Ainhoa Rodríguez (Madrid, 1982) estrena en cines su ópera prima, Destello bravío, un filme atípico, magnético y radiante que ha conquista el Premio Especial del Jurado y el galardón al mejor montaje en el Festival de Málaga, y que antes ya había pasado por Vilnus (donde ganó el premio a la mejor dirección), Róterdam y Moscú. La propuesta ha impactado por su libertad narrativa y su fascinante apuesta estética, puestas al servicio de sus protagonistas, mujeres en edad madura que debutan como actrices en la película y que viven en Puebla de la Reina, el pueblo de Badajoz en el que se ambienta el film, un municipio de poco más de 700 habitantes. Hablamos con la directora de la desaparición de la vida rural y sus tradiciones, la soledad, el deseo femenino, las herencias patriarcales y las ansias de libertad.
Pregunta. ¿Cómo está viviendo todo el interés que está acaparando la película?
Respuesta. Ya con el estreno en Róterdam sentí un cariño muy especial y una conexión con la película por parte de la prensa nacional que me gustó y me sorprendió. Y en Málaga ha sido todo maravilloso y desbordante. La prensa generalista no suele prestar tanta atención a un proyecto como este, ha sido absolutamente inesperado. A ver si logramos entre todos abrir nuevas vías de narración más allá de lo sistemático y convencional.
P. ¿Cuál fue el germen que dio lugar al filme?
R. Tenía una ganas inmensas de trabajar con actrices naturales en mi tierra porque es algo que me estimula muchísimo, es una materia prima fantástica, una arcilla para moldear cargada de experiencias vitales, de personalidad, de raza. Me dedico a la docencia fílmica e impartía talleres en áreas rurales de Extremadura para mujeres sobre cine y miradas no normativas. Para este proyecto me fui a vivir a Puebla de la Reina durante aproximadamente nueve meses para desarrollar un guion in situ, con varios hilos narrativos, ideas e imágenes en los que profundizar. Y la forma que tuve de introducirme en el pueblo, porque yo no soy de allí ni conocía a nadie, fue a través de los talleres. Era esencial construir un vínculo de unión emocional con los que iban a formar parte de la película.
P. ¿Cómo se desarrollaban esos talleres?
R. Hablábamos de lenguaje fílmico, de cómo se construyen los códigos del imaginario colectivo, de cómo se nos ha descrito a las mujeres fílmicamente. Veíamos películas que llevaban la mirada normativa del varón y luego obras que transgreden esa norma. Era muy sorprendente para mis “bravías”. Y funcionaba también como un espacio íntimo para charlar sobre cómo nos sentíamos, contadas y reflejadas, y sobre qué podíamos hacer para tomar las riendas de la fiesta.
P. ¿Fue fácil involucrar a las mujeres de los talleres en el proyecto fílmico?
R. Se creó un vínculo tan intenso que era inevitable que adoptaran un papel protagonista. Ellas me han acompañado en todo el proyecto, me han ayudado a conectarme con todas las necesidades que tenía la película. Al final convertimos el pueblo y casi la región de Tierra de Barros en nuestro particular Cinecittà, hubo una gran colaboración entre nuestro pequeño equipo de profesionales del sector cinematográfico y la población, con estas mujeres a la cabeza.
P. ¿En qué momento percibe que lo que está tanteando se mueve en las aguas del realismo mágico?
R. Es que forma absolutamente parte de la idiosincrasia de los pueblos. El campesino, para salir de la dureza de su cotidianeidad, de esa largas horas bajo el sol o el frío, necesita volar lejos. En Extremadura lo hacen con ironía, retranca y con fabulación. Y convive siempre la fabulación más católica con la más agnóstica o esotérica. Simplemente hay que retratarlo. Nada más llegar al pueblo me contaban historias extraordinarias, como que por la noche una sombra inmensa, un gusano enorme, iba atravesando el pueblo oscuro, vacío.
P. El humor también juega un papel importante…
R. Yo no entiendo la vida sin sentido del humor y los relatos que no llevan algo de humor negro en la mirada del director o de la directora me provocan cierta desconfianza. Me parece que están incompletos. Y yo quería que la película estuviera atravesada por cierta ironía, que forma parte también de la esencia extremeña, y las esencias son muy importantes en Destello bravío. Lo he tenido delante todo el rato, me apabullaba.
P. Hay algo casi fantasmagórico, ya que lo que vemos parece que de alguna manera es una forma de vida que se está desvaneciendo. ¿Qué nos dice el filme sobre esa España vaciada?
R. Esto de la España vaciada no tenía pensado abordarlo, pero es que el mantra que se repetía todo el rato era “Esto ya no es lo que era”. El pueblo está menguando, está envejecido, no hay niños y las puertas se cierran en invierno a las seis de la tarde, cuando todo está ya oscuro. Ya no hay nada de ese pueblo de vecinas con puertas abiertas visitándose todo el rato las unas a las otras. La desconfianza ha emergido y era inevitable que se colara en el suspense de la película y en el terror que se avecina, en el final de un tipo determinado de vida, en la llegada de la globalización. Pero estamos ante un pueblo de resistencia que está protegiendo su alma, con sus luces y sus sombras. En el cine es la forma de hacer el relato internacional: a partir de lo local, de lo personal, de lo genuino...
P. Ese suspense está además potenciado en el diseño sonoro y en la música.
R. Es que la película habla también de la pérdida de la infancia, de la muerte en un plano existencial y de la desaparición de la vida rural, de esas tradiciones. Entonces el viaje de suspense es esencial para narrar ese temor, ese miedo constante. También está la represión en el caso de las mujeres, con esas cruces que cargan a su espalda. Todo esto ya estaba en el guión, pero en el montaje el suspense se potenció y todavía mucho más con el sonido.
P. Por toda la película sobrevuela el deseo reprimido y el afán de libertad de las mujeres que habitan ese pueblo. ¿El patriarcado y el machismo tiene más peso en un sitio como Puebla de la Reina?
R. No, no lo creo en absoluto y además es muy peligroso pensar que sea así. Quizá sea más evidente, pero creo que esta película la podría hacer tocando esos mismos palos en el barrio de Salamanca. Estoy convencidísima de ello porque estamos hablando de un sistema global que se organiza en torno a hechos patriarcales. En cualquier caso, todo el rato me preguntaba si lo que va a sustituir a esas tradiciones locales, que en muchos casos pueden ser injustas o rancias, va a ser mejor. Ese mundo en el que no vamos a tener alma, en el que todos vamos a comer lo mismo, a vestir lo mismo y a pensar igual… Además, no creo que en cuestiones como la igualdad social o de género vaya a ser mejor. Quizá más refinado, pero estamos hablando de lo mismo.
P. ¿Durante el rodaje, fue difícil que las bravías se soltaran?
R. No, fue muy natural. Es un proyecto vital, y al final estás por y para la película las 24 horas del día. Yo tenía los ojos y el corazón abiertos a todo lo que ocurría, a cada imagen, a cada gesto de uno de los habitantes… Es un mundo que poco a poco iba interiorizando y digiriendo. Con las actrices fui poco a poco estableciendo una relación muy cercana. Al principio yo era una forastera y había muchas suspicacias. Pensaban que a la hora de la verdad iba a traer actores de Madrid y las iba a poner a ellas al fondo. Te ponían a prueba y te tomaban la medida hasta que ya un buen día me sentí que era parte de aquel sitio.
P. ¿Había margen para la improvisación?
R. Para que surja la magia hay que tenerlo todo muy trabajado. Estamos hablando de un proyecto in situ de muchos meses y de un rodaje que no llegó a cuatro semanas. La preparación era esencial: los ensayos, cada detalle, los encuadres, que estaban muy medidos… El guión lo tenía yo, pero no lo soltaba para que no memorizaran el texto, aunque sabían cuál era el hilo argumental del que tenían que tirar. Cada personaje estaba trabajado a medida, aunque para mí no eran tanto personajes como seres humanos. Se trataba de que se sintieran cómodas en la representación de ellas mismas. En momentos concretos sí hubo improvisación, como en las comidas o en el bar.
P. Muchos críticos han comparado su estilo con el de Fellini, Saura, Erice, Buñuel… Son nombres importantes.
R. Son directores maravillosos, con lo que he aprendido mucho. Ten en cuenta que yo soy cinéfila. En mi ciudad de provincias, como no tenía manera de acceder al cine, miraba en el periódico qué películas podrían interesarme de las que echaban en televisión y me ponía el despertador para grabarlas. He devorado muchos sueños de otros y los he digerido, por lo que obviamente están en mí. De Fellini incluso he hecho una investigación. Pero me resulta curioso es que nadie dice que realmente estos directores son el extremo opuesto de la película, puesto que ellos dan la visión de la sexualidad y el deseo masculinos a la hora de representar a las mujeres. La visión que da Destello bravio es desde la sexualidad femenina y para mí es algo de lo que hay que hablar, es esencial.