Destello bravío, el debut en el largometraje de Ainhoa Rodríguez (Madrid, 1982), ha irrumpido como un relámpago en el panorama cinematográfico español, tan alicaído en estos tiempos pandémicos. Auspiciada por Lluís Miñarro, productor mítico de directores como Apichatpong Weerasethakul, Albert Serra o Naomi Kawase, la película se ha inscrito por derecho propio entre los grandes filmes que nos ha ofrecido el cine de autor independiente en España en los últimos años. Una propuesta atípica, magnética y radiante, con un gozoso surrealismo y un sofisticado halo de suspense, que surge de la ambición de su directora por crear a la contra de un arte en el que siempre ha preponderado la mirada masculina.
Resulta curioso que se trate de un proyecto netamente extremeño, al igual que Karen, estrenada hace dos semanas, otra originalísima propuesta que se salía de los márgenes del cine industrial para narrar un capítulo concreto de la vida de la escritora Karen Blixen. ¿Está ocurriendo algo en Extremadura en lo concerniente al cine? Como mínimo, parece un territorio virgen e inexplorado en el que tanto cabe que la dehesa se convierta en la sabana africana en un ejercicio de fe cinematográfico, como ocurría en el filme de María Pérez Sanz, como que una suerte de realismo mágico de la España vaciada explote como nunca antes en las imágenes de Ainhoa Rodríguez. “En Extremadura se recurre a la ironía, a la retranca y a la fabulación, a veces más católica y en ocasiones agnóstica o esotérica, para volar lejos de la dureza de la vida del campo, marcada por esa climatología tan extrema”, asegura la directora a El Cultural. “Simplemente lo he retratado tal y como lo he vivido, porque cuando llegué al pueblo me empezaron a contar historias extraordinarias, como que por las noches una sombra inmensa, como un gusano enorme, atravesaba el pueblo oscuro y vacío”.
Una idea kamikaze
Ainhoa Rodríguez nació en Madrid pero creció entre Cáceres y Almendralejo. Es doctora Cum Laude en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense y ha dedicado buena parte de su trayectoria profesional a la docencia, impartiendo talleres para mujeres en áreas rurales sobre miradas no normativas en el cine. Para su primera película, decidió abordar una idea bastante kamikaze: mudarse durante nueve meses a una localidad de la región (Puebla de la Reina, de apenas 700 habitantes) para desarrollar in situ un guion en uno de estos talleres a partir de varios hilos narrativos, imágenes e ideas. El resultado es de una originalidad inusitada.
Destello bravío es ante todo un misterio, una película propulsada por fuerzas subterráneas, atávicas. Rodríguez establece una mirada puramente femenina sobre el mundo y sitúa en el centro a las mujeres del pueblo, a las que la juventud dio esquinazo hace tiempo, sometidas a un patriarcado rampante, al influjo cercenador de la iglesia, al machismo, a la soledad, al olvido. Pero aun así mujeres vivas, soñadoras, excéntricas, empáticas y, sí, también sexuales. De hecho, el deseo se presenta como una fuerza transversal a todo el filme y es el desencadenante de una de las secuencias más arriesgadas y gozosas del año, esa surrealista bacanal entre señoras.
'Destello bravío' es un misterio, una mirada femenina propulsada por fuerzas subterráneas y atávicas
Aunque hay varios personajes recurrentes que tienen un ligero desarrollo narrativo (Isa, una chica con ciertos problemas de desarrollo intelectual; Cita, atrapada en un matrimonio marcado por el resentimiento y la desazón; María, una viuda que regresa al pueblo para afrontar su soledad…), la película opta por la coralidad y por una especie de costumbrismo bizarro que podría hacer que confundamos la propuesta con un documental antropológico en sus primeros compases. Nada más lejos de la realidad. Todo está medido, hasta el último detalle, en los esteticistas planos que pinta la directora, en la puesta en escena, en la impostura de la interpretación de las no actrices… Eso sí, desde un punto de vista puramente estético podemos rastrear la nutrida cinefilia de la directora y la influencia de cineastas como Pedro Costa (el uso de actores naturales y la búsqueda de la belleza en los lugares más prosaicos), Federico Fellini (el principio del filme rima con el de Las noches de Cabiria y la representación de lo católico es equiparable a la del maestro italiano en esa peculiar mezcla entre fuerza misteriosa y estética kitsch) o Luis Buñuel (en sus rupturas surrealistas).
Ironía y humor negro
La idiosincrasia rural extremeña, tan directa y descarnada y tan poco explorada en el mundo del cine, genera además no pocos momentos cómicos. La ironía y el humor negro son grandes recursos en manos de Ainhoa Rodríguez. También el suspense, potenciado por una banda sonora de sintetizadores que parecen anticipar un cataclismo que borre a la localidad de la faz de la Tierra, cual Macondo. “El pueblo está menguando, está envejecido, las puertas de las casas se cierran a las 6 de la tarde…”, comenta la directora. “Ya no es ese lugar en el que las vecinas se visitaban. Hay desconfianza y eso está en el suspense de la película. El terror que se avecina es el final de ese tipo de vida y la llegada de la globalización. Pero el pueblo resiste, protegiendo su alma, con sus todas sus luces y sus sombras”.