Best seller de los años 80, Los renglones torcidos de Dios (1979) invitaba al lector a un complejo juego de espejos en los que el binomio cordura-locura y verdadero-falso bailaban al son de una música diabólica. Cuenta Oriol Paulo (Barcelona, 1975) que estaba dispuesto a hacer un parón para dedicarlo a la reflexión cuando Atresmedia y Warner le ofrecieron adaptar el clásico. No pudo resistirse y uno entiende por qué, la historia contiene todos los elementos que llevan años obsesionando al director como él mismo confiesa.
Títulos como El cuerpo (2012), Contratiempo (2016) o la serie de Netflix El inocente (2021) han cimentado la reputación de Paulo para construir tramas intrincadas en las que la verdad suele permanecer oculta hasta el final. En Los renglones torcidos de Dios, el director nos mantiene en vilo contando la peripecia de Alice Gould (Bárbara Lennie), una rica heredera que interna en un psiquiátrico. Al principio, hace creer que se debe a que su marido quiere quitársela de en medio haciéndola pasar por loca; después asegura que está de incógnito porque está investigando un asesinato y al final uno no sabe muy bien qué creer.
El contexto importa aunque Paulo no lo subraya, en los albores de la democracia tras la oscuridad del franquismo, los psiquiátricos seguían siendo infiernos en vida en los que se hacinaba y maltrataba a los enfermos mentales, eso quienes no acababan allí por el simple hecho de ser distintos.
En ese contexto, la protagonista, de quien hasta el último plano no sabemos si es una víctima o una manipuladora desquiciada, o ambas cosas a la vez, se enfrenta a sus propios demonios, algunos internos con malas intenciones y sobre todo con del director del centro, Samuel Alvar (Eduard Fernández), quien está convencido de que miente como una bellaca. De sorpresa en sorpresa y del susto al sobresalto, Los renglones torcidos de Dios brinca como una rana para acabar sobrecogiendo con su punzante retrato de las turbulencias del alma.
Pregunta. ¿Cómo surge este proyecto?
Respuesta. Cuando acabé Durante la tormenta, ya tenía El inocente sobre la mesa y mi impulso era que quería tomarme un tiempo de reflexión para analizar y buscar dentro de mí el por qué me atraen este tipo de historia. Allí aparece la oportunidad de adaptar Los renglones torcidos de Dios, novela que había leído. Tenía un recuerdo muy claro de la protagonista, Alice Gould, quien encarna todas las obsesiones que tengo. Todas. Pensé que adentrarme en su psique era una manera de adentrarme en la mía, desgranaba a ese personaje desgranándome a mí.
"Es la película más compleja y en la que más parte de mí he tenido que meter"
P. ¿Siente que Los renglones torcidos estaba escrita para usted?
R. Eso me dijeron los productores. El impulso inicial fue decir que no. Ser consciente de todo el peso que tenía y negarme ese parón que quería. Pero tal y como me iba a mi casa empecé a pensar en ese personaje y le conté a Guillem Clua, coguionista, ese vértigo y esa atracción. Es verdad que estaba hecha para mí pero había cosas que se tenían que modernizar. Está escrita para un público muy distinto, en un momento de choque ideológico muy fuerte, contada con voz interior… Se trataba de que se sintiera como una película actual sin renunciar a la esencia y al contexto.
P. ¿Y qué modernizó?
R. El cambio fundamental es la manera de narrar. En la novela hay mucho monólogo interior, jugamos con la estructura, la desordenamos para reordenarla porque era la manera para que el espectador hiciera ese viaje de dualidad. Ha habido mucho trabajo por empoderar a la mujer.
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P. ¿Cuál es su "renglón torcido"?
R. Me lo preguntan con frecuencia y mi respuesta es que vivo siempre en la duda. Una persona que no duda me asusta. Cogí esa duda como motor, se trataba por una parte de adaptar una novela tan conocida y a la vez llevarla a mi mundo. Es la película más compleja y en la que más parte de mí he tenido que meter para explicarle a Bárbara ese viaje de la protagonista y lo que quería contar.
P. ¿Por qué sigue explorando esa dualidad del ser humano que tanto ha tratado en sus anteriores películas?
R. Todos somos blanco y negro. Hay algo que a mí me gusta y me seduce de esa dualidad, no saber quién dice la verdad, quién es el bueno o el malo. Todos albergamos todo tipo de oscuridad y luces en nuestro interior. También está la parte de hacer el espectador muy activo cuando está viendo la película. Me gusta que desde el momento uno me estén retando, ahí entra el juego y la dualidad.
He pensado mucho en de dónde me sale el motor para hacer este tipo de historias y la reflexión me ha llevado a mi abuela. Era una persona complicada, tenía una cierta dualidad. Me marcó muchísimo porque se ocupó de mí y sobre todo era una gran lectora de novela de misterio. De pequeño íbamos los jueves por la noche a la Filmoteca de Sabadell a ver las películas de Alfred Hitchcock. El final fue muy duro, tuvo Alzheimer, la realidad se iba como fragmentando. Descubrías cosas que no sabías porque se convertía en una persona que va a trabajar a la fábrica que fue o pensaba que estaba con su marido. La amaba profundamente. De vez en cuando yo no soy religioso pero sigo hablando con ella.
Fue en esa época de la Filmoteca cuando empecé a escribir mis primeras novelitas, mis cortos con los compañeros de clase… Esa cosa de hablar del bien del mal, de dónde está la mentira… Todo me viene de adolescencia.
"La cara de Bárbara es un mapa en sí misma. Te puede retratar muchas cosas con la nada"
P. ¿Cómo quería retratar ese sanatorio habitado por los "renglones torcidos"?
R. El trasfondo de la película es la salud mental y queríamos un personaje empoderado, femenino como de la psiquiatra que encarna Loreto Mauleón que ve un mundo que tiene que cambiar. Son personas que viven encerradas, todos juntos independientemente de la patología que tuvieran. Trabajamos con muchos psiquiatras para que todos los personajes fueran realistas. Vemos esos tratamientos inhumanos como esos electroshock al personaje de Gould. En la novela se habla de choque insulínico que quitamos porque los psiquiatras nos dijeron que en el 79 eso ya no se hacía.
Aquello era un infierno. En la novela había una "jaula de leones" que dejamos en la "jaula" porque era demasiado bestia. Pero no quería que ese momento histórico tuviera un peso excesivo. Cuando Fincher hace Zodiac y se coloca en un contexto histórico no está subrayando la época todo el rato. Lo que sí hicimos con todo el equipo y la parte de vestuario fue tirar mucho de Filmoteca. Vimos sanatorios de la época reales. Luego hay una traducción del libro a la gran pantalla porque toda la novela no nos entraba.
En este caso siempre hay algo de miedo propio a saber separar la línea que separa la locura de la cordura. Miras a los locos y dices "yo no soy como ellos" y surge ese pánico atávico a perder la cabeza. He vivido episodios con amigos y familiares cercanos que por algo que le han pasado en la vida se han roto. La mente es algo muy poderoso. Yo por ejemplo tengo mucho miedo a perder el control. Cuando te pones en un entorno como el de la película surge ese temor.
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P. ¿Cómo ha construido el personaje de Alice Gould con Bárbara Lennie?
R. En este caso era tener a la actriz para aceptar el proyecto. Con Bárbara hablé muchísimo y muchas cosas como ese sueño, el gesto después del baile, han surgido de conversaciones que he tenido con ella. Tiene la clase, la inteligencia, la capacidad de escucha, matiza muy bien… Podría haber sido un despelote de grandes explosiones y hay un ejercicio de contención hasta el último tercio. La cara de Bárbara es un mapa en sí misma. Te puede retratar muchas cosas con la nada. En este caso, además su madre trabaja con salud mental y la ayudó. Es un mundo inabarcable porque la realidad puede estar muy distorsionada. Hubo mucha necesidad mutua de comprender donde nos estábamos metiendo.
P. ¿Quería un look de estrella de Hollywood a la antigua usanza?
R. Un poco Kim Novak en algún momento. Nos fuimos al mundo de Chabrol, de Buñuel… esa burguesía de señorita de clase alta. De ahí también el teñido, es una "señora teñida de rubio". Creíamos que contaba muchas cosas del personaje, con ese abrigo, esos aires… todo eso se va desbrozando hasta que ya no te queda nada. Lo que me atraía de esa señora burguesa, con una gran capacidad dialéctica e inteligencia, era ver como se asoma a un abismo. Nos queremos asomar a ese abismo de una manera muy visual en la secuencia onírica. Y como dice Nietzsche, cuando te asomas al abismo, responde.