Cine de rostros y miradas, de conversaciones y gestos cotidianos, que más que una historia ofrece un retrato estático, sin épica ni dramatismos, sin más artificio que el propio poder transformador de un medio que siempre invita a soñar. Cine en el que la dehesa extremeña se puede convertir (y, de hecho, se convierte) en la sabana africana por obra y gracia de un mero salacot (ese casco ligero que utilizaban las expediciones europeas durante el colonialismo) y en el que Karen Blixen (Christina Rosenvinge) y su criado y mano derecha Farah (Alito Rodgers Jr.) hablan en castellano sobre Dios, sobre el destino, sobre la ruina que acecha a la vuelta de la esquina, sin que por ello la obra pierda ni una pizca de verdad.

La cacereña María Pérez Sanz (Plasencia, 1984) ha logrado en Karen, su segunda película tras el documental Malpartida Fluxus Village (2015), un acercamiento íntimo a la escritora danesa que se encuentra en las antípodas de aquella otra película que narraba parte de su peripecia vital, Memorias de África (Sidney Pollack, 1985). Pero si en aquella superproducción de Hollywood que se centraba en el triángulo amoroso entre la protagonista (Meryl Streep), el mujeriego barón Bror Blixen Finecke (Klaus Maria Brandauer) y el aventurero Denys Finch-Hatton (Robert Redford) se trataba de sublimar las emociones a través de la fotografía, la música y la interpretación de los actores, aquí nos acercamos al reverso cotidiano de aquel tiempo con una pulsión directa y desnuda, en la línea del cine de autor contemporáneo más estimulante.

“Lo que narramos está más cerca de la realidad que lo que vimos en 'Memorias de África”. María Pérez Sanz

“Esos momentos valle, que no están destinados a ser los que marquen la biografía y los hitos de un personaje, me atraen mucho, tanto en el cine como en el arte en general”, explica Pérez Sanz a El Cultural. “Además, si atiendes a las cartas que escribió desde África y a otros de sus textos, es fácil llegar a la conclusión de que lo que nosotros narramos está más cerca de la realidad que lo que vimos en la película de Pollack. Estos escritos revelan a una mujer constantemente enferma, agobiada por motivos económicos, siempre metida en casa. No vivió grandes aventuras ni grandes juergas en Kenia”.

La película se desarrolla en los últimos tiempos de Blixen en África, entre 1930 y 1931, antes de abandonar su plantación de café para siempre y volver a Europa para convertirse en una célebre escritora bajo el pseudónimo de Isak Dinensen. Blixen está al borde de la ruina y espera un dinero procedente de Dinamarca que nunca acaba de llegar, del que dependen también sus trabajadores kikuyu. Ante esta situación, solo cuenta con la compañía y comprensión de Farah, su criado musulmán.

Fe ciega en el destino

“En la película de Pollack esta relación era la que más me interesaba y después descubrí que en el último libro que escribió Blixen, Sombras en la hierba, en el que vuelve a sus días en África, el personaje relevante es Farah y todos los demás se han difuminado”, explica la directora. “Incluso investigué si podía haber existido entre ellos una relación sexual o amorosa, pero parece que solo hubo esa amistad tan atípica. A pesar de las diferencias económicas, sociales, culturales y religiosas entre ambos, estaban unidos por una fe ciega en el destino que compartían. Aunque, inevitablemente, la relación también estaba marcada por la losa del colonialismo”.

Con la excepción de la irrupción de su amiga Amelia (Isabelle Stoffel) en una breve escena que habla sobre la maternidad y el rastro del pasado, los únicos personajes que aparecen en escena son los de Farah y Blixen, aunque en algunos detalles (la cena con el vestido de gala, las fotos, un uniforme en un galán de noche) percibamos con fuerza la ausencia de los hombres que marcaron la vida de la escritora. Esta apuesta cargaba todo el peso de la película sobre Christina Rosenvinge, que encara su primer protagonista en el cine siguiendo la máxima bressoniana de ser y no parecer. “Christina comparte con Blixen el origen danés y también había vivido como extranjera en Nueva York”, comenta Pérez Sanz. “Había conexiones entre ellas que me parecían muy inspiradoras y por eso le pedí que hiciera la música de la película, aunque secretamente ya veía que era Karen. Sé que cuando le pedí que interpretara al personaje pensó en decirme que no, pero al final tuvo la valentía de atreverse”.

Atardeceres africanos

Rodada en 16 mm con la fantástica fotografía de Ion de Sousa, el filme –que compitió en la sección oficial del Festival de Sevilla e inauguró la pasada edición del Festival Márgenes– consigue pintar de manera sorprendente poderosos atardeceres africanos a pesar de tener como único escenario la finca trujillana de la familia de la directora. “Uno de los referentes con los que trabajamos fue Honor de Cavalleria (2006), de Albert Serra, porque me interesaba mucho ese trabajo de emplazamiento de Quijote y Sancho en un paisaje que no les correspondía”, asegura Pérez Sanz. “Por otro lado, la principal consigna era trabajar solo con luz natural, también en interiores, ya que la casa de Karen nunca tuvo luz eléctrica y queríamos respetar esa atmósfera”.

En cualquier caso, quizá sea en su radical elipsis final donde el filme acaba de redondear el misterio de Karen Blixen, esa escritora a la que muchos lectores aún siguen buscando en África. Y quizá ella les aguarda en su hacienda keniata, como un fantasma que se resiste a asumir el fracaso, el dolor y la soledad.

@JavierYusteTosi