Image: ¿Qué hacías tú en el 84?

Image: ¿Qué hacías tú en el 84?

Cine

¿Qué hacías tú en el 84?

El estreno de Verano del 84 viene a confirmar la ola de nostalgia ochentera que vive el cine fantástico y de terror, amenazando con extenderse mucho más allá de sus fronteras. Pero... ¿eran los niños del 84 así o se los inventó Stephen King?

30 enero, 2019 01:00

Que François Simard, Anouk Whissell y Yoann-Karl Whissell, los culpables de la inteligente y entretenida Verano del 84, son auténticos freaks entregados en cuerpo y alma a la nostalgia por la década de los 80 ya lo sabíamos todos los que vimos la, por otra parte, muy superior Turbo Kid (2015), su imaginativo homenaje al cine postapocalíptico estilo Mad Max, que, en realidad, remitía antes a títulos casposos, juveniles y entrañables como Guerreros del sol (1986) o El guerrero del amanecer (1987) que a la saga de George Miller. Pero que su nueva película coincida con el apogeo de la popular serie Stranger Things y con el remake (o nueva versión, si se prefiere) de It (2017), no puede ser casual: los niños de los 80 han vuelto, afectados por una especie de síndrome de Peter Pan mal asumido que les impide crecer, y además han vuelto para quedarse cómodamente instalados en la cultura trasnochada de lo retro y de la nostalgia eterna, que parece ser el sello "característico" de las primeras décadas del nuevo siglo.

Verano del 84 no puede ser más representativa: una pandilla de cuasi adolescentes donde no faltan el gordito simpático, el malote con buen fondo y el protagonista más sensible, romántico y fantasioso, en plenas vacaciones de verano en una pequeña y plácida ciudad estadounidense de provincias, descubre que el culpable de la oleada de desapariciones de niños que asola los alrededores no es otro que un vecino ejemplar y, para colmo de males, agente de policía de méritos reconocidos... ¿Cómo demostrarlo a los adultos, sumergidos en sus problemas familiares y cotidianos, amén de poco dispuestos a dar crédito a las fantasías de sus traviesos muchachuelos?

Resuenan los ecos de Noche de miedo (1985) -que ya fuera directamente plagiada por Disturbia (2007), antes de convertirse en víctima de un fallido remake en 2011-, Jóvenes ocultos (1987) e incluso de Una pandilla alucinante (1987), pero también, por supuesto, de Los Goonies (1985) y de It, novela de 1986 y miniserie de televisión de 1990. Tanto su estructura como su escenario, desarrollo, protagonistas y estética responden a una serie de arquetipos que desde mediados de los años 80 del siglo pasado, cuando eran parte de un cine y una cultura netamente popular y comercial, se han establecido en el imaginario universal alcanzando casi el estatus de mitos modernos, gracias tanto al poder colonizador de la iconografía pop de Hollywood como a la esencia verdaderamente arquetípica que los conforma: el viaje iniciático de la infancia a la adolescencia, el traumático descubrimiento del sexo, del primer amor y, a la vez, de la muerte y del primer horror, y la necesidad de vencer los miedos y monstruos de la infancia tanto como del amenazador mundo adulto, para poder sobrevivir e incluso integrarse en éste de la mejor forma posible. Todo teñido de una suerte de nostalgia crepuscular por la pérdida definitiva de la inocencia. El adiós a la niñez, con sus veranos y vacaciones, a un mundo más simple y mágico, donde todo era posible y hasta la maldad resultaba intrínsecamente pura e inocente.

'Jóvenes Ocultos' (Joel Schumacher, 1987)

'Jóvenes Ocultos' (Joel Schumacher, 1987)

De hecho, lo que han perdido las re-creaciones nostálgicas de las infancias fantásticas ochenteras es, sobre todo y precisamente, la fantasía, el humor y la ironía, que hacían de muchos de sus mejores ejemplos -las citadas Noche de miedo, Jóvenes ocultos o Una pandilla alucinante, pero también Poltergeist (1982), Gremlins (1984), Pesadilla en Elm Street (1984), Muñeco diabólico (1988), El misterio de la dama blanca (1988) y, por supuesto, It, Christine (1983), Miedo azul (1985) o Algunas veces ellos vuelven (1991), todas ellas procedentes de la imaginación de King- una suerte de sátira más o menos cruel, más o menos soterrada, de la familia americana ideal de los Estados Unidos en la Era Reagan, que recibía un trato cariñosamente ácido a menudo, cuando no directamente mordaz, como ha sabido reconocer certeramente el crítico Charlie Fox en su excelente libro Este joven monstruo (Alpha Decay, 2017).

Los niños de los 80 que protagonizan Verano del 84, Stranger Things y otros productos similares son, en cierto modo, fotocopias desvaídas de los originales, que traslucen bajo su apariencia difuminada los rasgos de adultos de hoy que recuerdan con nostalgia impostada y memoria deformada lo que les gustaría que hubieran sido los años 80 o lo que estos, engañosamente, representan hoy en un imaginario que ha borrado su genuina carga crítica y lúdica, olvidando que gran parte de los escritores y directores que crearon esta mitología infantil lo hicieron como rebelión, no exenta nunca de ironía, contra el mundo adulto, siendo capaces a la vez y al tiempo de dotar a sus creaciones de ingenuidad y frivolidad.

No se puede volver al pasado. Por muchas veces que veamos Regreso al futuro (1985), la sensibilidad especial que produjo la era dorada de los kingniños ya no es la nuestra. Y un género puede morir si se limita a mirar al ayer, confundiendo hacer metástasis con crecer, temeroso de mirar al presente a la cara para generar sus propios mitos.