Calvary, abusos sexuales y metafísica
Una imagen de Calvary
El cineasta irlandés John McDonagh nos regala un apasionante retrato de la miseria y las contradicciones de la existencia en Calvary a traves de un cura más firme en su bondad que en su fe interpretado por un enorme Brendan Gleeson.
A partir de aquí, Brendan Gleeson, que ya se sabe que es un actor soberbio, interioriza su personaje hasta extremos asombrosos haciéndonos vibrar con el calvario de ese cura más firme en su bondad que en su fe que se sumerge en los tormentos ajenos al tiempo que trata de lidiar con sus propios demonios. A modo de despedida, el cura mantiene una serie de encuentros con miembros de su parroquia a la vez que trata de reconciliarse con la hija que abandonó por el sacerdocio. Lo que McDonagh quiere contarnos es la debacle moral de la sociedad irlandesa, que tras la caída de su institución más emblemática se enfrenta a un abisal vacío moral encarnado por ese largo calvario del protagonista que, como el propio Jesucristo, está destinado a morir para pagar por los pecados de los demás.
La estructura de la película es una serie de episodios donde se discute de fe y moral con todo tipo de personajes (un turbio millonario con complejo de culpa, un médico ateo que se hace la "camusiana" pregunta del silencio de Dios o un psicópata), y el "calvario" del protagonista hasta su previsible ajusticiamiento sirve como metáfora del calvario de su propia sociedad. Calvary es una buena película sobre el perdón y la ira, en la que unas conversaciones expresivas e inteligentes vienen a conformar un paisaje en ruinas de una Irlanda desorientada que no sabe cómo asumir su pasado oscuro y aun menos cómo encarar su futuro al tiempo que nos ofrece, en la sabia socarronería de un cura que observa sin juzgar y se enfrenta al silencio de Dios, un apasionante retrato de la miseria y las contradicciones de la existencia.