. Al principio, vemos a una mujer devastada por la duda y por la culpa, un personaje hundido en la miseria que poco a poco, a medida que avanza la cinta y logra encajar las piezas de su propia vida, va hallando un orden no por insólito menos liberador. De esta manera, la estructura de puzle del filme se convierte en una metáfora de la propia psique de la protagonista, una mujer cuya vida se ha convertido en un rompecabezas que necesita volver a estructurar. Misteriosa y magnética, esta Ema es un canto la fortaleza personal y una oda a las segundas oportunidades que logra contar de manera tan original como insólita una bella historia de redención, caída y maternidad en una mundo en el que las relaciones afectivas atraviesan una profunda transformación de imprevisibles consecuencias.

@juansarda