Naomi Kawase
Autora de obras que han definido el cine oriental de las últimas décadas, como Shara o El bosque del luto, la cineasta japonesa regresa con su película más comercial, pero también más madura. A partir de una novela de Durian Sukewaga, Una pastelería en Tokio traza un microcosmos de la sociedad nipona a partir de la relación de tres generaciones.
Pregunta.- Es la primera vez que adapta una novela. ¿Qué encontró en ella que pudiera conectar con su mundo personal?
Respuesta.- El autor me llamó personalmente para que hiciera la película, si bien me dejó claro que podían ser dos obras independientes, sin una relación totalmente directa. He tratado de transmitir con el lenguaje del cine los elementos que más me interesaron del texto. Me fascinó de la novela cómo describía la presencia de lo invisible, y siempre ha sido una de mis grandes búsquedas convocar aquello que es invisible a través de las imágenes, desde los sentimientos internos de los personajes a los ecos que reverberan en la naturaleza.
P.- Ha filmado un Tokio que no es la imagen urbanita y tecnológica con la que el cine generalmente lo retrata. Es un Tokyo más rural...
R.- Una vez comenzada la filmación, al final no hay gran diferencia entre rodar en una ciudad grande o más pequeña. He filmado en un barrio alejado del centro de Tokio básicamente porque allí está situada, apartada del núcleo urbano, la residencia de leprosos en la que quería filmar, donde vive Tokue. Es cierto que las arboledas de cerezos que encontré me permiten conectar más fácilmente con mi mundo, de manera que la naturaleza no se diferencia demasiado de lo que se ve en mis películas anteriores. En contra de lo que imaginaba, la zona donde filmé se parecía mucho a mi Nara natal, incluso la forma de ser de los vecinos.
P.- Para los que conocen su trabajo, y las resonancias directas que establece con su vida personal, es difícil no relacionar a Tokue con su abuela adoptiva, a quien tantas veces ha filmado -en Tarachime y Chiri, por ejemplo-, y a Wakane con usted de joven, sobre todo por la relación distante con su madre...
R.- Son personajes que aparecen en la novela, no son de mi creación, pero tienen algo en común, y es que no reciben una atención especial y se sienten discriminados en la sociedad. Por ese lado, sentí algo especial por ellos, la necesidad de que se comunicaran y entraran en contacto con el mundo. Y en cuanto al parecido de Tokue y la actriz Kiri Kirin con mi abuela adoptiva, que falleció hace tres años, lleva usted razón. Su similitud es clara.
P.- Su película Chiri terminaba con un plano de los cerezos en flor contra el crepúsculo, y ahora retoma ese símbolo también como expresión de la muerte...
R.- Los cerezos son símbolos de la muerte y de la vida, porque la floración dura solo dos o tres días y luego desaparece durante un año. Sentimos algo especial hacia algo tan fugaz. Si permanece la belleza, se convierte en algo cotidiano. Por eso hay que dar importancia al presente, y los cerezos en flor nos permiten también adoptar esta perspectiva. En Chiri filmé los últimos días de mi abuela adoptiva, la mujer que me crió, y la relación que establecía, efectivamente, era con la muerte y la perpetuación de la vida en las generaciones venideras. El mismo mecanismo de perpetuación de los cerezos en flor.
Una imagen de la película
P.- Su obra invita a ser contemplada como un todo, más que como la suma de fragmentos. ¿Cuál es la búsqueda central de esa filmografía unitaria?R.- Lo que me falta a mí, en mi vida, quiero encontrarlo haciendo películas. Primero existo yo, luego el cine. Todas mis películas empiezan a partir de mí. No hago una película porque está de moda, sino porque necesito hacerla. La sensación de que mi obra debe ser vista como unidad creo que se mantiene incluso aunque haga ficciones o documentales indistintamente, porque todas hablan de mí. El bosque del luto es una película sobre la memoria y el dolor porque entonces el Alzheimer estaba transformando a mi abuela.
P.- La pastelería se convierte en el espacio de confluencia de tres generaciones. ¿La contempla como un microcosmos de la sociedad japonesa?
R.- Quería expresar la importancia de interrelación entre las generaciones, porque hoy en día en Japón los ancianos no se relacionan con los adultos y estos tampoco lo hacen con la juventud. Viven en compartimentos estancos. Me parece que es algo peligroso para la sociedad, porque la historia se reescribe continuamente. Pero es un síndrome que afecta a todas las sociedades modernas, no solo a Japón.
P.- Hace quince años, dijo que rodaba cada vez más cerca de las personas, hasta casi tocarlas, porque es su "método para conectar con el mundo". Y añadió que algún día le gustaría ser capaz "de conectar mi interioridad con la de otra persona sin la ayuda de una cámara". ¿Ha llegado ese día?
R.- Es mi objetivo, pero cuando lo consiga, dejaré de hacer cine. En todo caso creo que nunca lo conseguiré, que siempre haré películas.
P.- ¿Es usted una espectadora del cine contemporáneo?
R.- No veo cine, no soy una buena espectadora. Solo cuando me llaman para formar parte de algún jurado me hago una idea de las cosas que se hacen. Tengo un hijo de once años y a veces voy al cine con él, pero sobre todo son películas manga. Como Japón es un país aislado, genera su propia cultura y la recicla constantemente. Con los libros, las series y las películas manga desarrollan una economía autosuficiente. Es una lástima porque entonces no absorbe ni incorpora fácilmente otras culturas, incluyendo el cine de otros países.
@carlosreviriego