Hay dos maneras de ver el drama psicológico Nitram. Una es hacerlo sin leer información alguna o aparcando en la mente los sucesos reales que la han inspirado. La otra es tener las imágenes y los titulares mediáticos omnipresentes, de manera que el desenlace se hace ubicuo en todo el visionado.
La película funciona como true crime, pero sobre todo, como retrato de los abismos de un individuo y de la sociedad que lo estigmatizó, lo ninguneó y pasó por alto todas las señales inequívocas de alarma. Lo que su director, el australiano Justin Kurzel, propone es una inmersión en la vida cotidiana del autor de la masacre de Port Arthur, una de las más cruentas en Australia.
El 28 de abril de 1996 Martin Bryant asesinó a 35 personas e hirió a 23 en la atracción turística más popular de la pequeña ciudad de Tasmania. La conmoción fue tal que transcurridos tan solo 12 días, los gobiernos estatales y territoriales del país, respaldados por una movilizada opinión pública, impusieron restricciones al uso de armas de fuego.
La última película del realizador de Macbeth y Assassin's Creed se estrena este próximo 5 de octubre en Movistar+, iTunes, Google Play, Rakuten TV, Amazon, Filmin y Vodafone.
Pregunta. El guionista Shaun Grant y usted ya habían hecho tándem en Los asesinatos de Snowtown (2011), sobre un asesino en serie de Adelaida, y La verdadera historia de la banda de Kelly (2019), donde se repasa la vida del bandido australiano Ned Kelly. ¿Qué les ha hecho reincidir en un nuevo suceso criminal basado en hechos reales?
Respuesta. Grant vivió muy de cerca un par de tiroteos masivos en Los Ángeles y eso le hizo retrotraerse al asalto mortal en Tasmania. Aquello le planteó preguntas profundas, como qué fue lo que condujo a aquel acto violento, por qué hay personas que toman decisiones tan horribles, cómo logran ese tipo de armamento… Hay una escena en la película en la que el personaje entra en una tienda de armas y rápidamente se hace con un arsenal, como si estuviera comprando cañas de pescar. A los dos nos angustió pensar que ese acto debe estar sucediendo todos los días en todo el mundo, especialmente, en Estados Unidos. El trato es increíblemente amable, los vendedores no manifiestan ningún miedo hacia lo que su comprador podría hacer.
P. ¿Cómo impactó en el equipo el rodaje de esa escena en la que no hay, sin embargo, atisbo de violencia?
R. El día que la rodamos fue la primera vez que hubo armas en el set. La tensión era palpable. No solo por lo que implicaban, sino porque en Australia es muy raro verlas. Así que tenerlas desplegadas sobre la mesa fue increíblemente escalofriante y perturbador, porque hasta ese momento habíamos estado filmando un drama familiar. En ese momento fuimos conscientes de la importancia de hacer bien esa película, de la materia sensible que teníamos entre manos. Esa secuencia nos causó más impresión que cualquier debate o artículo de opinión que hubiésemos escuchado antes. Nitram fue escrita para estimular la conversación sobre el control de armas. También por la necesidad de comprender un momento de nuestra historia del que es realmente difícil hablar en Australia. De hecho, hubo un debate sobre si una película así debía existir. ¿Cómo nos curamos de una herida tan profunda? Contar historias como esta puede ayudar a abrir la discusión sobre un evento que es casi indescriptible.
P. De hecho, en los títulos finales se advierte de que la supresión de armas peligra en Australia. ¿Teme por la derogación de la Ley de 1996?
R. Han pasado 25 años desde la masacre de Port Arthur y como le decía, es un evento del que es muy difícil hablar, de modo que me he encontrado con la desagradable sorpresa de que muchos miembros de las generaciones que nacieron después de los tiroteos desconocen lo sucedido y cuestionan el Programa Nacional de Armas de Fuego. Ahora hay más armas en Australia que en 1996. Las regulaciones están siendo desafiadas, así que Nitram es un ejercicio de memoria para recordar por qué se implementaron las reformas.
P. ¿Qué significó para usted abrir el melón de un trauma local en la cita cinéfila más importante del mundo, el Festival de Cannes?
R. Cannes es una celebración del cine que se hace más evidente en una época en que hay un exceso de contenido. Es capaz de concentrar una oferta audiovisual diversa, donde los proyectos no se parecen entre sí. En este mundo tan homogeneizado, es un festival que continúa haciéndome confiar en la singularidad, en la diferencia existente en las narraciones de todas partes del mundo.
P. Su protagonista, Caleb Landry Jones, se alzó allí con el premio a la mejor interpretación masculina. ¿Qué le llevó a pensar en él para este papel?
R. Es un actor increíblemente versátil. Puede participar tanto en grandes producciones como en proyectos autorales independientes, pero siempre les aporta autenticidad. Es el actor más increíble con el que he trabajado. Su manera de sumergirse en el trabajo, cuán en serio se lo toma, resulta inspirador.
P. Caleb es un actor conocido por su trabajo inmersivo. ¿Cuánto lo fue en este caso?
R. El acento australiano es probablemente uno de los más difíciles de replicar. Él lo clavó y no lo abandonó en todo el rodaje. Fue extraordinario. El suyo es un personaje en los márgenes, un ser invisible que se ha colado por las grietas del sistema, pero que instantáneamente te provoca rechazo o recelo. No quieres tenerlo cerca. Para Caleb fue realmente difícil sentir que se le observaba de manera sospechosa, como si hubiera hecho algo malo, porque la mayor parte del tiempo quieres gustar, llevarte bien con la gente, sentirte cómodo… Pero es tan inmersivo, que se aislaba y transmitía a su alrededor este sentimiento de no ser querido, de ser cuestionado.
P. ¿Qué importancia le dieron también a subrayar el acoso que sufren las personas con problemas de salud mental?
R. Nuestra intención es hacer partícipe a la audiencia de situaciones reconocibles, que les recuerden a personas con las que han ido al colegio, familias del vecindario… Uno de los personajes más importantes de la película es el de la madre. Su punto de vista es fundamental. Judy Davis despierta toda nuestra empatía al dar vida a un personaje que se pregunta si su hijo nació así o la causa de su comportamiento reside en la forma en que lo crió. ¿Tengo control sobre su destino, sus problemas, su felicidad? ¿Está en mi mano modificar su forma de ser? La película presta atención a la salud mental, al aislamiento y al duelo, y repara en las personas que viven con hijos que les han supuesto un desafío durante décadas. Hay un cansancio en la madre en el que hay desesperación. El trabajo de Shaun a ese respecto ha sido monumental, porque indaga en el origen de un suceso terrorífico a partir del núcleo de una familia que todos podemos habernos cruzado alguna vez por la calle.
P. La película evita reconstruir la masacre. ¿La decisión ya estaba tomada en el guion?
R. Sí. Si Shaun lo hubiera escrito en el guión, lo hubiera desechado, porque el objetivo era describir el contexto. Hemos creado un mundo muy doméstico y real, a veces incluso banal. Para mí, el poder de esta película reside en la moderación, porque sabes el horror que viene a continuación y eso te hace interrogarte más profundamente sobre esas escenas hogareñas. Esas decisiones pequeñas se sobredimensionan al conocer lo que va a suceder en último término.