Jane Fonda (Nueva York, 1937) es una máquina expendedora de titulares y chascarrillos. La hija de Henry Fonda, inolvidable icono como Barbarella, Hanoi Jane por su lucha contra la guerra de Vietnam y precursora en leotardos del aerobic ha compartido con el público del Festival de Cannes un encuentro desenfadado donde a cada película ha acompañado al menos una anécdota y a cada llamada a la acción, la ovación de una audiencia enfervorecida.
La octogenaria actriz ha repasado sus primeros años de carrera, con halagos y pullas para sus igualmente legendarios compañeros de reparto. Durante el rodaje de La ingenua explosiva (Elliot Silverstein, 1965), "el maravilloso borracho" Lee Marvin le inculcó la justicia social: "Había jornadas de 14 horas al día. Hubo un día que me lastimé un diente y seguimos rodando. Marvin me cogió aparte para decirme que teníamos que plantarnos por el equipo, ya que más allá de nuestro cansancio, aquel exceso de trabajo les estaba perjudicando a ellos. Fue una gran lección".
De Robert Redford ha confesado haber estado profundamente enamorada y lamentado que no le gustara besar en la boca, al contrario que a Alain Delon, "la persona más bella del mundo", junto al que compartió protagonismo en Los felinos, de René Clément, en 1964.
Junto a Redford ha protagonizado cuatro películas, La jauría humana (Arthur Penn, 1966), Descalzos por el parque (Gene Saks, 1967), El jinete eléctrico (Sydney Pollack, 1979) y Nosotros en la noche (Ritesh Batra, 2017), pero no ha sido hasta el último, crepuscular título que se ha percatado de que su ánimo gruñón en el set no era responsabilidad suya: "Siempre estaba de mal humor y yo pensaba que era por mi culpa. Pero cuando hace seis años llegó tres horas tarde y cruzado, supe que nunca lo había sido. Es una buena persona, le gusta gastar bromas y creó esa plataforma del cine independiente que es Sundance. Solo tiene un problema con las mujeres."
En los años setenta, la actriz instó al mundo a estar en perpetua revolución y a los 85 años se reafirmó a través de su trabajo: "Cuál es el oficio de un actor si no entrar en la vida de otra persona. Comprender tus personajes requiere empatía, así que, de alguna manera, cada vez que te sumerges en ese proceso, te asaltan las dudas y la vulnerabilidad que van ligadas a una revolución".
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Su implicación política y social arrancó en París, tras conocer a un grupo de soldados estadounidenses de la llamada segunda guerra de Indochina que le revelaron la vileza de su propio país en el conflicto. "Yo pensaba que estábamos del lado de los buenos, pero uno de los militares me regaló The Village of Ben Suc, de Jonathan Schell, donde se describía la masacre que estaba teniendo lugar en Vietnam. Necesitaba dejar a mi marido, Roger Vadim, y volver a América, porque en Francia no podía hacer nada contra esa guerra", ha rememorado.
Revolución y peluquería
A su vuelta a Estados Unidos empezó a hacer piña con veteranos del Vietnam y sus esposas, la clase trabajadora, colectivos indígenas y afroamericanos junto a los que intentaba resolver los muchos problemas ligados a los derechos civiles que oprimían al país. Pero la celebridad se interponía en su activismo. "Tenía una hija de dos años, pero siempre que iba a reuniones la dejaba con una institutriz, a diferencia del resto de mujeres, que acudían con sus niños pequeños. Aquel privilegio me hacía sentir mal, así que comenté que quería dejar el cine y volcarme, a lo que me contestaron que ya tenían muchos organizadores, pero no estrellas de cine".
A partir de entonces empezó a prestar una mayor atención a sus proyectos, eligiendo los guiones de manera intencionada, para apoyar películas cuyas causas le importaran. Su abrazo al movimiento social vino acompañado de un significativo cambio de peinado que le acompañó en el rodaje de Klute (Alan J. Pakula, 1971). "Alguien me dijo una vez que mi pelo debía tener su propio agente. Como siempre me había sentido un marimacho, llevar el pelo rubio, sobre todo con Vadim, me hacía sentir segura y femenina. Pero cuando empecé a sentirme activista, fui a cortármelo".
Este thriller sobre una prostituta que ayuda a un detective en la resolución de un caso despertó en ella la conciencia feminista durante una visita a una morgue donde reposaban mujeres víctimas de la violencia de género. La puntilla fue asistir a una representación de Los monólogos de la vagina a cargo de su autora, Eve Ensler.
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Esa perspectiva de género imbuyó su segunda película como productora, El síndrome de China (James Bridges, 1979), donde al sustituir al personaje de Richard Dreyfuss le dio al thriller una reivindicación de igualdad al tiempo que alertaba sobre la amenaza nuclear. "En esa época, en Estados Unidos, las noticias ya habían empezado a ser infoentretenimiento, y yo daba vida a una reportera televisiva a la que le asignaban cubrir temas banales sobre cumpleaños y perros, pero ella pedía que la tomaran en serio".
Verde que se quiere verde
A Fonda le maravilla que a su avanzada edad le sigan ofreciendo trabajo. Este 2023 ha estrenado dos películas protagonizadas por cuatro ancianas, Book Club: Ahora Italia (Bill Holderman), junto a Diane Keaton, Candice Bergen y Mary Steenburgen, y 80 for Brady (Kyle Marvin), con su adorada Lily Tomlin, Rita Moreno y and Sally Field. "No quiero repetir. No sé qué será lo siguiente, pero no me apetece rodar películas que no me reten como actriz, quiero que me ofrezcan algo muy complicado. Si no es así, ya estoy demasiado ocupada tratando de luchar contra la crisis medioambiental".
En 2019, la actriz volvía a ser detenida en Washington durante una manifestación, como en los viejos tiempos, pero esta vez, en protesta contra el cambio climático. Rebasados los 80, la actriz no desfallece en su energía y entusiasmo contagiosos. "Duermo, como sano, me ejercito y soy curiosa".
Desde el altavoz que supone hablarle a una sala hasta la bandera de cinéfilos y periodistas, la estrella ha instado a apoyar el proyecto sin ánimo de lucro de Adam McKay Yellow Dot, que a través de películas, anuncios, documentales y videos de TikTok enfrenta la desinformación y la inacción contra la emergencia climática.
Con las décadas de activismo, la leyenda viva del cine ha llegado a la conclusión de que todos los males que tambalean a la humanidad están ligados entre sí. "Es una forma de pensar, de organizar la existencia de manera jerárquica, con los hombres blancos en la cúspide desentendiéndose de todos los demás. Si no hubiera patriarcado, no habría racismo, machismo ni crisis climática, así que el activismo ha de partir de acciones de erradicación en todos los frentes. Cuanto más profundizas, más reparas en que todo está relacionado. En eso consiste, precisamente, el Green New Deal -ha destacado, en referencia a un conjunto de propuestas políticas impulsadas por Alexandria Ocasio-Cortez, entre otros políticos demócratas, para abordar el calentamiento global y la crisis financiera-. Hemos de parar esta tragedia. Es algo serio y solo tenemos un margen de unos siete años, así que no tengo tiempo para pensar en próximos papeles".