La cápsula del tiempo de Luis López Carrasco
El director, uno de los fundadores del colectivo Los Hijos, estrena su segunda película, 'El año del descubrimiento', en la que se zambulle en la cara b del fastuoso año 92 de la Olimpiada y la Expo
13 noviembre, 2020 08:30En 1992 España parecía el lugar más excitante y efervescente del planeta. La celebración de los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla, vinculada al V centenario del Descubrimiento de América, puso en el foco de los medios de comunicación de todo el mundo a nuestro país, que consiguió transmitir una imagen al exterior de modernidad, civismo y bonanza económica. España iba camino de convertirse en toda una potencia económica mundial. Pero esta instantánea, idealizada pero tan asumida hoy, oculta una cara b que ya alertaba de las crisis que estaban por venir y que ahora Luis López Carrasco (Murcia, 1981) revela en su nueva película, El año del descubrimiento.
El director, uno de los fundadores del colectivo Los Hijos, aborda aquí el desmantelamiento del tejido industrial de la ciudad de Cartagena, un proceso derivado de la reconversión del modelo económico español tras la entrada en la Comunidad Económica Europea, que provocó en ese año 92 una escalada de tensión y violencia entre trabajadores y policía que tuvo su punto culminante en el incendio del parlamento murciano. Pero el filme es más que la simple reconstrucción de esos hechos que hoy nadie parece recordar, a pesar del valor que tienen todos los testimonios que escuchamos.
Futuro, presente y pasado
En su anterior película, El futuro (2013), López Carrasco presentaba una especie de found footage que recogía el transcurso de una fiesta celebrada en una casa en 1982, después de la llegada de Felipe Gonzalez a la presidencia del gobierno con grandes expectativas de modernidad y progreso para el país. El filme, de 69 minutos, gracias a un increíble trabajo de ambientación, maquillaje y vestuario, reconstruía fielmente la época sin grandes aspavientos en lo discursivo: solo escuchábamos la música, el ambiente y, en segundo plano, algunos fragmentos de las banales conversaciones de los invitados. Sin embargo, la deriva hacia el caos, y la posterior resaca, abría el filme hacía sutiles lecturas políticas del presente que ampliaban el alcance e impacto de sus cuidadas imágenes. El año del descubrimiento no está lejos de El futuro desde el punto de vista de la puesta en escena, pero es un filme eminentemente oral: la narrativa se sostiene básicamente en acumular conversaciones y entrevistas durante los 200 minutos del metraje.
En los primeros compases, vemos sobre todo a universitarios o jóvenes con empleos basura o en el paro que hablan, o bien entre ellos o bien a cámara, sobre temas relacionados con cuestiones de ámbito social: el trabajo, la educación, la extinta mili, la explotación laboral, la contaminación, la prostitución, las apuestas… También a gente de otros rangos de edad, siempre de clase trabajadora, que hablan de los mismos temas, todos con cierto tono de desesperanza. La pregunta es: ¿estas personas nos hablan desde el presente o desde ese año 92?
Desde el principio el director adopta una serie de decisiones para la puesta en escena que insertan el filme en un territorio temporalmente ambiguo. El tema, los disturbios en Murcia, se nos explican al principio con un texto impreso y, a medida que avanza la película, el relato de los hechos va tomando protagonismo en la voz de los protagonistas que lo vivieron, ahora casi todos en edad de jubilación, por lo que es obvio que ellos nos hablan desde el presente. Pero las imágenes, rodadas en Hi8, tienen la textura de un video casero y los estilismos y el vestuario evocan a los primeros años de la década de los 90. De manera que, aparentemente, estamos de nuevo ante un found fottage, algo que se refuerza porque López Carrasco inserta fragmentos de telediarios de aquella época y también corta -cuando puede- las referencias a épocas concretas que surgen en las conversaciones.
Este puesta en escena, a la que el director aplica la sutileza necesaria para que los protagonistas no pierdan naturalidad, convierte la película en algo que rebasa su propio tema, en el relato de una crisis que puede ser cualquier crisis. En una "cápsula del tiempo" -como el propio López Carrasco definía la película en El Cultural cuando presentó el filme en Róterdam- en la que la clase trabajadora está atrapada y se ve obligada a vivir dominada por la precariedad, la falta de expectativas y el desencanto.
Todo ello queda reforzado por otras decisiones de carácter formal. Por ejemplo, en ningún momento se nos informa de la identidad o de la profesión de las personas que aparecen en pantalla de una manera directa (por supuesto, no hay insertos con nombres). El director parece querer decirnos que estamos ante la clientela que podría aparcar en cualquier bar de cualquier barrio de la clase media-baja de España, que es precisamente el escenario de la película: un bar cualquiera. La sensación de estar allí tomando una caña queda reforzada por el uso de la doble pantalla, que nos permite atender a las conversaciones y al ambiente. En definitiva, un filme muy arriesgado, difícil de equilibrar, pero que la intuición de Lopez Carrasco convierten en algo más que un documental o una ficción: en un valioso fragmento de memoria colectiva.