Antonio Drove. Athenaica Ediciones Universitarias. Sevilla, 2019. 375 pp. 23,75€
Cabe calificar de acontecimiento la reedición de Tiempo de vivir, tiempo de revivir, el libro en el que Antonio Drove (1942-2005) recogió sus conversaciones con el cineasta norteamericano, de origen alemán, Douglas Sirk (1900-1987), maestro del melodrama. Esas conversaciones, filmadas en junio de 1982 en Lugano, se emitieron en 15 capítulos en TVE como introducción a un ciclo de películas del director de Sólo el cielo lo sabe (1955), Escrito en el viento (1956), Ángeles sin brillo (1957) y, entre muchas otras, Imitación a la vida (1958). Estas conversaciones, transcripción y vivísima recreación de las televisivas, fueron editadas por primera vez en 1995 por Editora Regional de Murcia, a iniciativa de la filmoteca de esa comunidad autónoma. El libro estaba hace tiempo descatalogado, fuera del alcance de cuantos han de hacer de él ahora una obra de lectura imprescindible.
Permítaseme hacer una breve alusión al asombro y a la tristeza que provoca pensar que, en 1982, TVE era capaz, cumpliendo con sus obligaciones culturales como emisora estatal, no sólo de programar un ciclo de películas de Douglas Sirk, sino de enviar a Suiza a un cineasta para que grabara las palabras del maestro. Asombroso es y muy triste que nada quede de esa actitud.
Un estudio de Miguel Marías complementa el incisivo y analítico diálogo entre Drove y el director de Tiempo de amar, tiempo de morir (1957) –título parafraseado en el del libro–, una auténtica fiesta de la inteligencia y del amor al cine a la que nos invitan dos personas cultas, entusiastas y dotadas de un refrescante humor. A continuación, el libro recoge la filmografía de Sirk tal y como apareció –en versión de Jos Oliver, personaje clave en la trayectoria de Drove, junto a Ferrán Alberich y, sobre todo, José Ignacio Fernández Bourgón– en el libro de entrevistas con el director, escrito por el historiador irlandés Jon Halliday y publicado por Fundamentos, con el escueto título de Douglas Sirk, en 1971.
El diálogo entre Drove y Sirk es una fiesta de la inteligencia y del amor al cine al que nos invitan dos personas entusiastas
¿Y por qué es un acontecimiento la reedición por Athenaica de Tiempo de vivir, tiempo de revivir? Se trata de un libro de calidad y de interés extraordinarios, único y excepcional en la bibliografía internacional sobre directores de cine, que en modo alguno debía permanecer inaccesible a nuevos lectores.
Drove, en sí mismo, era un acontecimiento en marcha, torrencial, arrollador y de desenlace incierto. Víctor Érice, en su prólogo, da en el clavo al aplicar a su amigo la brillante expresión de Serge Daney: cinéphile-cinéfils. En efecto, Drove no sólo sentía una “filia” hacia el cine, sino que tenía con él una “filiación”, y de esa mezcla nacía la pasión, la exigencia, la radicalidad y el exceso que le caracterizaron como persona y como cineasta, siempre dispuesto a medirse, a enfrentarse y a confrontarse con el padre. Érice dice, también con acierto, que Drove –como él mismo reconoció– buscó en Sirk a un padre, al padre, y que ése es el verdadero asunto de su libro.
Porque lo auténticamente excepcional de este libro simpar son las más de 175 páginas que preceden a la transcripción de las entrevistas. No recuerdo que ningún cineasta haya escrito nunca un texto semejante, ni veo probable que nadie lo vaya a escribir. Es la historia del largo, apasionante y accidentado camino que, iniciado en mayo de 1970, llega hasta el encuentro y la finalización del trabajo de Drove con Sirk en 1982.
El director de La verdad sobre el caso Savolta (1978) y El túnel (1987) –cuyo talento no encontró, por desgracia, el lugar que merecía dentro de la industria del cine español– fue un hombre auténtico, de talante libertario, cultísimo, con fulgurante sentido del humor, neurótico y ciclotímico, épico y lírico, intelectual e hiperemotivo, vitalista y depresivo, trágico y, tantas veces, cómico, siempre en forcejeo con sus límites y con todos los límites. Y así son esas 175 páginas, absorbentes como la mejor de las novelas, repletas de lances personales –profesionales, amistosos, amorosos– como el mejor libro de memorias, sugerentes y nutritivas como el mejor de los ensayos, minuciosas y plásticas como la mejor de las crónicas. Una aventura y una gesta, un autorretrato conmovedor y un paisaje subyugante. Unas páginas sobre el cine y la vida –repito– únicas.