Los estragos de la dictadura en la cartelera
Álex de la Iglesia entre el 'blockbuster' multimillonario y la integridad del cine europeo más radicalmente personal
16 diciembre, 2010 01:00Escena de Balada triste de trompeta
Los polos se atraen en la cartelera cinematográfica. No podemos pensar en dos películas más opuestas que Tron: Legacy, la última apuesta 3D de Hollywood, y Film Socialisme, la última película de Jean-Luc Godard. El 'blockbuster' multimillonario frente a la integridad del cine europeo más radicalmente personal. Entre ambas orillas podríamos situar Balada triste de trompeta, de Álex de la Iglesia, donde el espectáculo cinematográfico se da la mano con las obsesiones más recurrentes de un cineasta atrapado en su propio discurso, llevado esta vez al exceso y a la sublimación metafórica. Mediante el enfrentamiento de dos payasos por una mujer en los años del tardofranquismo, el autor de El día de la bestia y actual presidente de la Academia de Cine escenifica su singular recorrido, con humor y violencia, por la historia reciente de un país enconado y salvaje, radicalmente partido en dos bandos irreconciliables. Una fábula cruel que le valió los premios a Mejor Director y Mejor Guión en el pasado Festival de Venecia.La casualidad ha querido que los estragos de las dictaduras políticas formen una especie de territorio común en los estrenos cinematográficos más interesantes de esta semana. Así, otra propuesta con cierto atractivo es la película colectiva Historias de la edad de oro, una sucesión de seis cortometrajes engarzados temáticamente y realizados por sendos directores rumanos, capitaneados todos ellos por Cristian Mungiu, el autor de la exitosa 4 meses, 3 semanas y 2 días. De hecho, este filme tan ampliamente premiado y valorado por la crítica, sin duda uno de los últimos prestigios del cine de autor europeo (premiado en Cannes), comparte el mismo origen que los relatos reunidos en Historias de la edad de oro, es decir, leyendas urbanas que rozan el absurdo y que transcurren durante los últimos quince años del régimen de Ceausescu, cuando el pueblo hacía frente a la lógica distorsionada de la dictadura mediante el humor y el surrealismo. Fuera de toda duda, la historia dirigida por Mungiu, titulada "La leyenda de los vendedores de aire", es la más interesante de todos los relatos reunidos en este largometraje colectivo, que desgraciadamente fracasa en su intento de ofrecerse como espejo y corolario de la excelente salud de la que goza el actual cine rumano, en parte debido a ausencias de peso como Cristi Puiu o Radu Muntean.
El tercero de los filmes que también se ocupa de los efectos humanos de los sistemas totalitarios, sólo que esta vez mediante la historia de un disidente chino, es el 'biopic' dramático El último bailarín de Mao. Dirigida por Bruce Beresford (director de Paseando a Miss Daisy), esta producción norteamericana narra la historia del bailarín Li Cunxin, adaptada a partir de su autobiografía. Miembro de una familia de campesinos, el talento de Cunxin para el ballet clásico emergió en pleno caos de la Revolución Cultural China, cuando las estructuras del sistema de Mao Sedung estaban desmoronándose. En ese momento, Cunxin viaja fuera de su país y descubre Occidente, desertando finalmente de su país natal al obtener la residencia en Estados Unidos. A lo largo de su vida, el bailarín tuvo que lidiar tanto con sus limitaciones físicas como con el castigo que le impuso China prohibiéndole regresar a su país. Bajo el envoltorio de una gran producción internacional, rodada en China, Estados Unidos y Australia, El último bailarín de Mao se queda atascado en una confluencia de géneros que en su conjunto no trascienden el 'biopic' convencional, buscando continuamente el equilibrio entre el drama personal y el contexto histórico.