Asegura que se formó en los patios manchegos donde las mujeres hacían encaje de bolillos, en el colegio de Padres Salesianos donde le impartieron una tenebrosa educación que le marcaría profundamente y en la explosiva noche madrileña de lo que se llamó la Movida, y más allá. Entre tanto, la pasión por el cine, donde descubre otras vidas posibles que él mismo acabaría también inventando.
Almodóvar es hoy algo más que un nombre, es un universo ecléctico y posmoderno en el que caben tanto Hitchcock, Tennessee Williams o Douglas Sirk como Buñuel o Berlanga, siempre con los colores vivos y resplandecientes del Technicolor de su infancia, siempre haciendo de la libertad su bandera. Partiendo de la pulsión punk de Pepi, Luci y Bom y otras chicas del montón (1980), Almodóvar ha ido domando su estilo, hoy más contenido y lírico, hasta convertirse en uno de los directores más prestigiosos del cine de autor.
Aquel que siempre era el centro de atención en cualquier sarao, hoy lamenta la soledad y el aislamiento a los que le ha llevado la vida. Lo hace en Memoria de un día vacío, uno de los relatos de El último sueño, que nos descubre su genio literario en lo que califica como “una autobiografía fragmentada, incompleta y un poco críptica”. Mientras, añade el wéstern a su paleta de géneros transgredidos con Extraña forma de vida, un cortometraje protagonizado por Ethan Hawke y Pedro Pascal que presenta en el Festival de Cannes.
Pregunta. El wéstern no parece el género más cercano a sus intereses. ¿Siempre le ha rondado la idea de rodar uno?
Respuesta. A mí, al contrario que a mis compañeros de estudios, nunca me divirtió jugar a indios y vaqueros, ni coger pistolas ni nada de eso. Y el wéstern en mi adolescencia y primera juventud no me interesaba tanto. Pero a partir de los 20 años empecé a descubrirlo y me apasionó, se convirtió en uno de mis géneros favoritos. De hecho, en mi cine hay dos presencias que le pertenecen. Por un lado, en Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) los personajes de Carmen Maura y Fernando Guillén doblan la famosa escena de Johnny Guitar (Nicholas Ray, 1954) en la que Sterling Hayden le dice a Joan Crawford aquello de “miénteme, dime que me has estado esperando todos estos años”. Por otro lado, en Matador (1986) utilicé la última secuencia de Duelo al sol (King Vidor, 1946) en la que Jennifer Jones se bate con Gregory Peck, como una premonición de lo que le iba a ocurrir a los dos protagonistas.
P. En lo poco que hemos podido ver de Extraña forma de vida, parece que homenajea el mítico final de Centauros del desierto (John Ford, 1956)…
R. Es un plano maravilloso que nos ha inspirado a muchos. Hay otro homenaje explícito a Grupo salvaje (Sam Peckinpah, 1969), cuando vemos al sheriff y al ranchero que protagonizan el corto como dos jóvenes pistoleros que se lían a tiros con unas tinajas y beben de los chorros de vino. Creo que un género tan masculino como el wéstern me permitía aumentar la tensión de la historia de los dos amantes de Extraña forma de vida.
“Con los años me he ido aislando, y no es algo de lo que esté orgulloso ni es lo mejor que me ha podido ocurrir”
P. ¿Cuál es el germen de la historia?
R. Muchas veces escribo sin una finalidad concreta, para practicar o para divertirme, cuando se me ocurre una pequeña idea. Solo a base de tiempo y de capas se llega a convertir en una gran idea. Entonces, tengo un montón de documentos de 10 o 12 páginas que serían como relatos y que están en el ordenador hasta que les acabo encontrando un lugar en una película. La parte central del corto, los 10 minutos de diálogo que hay en medio, la tenía escrita desde hace tiempo. Me gustaba la situación porque habla de dos hombres maduros que han sido amantes cuando eran jóvenes y que años después vuelven a encontrarse y pasan la noche follando y bebiendo. Lo interesante es que tienen posturas totalmente distintas respecto a lo que ha pasado: el sheriff, si fuera posible, lo negaría todo, y el otro no hace más que insistir en el romance que tuvieron hace 25 años. Escribí el diálogo, pero no sabía qué iba a hacer con ello y lo guardé. Hace tres años me encontré con Anthony Vaccarello, director creativo de Saint Laurent, que ya había producido un mediometraje a Gaspar Noé, Lux Aeterna (2019), y me dijo que les gustaría hacer algo conmigo. Recordé de inmediato este diálogo.
P. Y lo presenta el 17 de marzo en el Festival de Cannes.
R. Cannes me trata muy bien, y soy la excepción española, cosa que me molesta un poco porque deberían apoyar más nuestras películas. Pero tengo que aclarar que me empezaron a seleccionar veinte años después de empezar a hacer cine, con Todo sobre mi madre (1999), por lo que también he sufrido la dificultad de ir al festival. Por ejemplo, rechazaron Mujeres... que, sin embargo, fue lo que los americanos llaman el Hot Ticket, porque pasó por el mercado y se convirtió en el filme descubrimiento, del que todo el mundo hablaba, y después ganó premios en Venecia y fue un éxito internacional enorme. Desde Todo sobre mi madre, he ido continuamente, siempre que he querido. Eso sí, Hable con ella (2002) la estrenamos en el Festival de París, en agradecimiento a los espectadores franceses que tan bien se habían portado conmigo durante años, y creo que ahí perdimos la oportunidad de ganar la Palma de Oro.
P. La ha rozado en varias ocasiones.
R. Con Todo sobre mi madre estuvimos muy cerca. Un titular de un periódico de Cannes decía que la ganadora de la Palma de Oro sería Todo sobre mi madre si se cumplían los pronósticos de crítica y público. Me impresionó verlo así, pero había un condicional. Y es que son los jurados los que deciden. Recuerdo una edición en la que Toni Erdmann (Maren Ade, 2016) era también la película más valorada, todo el mundo hablaba de ella y no se llevó ningún premio. Y es que los jurados son muy variados, conformados por nueve personas de culturas diferentes. En principio es una buena idea, para que las películas sean vistas desde todos los ángulos, pero es difícil conciliar un criterio común con gente tan diversa.
P. Lo dice, además, con conocimiento de causa, porque usted tiene experiencia en esas lides.
R. Sí, fui jurado en el 92 y presidente del jurado en 2017, después de rechazar el cargo en dos ocasiones. No me gusta juzgar películas, sobre todo cuando se trata de obras difíciles o pequeñas, que son más frágiles, y para las que el hecho de no tener un premio puede marcar negativamente su vida comercial, y eso me crea un complejo de culpa enorme. Pero era la tercera vez que me lo proponían y acepté por una cuestión diplomática. Desde entonces entiendo la variedad de premios que hay en un palmarés. Entre tú y yo, no fue una experiencia demasiado buena, pero sí puedo decir que fui un presidente absolutamente democrático. Me limité a respetar los votos de cada uno.
P. ¿Tiene la espinita clavada por no haber ganado la Palma de Oro?
R. Soy muy sano en estos temas. Cuando estás nominado a un premio sabes que tienes una quinta parte de posibilidades de llevártelo y en un festival lo importante es compartir con los demás. Nunca voy con ánimo de ganador y no me arrepiento de haber ido a ninguno en el que no he tenido premio, porque un festival te da muchísima información acerca de la película. Hasta ese momento yo solo sé lo que he hecho frente a mí mismo, pero no frente al mercado ni frente a otros criterios y mentalidades. En un festival la película se enfrenta al público y simplemente por escuchar la respiración de los espectadores mientras la ven merece la pena.
“La Iglesia ha tenido una influencia nefasta en nuestro país si pensamos en el siglo pasado”
P. Acaba de publicar el libro de relatos El último sueño, pero se muestra prudente a la hora de reconocerse como un escritor. ¿Por qué?
R. No es falsa humildad, en realidad me siento como un intruso porque le tengo mucho respeto a la literatura. Pero la buena acogida del libro me está animando y de hecho estoy escribiendo. Sin embargo, no creo que sea capaz de crear una gran novela ni que me vaya a convertir de la noche a la mañana en Roberto Bolaño. En este libro hay cuentos de todas las épocas de mi vida y releerlos me ha permitido descubrir que yo ya era yo mismo desde el primer cuento, que escribí a finales de los 60. No he tenido que ir descubriéndome para realizarme. Me siento coherente conmigo mismo y, sobre todo, no me siento extraño a lo bueno y a lo malo que he hecho.
P. ¿El relato Demasiados cambios de género es una síntesis de su proceso creativo?
R. Yo empiezo a trabajar en el 79, en plena explosión de libertades, arrimado a un posmodernismo caracterizado por un absoluto eclecticismo. Manejaba todos los géneros sin respetar sus reglas y muchas veces los mezclaba. Creo que la única comedia pura que he hecho es Mujeres…, las otras tienen elementos dramáticos o incluso trágicos. Y mis películas están llenas de otras películas, porque siento que la reacción que me provoca el trabajo de otros también me pertenece y puedo utilizarlo. Me inspiro en todo lo que me rodea, pero no es un sistema calculado ni impuesto, es mi manera de digerir las cosas. Lo que veo, oigo, sueño, vivo, escribo, ruedo… Todo está unido de un modo indivisible.
P. En el relato Confesiones de una sex-symbol, protagonizado por su alter ego Patty Diphusa, nos habla del vértigo y la locura de esos años de la Movida. ¿Cómo los recuerda hoy?
R. Me alegro muchísimo de haber sido joven entre el 77 y el 83, que para mí son los años de la Movida, porque para los que tenían ya 40 años no era lo mismo, cargaban con demasiados fantasmas del pasado. Se erigió de manera espontánea durante el gobierno de UCD, y no con el PSOE como mucha gente dice. De pronto sales a la calle y te das cuenta de que no tienes miedo, que tienes a mano todo tipo de libertades. Con Laberinto de pasiones (1982) recuerdo perfectamente salir del Rock-Ola e ir directamente al rodaje.
P. Ahora parece que se cuestiona tanto la Movida como la Transición...
R. Sí, hay mucha gente que habla muy mal de los años de la Transición, pero a mí me sirvieron muchísimo. Yo empecé a hacer cine porque existió esa Transición, de otro modo no hubiera podido hacer ninguna película. Pero sí pienso que hay cosas que se tenían que haber solucionado. También entiendo que se hizo lo que se pudo porque, no en vano, tuvimos un golpe de estado en el 81. La izquierda trató de ser pragmática, que además era lo que tocaba, pero con las mayorías absolutas de Felipe González había que haber abordado lo de las fosas comunes. Me parece una barbaridad que hayan pasado 80 años y siga sin resolverse.
P. La Movida también tuvo un lado oscuro, de excesos con las drogas que se llevaron a muchos.
R. En aquel momento las drogas en realidad eran luminosas, eran síntoma de libertad. Lo que pasa es que no teníamos experiencia ni información y no sabíamos que después de unos meses te iban a pasar factura. Desgraciadamente perdimos a muchos por el camino, pero no cambiaría aquellos años por otros, no trataría de enfrentarme a ellos con otra actitud. Fueron unos años maravillosos, con una creatividad explosiva que no ha vuelto a darse en ninguna otra década y con una libertad que hoy uno no se atreve ni a soñar.
“Vivimos en una democracia deficitaria porque los partidos solo piensan en ellos mismos”
P. Ahora, siguiendo ese hilo, se modifican los libros de Roald Dahl para hacerlos políticamente correctos. ¿Qué le parece?
R. Me parece el escándalo del siglo. No puedo creerme que exista tanta estupidez. No podemos identificar los años 70 u 80 con la actualidad, tenemos la misma cultura y la misma lengua, pero todo lo demás es distinto. ¿Qué harán entonces con Jean Genet? Esto corresponde también a una época de un puritanismo muy preocupante, que también ha llegado a España. Es la onda expansiva del efecto Trump. Aunque no es que él sea el responsable directo, porque, como se dice en La Mancha, lo teníamos en la masa de la sangre. O más que en la masa de la sangre, en la masa del PP.
P. ¿Cómo ve el panorama político en este año marcado por las elecciones?
R. Estamos atravesando uno de los momentos más delicados desde la dictadura, con una democracia que definiría como deficitaria. El problema es que el sistema depende de los partidos, y a mí esto me parece una desgracia porque solo piensan en ellos mismos y les dan igual cuáles sean nuestros problemas. Al fin y al cabo no somos nosotros los que les pagamos. Creo que el gobierno se ha equivocado en un montón de cosas y la pelea interna que tiene es atroz, y está haciendo mucho mal a la izquierda, mientras que la derecha está encantada. Espero que para las elecciones de este año recapaciten y encuentren elementos en común, que siempre los hay, hasta con los enemigos. Pero diría que la desilusión es general.
P. En el relato La visita, germen de la película La mala educación (2004), habla de sus traumáticos años en el colegio de los salesianos, que le marcaron profundamente.
R. Yo era un niño bastante fuerte y pude desembarazarme de todo aquello bastante pronto, mientras que a otros los ha marcado toda la vida. Yo era muy curioso en los temas de la fe, y aquellos ministros de Dios lo que consiguieron fue hacer de mí un ateo. En general, la Iglesia ha tenido una influencia nefasta en nuestro país si pensamos en todo lo ocurrido en el siglo pasado. Cada día leo en los periódicos un nuevo caso de abuso a menores o de negligencia por parte de la Iglesia a la hora de encararlos. Han tenido un comportamiento casi criminal en este asunto, porque lo que hace con sus curas abusadores es mandarlos a otro lugar y protegerlos hasta que se mueren.
P. En Memoria de un día vacío habla de la soledad. ¿Tanto le pesa?
R. Es cierto que con el tiempo me he ido aislando, y no es algo de lo que esté orgulloso ni es lo mejor que me ha podido ocurrir. Me ha pesado la biología, el paso del tiempo y también el hecho de ser una persona célebre, que es algo que te aísla mucho. Cada vez he ido respondiendo menos llamadas y acudiendo a menos sitios y hay un momento en el que la gente realmente se olvida de ti, y es normal. Para mí la soledad también es necesaria porque la necesito para escribir mis películas. Los rodajes compensan, porque es una vida coral, una familia de 50 personas. Todavía no me he convertido en un misántropo, aunque esté al borde. En cualquier caso, romper ese aislamiento es uno de mis propósitos.
“Hay mucha gente que habla muy mal de los años de la Transición, pero a mí me sirvieron muchísimo”
P. Uno de los relatos más emocionantes está dedicado a su madre, y está escrito el día después de su muerte. ¿Qué aprendió de ella y de aquellas mujeres de los patios manchegos?
R. Aquellos patios fueron para mí el primer espectáculo de la vida con mayúsculas. Aquellas mujeres hablaban de incestos, embarazos, episodios violentos, apariciones, muertes… Y tenía la suerte de que era tan pequeño que ellas pensaban que no me enteraba de nada. También cantaban o contaban chistes. Mi primera formación se la debo a aquellas mujeres fortísimas que consiguieron además que España superara la durísima época de la posguerra y del hambre, aquellos terribles años 50. Si mis personajes femeninos son poderosos, sobreviven a todo y son verdaderas luchadoras es porque están inspirados, primero de manera inconsciente y después de manera consciente, en la fortaleza y la falta de prejuicios de esas mujeres, sobre todo de mi madre.
Premio Princesa de Asturias de las Artes, Pedro Almodóvar (Calzada de Calatrava, Ciudad Real, 1949) debutó en el cine con Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980) y, desde entonces, ha estrenado 22 películas y varios cortometrajes. Mujeres al borde de una ataque de nervios (1988) conquistó el Goya a la mejor película y el premio al mejor guion en el Festival de Venecia; Todo sobre mi madre (1999) ganó el Óscar y el Globo de Oro a la mejor película de habla no inglesa, el premio al mejor director en Cannes y volvió a arrasar en los Goya; Hable con ella (2002) se llevó el Óscar al mejor guion original y un nuevo Globo de Oro; Volver (2006) mereció el premio al mejor guion en Cannes y el Goya a la mejor película, que también logró Dolor y gloria (2019). Entre otras distinciones, cuenta con el César de Honor, el León de Oro de Honor y el Premio Nacional de Cinematografía. Acaba de publicar El último sueño (Reservoir Books, 2023), un libro de relatos.