Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) reconstruye en Las leyes de la frontera la trayectoria de Antonio Gamallo, un delincuente juvenil catalán, conocido popularmente como el Zarco, desde sus primeros actos delictivos hasta su muerte en prisión con poco más de cuarenta años. La noción de 'reconstruir' debe tomarse aquí al pie de la letra. En primer lugar, porque los datos de la historia no se toman exactamente de la realidad, sino de una realidad historiada o narrada. La nota final del libro incluye la mención de una serie de obras que han servido de base para la composición de Las leyes de la frontera. En primer lugar, la biografía de Juan José Moreno Cuenca, el Vaquilla, delincuente barcelonés de gran popularidad en los años de la transición, con el que el personaje de Cercas mantiene numerosas coincidencias (ver datos en pp. 130, 133, 192, 205, etc.), que pasó gran parte de su corta vida en la cárcel, protagonizó varias fugas sonadas y amplió su popularidad gracias a la prensa y a la película supuestamente biográfica de José Antonio de la Loma -inscrita en la serie de “cine quinqui” que rodó el director-, aquí mencionado varias veces como Fernando Bermúdez. Cercas incluye entre sus fuentes el libro Vint-i-cinc anys i un dia, del penalista Carles Monguilod -del que el personaje de Ignacio Cañas en la novela es una patente contrafigura--, que, por cierto, fue abogado del Vaquilla y también de Javier Cercas.
Incluso para la evocación del barrio chino de Gerona y de sus tugurios antes de la muerte de Franco se utilizan unas inéditas Memòries del barri xino, de Gerard Bagué, también señaladas en la nota final. La novela reelabora, pues, materiales literarios y cronísticos, procedimiento ya practicado por Cercas en otras ocasiones, y en este sentido es, por tanto, una reconstrucción. Pero lo es también por su planteamiento narrativo, ya que un escritor al que le han ofrecido redactar la biografía del Zarco, fallecido tempranamente -como el Vaquilla- algún tiempo antes, se entrevista con varios personajes que treinta años atrás lo conocieron y recoge sus declaraciones: el prestigioso abogado Cañas, antiguo compañero de tropelías juveniles del Zarco y apodado en aquellos tiempos el Gafitas, a quien corresponde el grueso del relato; el director de la cárcel gerundense donde el Zarco pasó varias temporadas, y el inspector Cuenca, que persiguió hasta deshacerla la banda juvenil del Zarco.
De este modo, la vida del Zarco se reconstruye fragmentariamente, con testimonios y puntos de vista no siempre coincidentes. Pero lo cierto es que los relatos ofrecen pocas sorpresas, y los enigmas que el autor plantea, como la relación entre el Zarco y Tere, el misterioso asesinato de Batista -que finalmente no se aclara- o la identidad del chivato que permitió a la policía frustrar el atraco al Banco Popular de Bordils, hecho que desarrolla en Cañas inquietantes dudas y remordimientos -un tanto abultados, a decir verdad- y que también queda en penumbra, son un tanto inconsistentes. El principio conductor del relato -como el de casi todas las narraciones apoyadas en el perspectivismo- parece ser la convicción de que la realidad, cualquier realidad, es por naturaleza algo inaprensible, y que sólo podemos captar partes, retazos de ella. No resulta extraño que el escritor que recopila datos para la biografía afirme: “Soy de los que piensan que la ficción siempre supera a la realidad pero la realidad siempre es más rica que la ficción” (p. 367).
Aunque la mayor parte de la novela está constituida por conversaciones y relatos orales, el estilo está más cerca de la literatura que de los registros del habla -salvo en la inserción de algunas frases del Zarco y los suyos-, hasta extremos poco verosímiles. Cuando, treinta años después de los hechos, el abogado Cañas relata su primera visita a los míseros barracones donde vive Tere, anota: “Caminando por un sendero de tierra, pasé junto a un trigal, una masía con tres palmeras a la puerta y un barranco donde crecían en desorden un cañavera, álamos, sauces, fresnos y algún plátano” (p. 168). ¿Son posibles recuerdos tan precisos al cabo de tanto tiempo? Algunos párrafos de Cañas parecen discursos forenses repletos de considerandos y apartados (pp. 339-340, 353-354) y de diversos juegos retóricos (pp. 323-324, 348, etc.) que hubiera convenido pulir.