Dice Daniel Monzón (Palma de Mallorca, 1968) que Las leyes de la frontera, adaptación de una novela de Javier Cercas, es la película más personal de su filmografía. Como el protagonista, Ignacio, “Gafitas” (Marcos Ruiz), vivió su adolescencia en aquellos años de Transición en los que España dejaba atrás el franquismo y avanzaba a la modernidad arrastrando no pocos lastres como la pobreza o el analfabetismo. Los “quinquis”, esos delincuentes de barrio que dieron lugar a todo un género cinematográfico que lideraron directores como Eloy de la Iglesia (Navajeros) o Carlos Saura (Deprisa, deprisa), fueron el icono de unos tiempos marcados por la inestabilidad política y las abismales diferencias entre clases sociales. “En muchas partes las calles estaban incluso sin asfaltar”, recuerda el director.
Las leyes de la frontera cuenta la increíble transformación de “Gafitas”, un chaval que pasa de ser víctima de bullying por parte de otros jóvenes a hacerse un hueco en el mundo de los bajos fondos. Enamorado perdidamente de Tere (Begoña Vargas), una joven sensual y opulenta, acaba cruzando al “otro lado” de la ley para abandonar el confort de su hogar de clase media, habitado por funcionarios que son tratados como “charnegos” en la Girona donde se sitúa la película, para comenzar a dar tirones a las abuelas y atracar bancos. Dice el director que no es una película del género quinqui sino “con quinquis” porque quiere contar una historia de amor. Tras filmes como Celda 211 (2009) o El niño (2014), Monzón vuelve a demostrar su buen pulso para un cine de acción en el que los personajes cobran gran importancia.
Pregunta. ¿Siente Las leyes de la frontera como la más personal de su filmografía?
Respuesta. Cuando leí la novela de Cercas se me metió en los huesos. Trata sobre el primer amor, ese que nunca olvidas cuando te enamoras hasta las trancas. Al cerrarla, la leí en unas horas, supe en seguida que quería hacer la película. Sin duda, hay unas trazas biográficas. Yo también fui un chaval de clase media que observaba desde la ventana de casa los descampados y soñaba con ese mundo de libertad que representaban los quinquis. Hubo una época en la que uno de ellos vino a clase y desarrollamos una amistad. Me inspiraba temor y fascinación la idea de cruzar esa “frontera” tan pequeña físicamente porque vivían a unos metros de mi casa, pero enorme en todo lo demás.
P. ¿Todos soñamos con la vida sin ataduras de los delincuentes en algún momento?
R. Esa frontera nos lleva a un lugar de la vida que entendemos más libre y salvaje. Hay un mito del bandido adolescente que hemos visto muchas veces, 'Billy el Niño', o una película como Malas tierras (Terrence Malick, 1973). De niño soñaba con esa aventura. Cuando eres adolescente bulle esa posibilidad de salirte del mundo convencional aunque luego esas ansias las acalla todo el mundo. Por eso considero esta película muy personal, nunca crucé la frontera pero me empujaban los mismos anhelos que al protagonista. Eso es algo que está muy relacionado con la adolescencia, uno no sabe cuál es su lugar en la vida, no está a gusto con su familia ni tampoco con lo que piensa que le espera en el futuro. En el caso de Girona es una de las pocas ciudades de España que está atravesada por un tren y la metáfora de la frontera es muy clara, apenas una vía de ferrocarril.
P. Los chavales de Girona le considera un “charnego” y los quinquis un burgués. ¿Es un personaje desubicado?
R. Se siente en tierra de nadie porque tampoco acaba de pertenecer a su clase. En una de las discusiones con su madre se lo reprocha cuando le dice que nunca los visita nadie. Hay un momento después que da un poco de ternura cuando el personaje de Zarco (Chechu Salgado) entra en su casa y le dice eso de “se nota que tenéis pasta”. Es un chico fuera de sitio, que no está integrado con sus compañeros porque es mucho más sensible, pero también diferente al otro lado. Si no fuera porque Tere actúa como una fuerza arrolladora no hubiera tenido el coraje de ir a ese mundo. Una vez atravesada la frontera, en el “lado malo”, es donde más a gusto se siente, sucede la mejor época de su vida. En esto la película tiene un aroma de western. Claro que él tiene la ventaja de que la sociedad le echará una mano para que vuelva al redil, cosa que no tienen los otros.
P. Además del primer amor, ¿el descubrimiento de la amistad es el otro gran regalo de la adolescencia?
R. Se enfrenta a esa familia monótona con un padre funcionario y una vida rutinaria. Cuando estalla la aventura, se siente feliz porque ha descubierto la camaradería y sale la parte más primitiva de su personalidad. Hay ese momento en el que después del primer robo sale corriendo para recoger la cartera y vemos su sonrisa. Vemos su felicidad porque se ha saltado la ley, ha hecho una cosa prohibida y por fin siente de una manera intensa. Al principio parece una película de aventuras pero luego Zarco le dice eso de “déjalo ya porque esto no va a acabar bien” y allí vemos que después de toda esa emoción que parece tan divertida tiene que llegar un final trágico, lo que les reserva la sociedad a los que se saltan la ley. Zarco sabe muy bien cómo acaban los que están condenados de entrada como él.
P. Vemos una España del 78 muy distinta a la de ahora. ¿Se nos ha olvidado cómo hemos cambiado?
R. Todo el mundo fumaba, hasta en el cine. En la película vemos cómo “Gafitas” regresa treinta años después al bar en el que sucedió todo y lo mucho que ha cambiado, ya no es el antro hediondo de borrachos y yonquis. Hemos mejorado mucho pero sin duda también se ha perdido parte de esa autenticidad que había. Se han limpiado los lugares pero también vivimos hoy en una sociedad mucho más individualista donde ya no existe ese sentido de camaradería, ahora todo el mundo va a lo suyo y en la película vemos a una banda que actúa como una banda, una sociedad donde los vínculos eran más fuertes y nos reuníamos más para celebrar la vida.
P. ¿El delito es el mismo pero la justicia trata de manera distinta a quienes vienen de un mundo u otro?
R. Hay una reflexión sobre el determinismo social. A algunos la sociedad está dispuesta a echarles una mano al hombro y a otros al cuello. Hay unas leyes no escritas por las cuales unos reciben un trato distinto a los otros. Cercas me hablaba de su pasión por una película como El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962), que es muy distinta pero tiene algo en común. Allí vemos a John Wayne, un tipo que se pudre en un pueblo de mala muerte y nadie le hace ni caso mientras otro que ahora es congresista se ha llevado el mérito de aquel asesinato. La película también es una crónica de la transición, una España de hace 40 años en la que seguía habiendo analfabetismo generalizado y pozos de pobreza extrema. Una España de calles sin asfaltar. El 9 5% de la población ha mejorado pero como he dicho, también se han perdido cosas muy valiosas.
P. El diseño de producción es muy minucioso, desde los futbolines hasta las bolsas de patatas de la época. ¿Quería que viajáramos a ese mundo?
R. Es una inmersión en aquella época. La gente de mi edad o mayor me dice que con la película ha recuperado su infancia y adolescencia. Era muy divertido fijarse en todos esos detalles. Luego he visto que los jóvenes de hoy se siente muy identificados porque fenómenos como el trap o C. Tangana recuperan ese mundo de los Chunguitos y la rumba catalana. Quizá vemos una reacción frente a las imágenes tan artificiosas y perfectas de las redes sociales, se buscan unos rostros más imperfectos, una realidad más “sucia”. Luego existe una similitud histórica y es que los chavales de hoy también sienten desesperanza ante su futuro, además de las pulsiones emocionales de esa edad que nunca cambian. No he querido hacer una película como si estuviera rodada en los 70 porque no tiene sentido, es una visión desde la actualidad a ese momento. Tampoco es cine quinqui como a veces se ha dicho, es cine “con quinquis”. Eso se nota en decisiones como rodar con scope y no con el formato cuadrado de esos tiempos. El protagonista se acuerda de todo aquello pero es una reconstrucción desde la contemporaneidad.
P. Hay varias persecuciones, sobre todo una muy larga al final, y escenas de acción, un clásico de su cine. ¿Se divierte haciéndolas?
R. Por supuesto son muy divertidas de hacer aunque también muy complicadas. No podían faltar en una película como esta: los atracos, el tirón, los prostíbulos… Me gustan que las escenas de acción cuenten algo de la historia, que aporten una experiencia que sea significativa. Vemos toda la película desde los ojos de Nacho, toda la parte final es muy vibrante y angustiosa.