Paul Verhoeven
Me parece más natural la guerra que la paz
1 febrero, 2007 01:00Paul Verhoeven. Foto: AP
Después de una tormentosa estancia en EEUU, Paul Verhoeven regresa a su Holanda natal. El desmedido autor de Delicias turcas y Eric, oficial de la reina, que luego realizó en Hollywood películas tan extravagantes como Robocop, Instinto básico o Showgirls, vuelve a sus orígenes con El libro negro, que se estrena mañana en nuestro país. El Cultural ha hablado con el director sobre su actitud ante la realidad y sobre su retorno al cine holandés con la producción más cara de su historia.
-¿Es El libro negro una prolongación femenina de Eric, oficial de la reina?
-Son películas complementarias sobre un mismo periodo histórico, al que observan desde perspectivas opuestas. Eric, oficial de la reina tiene una visión más heroica de los holandeses, y mucho más maniquea de los alemanes. El libro negro habla, sobre todo, de la última parte de la ocupación nazi en Holanda, en la que todo fue bastante más sórdido para ambos bandos.
El libro negro cuenta la historia de Rachel Steinn (espléndida Carice van Houten), cantante judía que, tras intentar huir sin éxito de la Holanda ocupada, se une a la Resistencia bajo el nombre de Ellis de Vries. Acabará enamorándose de un oficial alemán al que ha estado utilizando para sacar información secreta de los movimientos de la Gestapo. Es la primera de una cadena de paradojas y dilemas morales que convierten a la película en una montaña rusa emocional en la que no hay buenos ni malos, sino todo lo contrario. Si algo caracteriza a El libro negro es la rapidez con que sus personajes se quitan la máscara, convirtiéndose en su némesis en un periquete. Bien y mal no son las dos caras de una misma moneda, porque la moneda sólo tiene una cara. De ahí que la visión que Verhoeven tiene de la guerra sea inherente a la traición constante de nuestros propios principios y a una ley del ojo por ojo que el pueblo holandés cultivó sin sentir vergöenza, castigando sin piedad a los colaboracionistas nazis.
-Siempre me ha parecido curioso que los holandeses se hicieran los héroes cuando hablaban de su comportamiento con los judíos en la Segunda Guerra Mundial, cuando fuimos de los países que actuaron con mayor lasitud al respecto. Simplemente, dejábamos que los nazis se los llevaran y los mataran. Nunca fuimos como los daneses, que hicieron todo lo posible para retenerlos e impedir el genocidio. Por eso me interesaba realizar una película sobre ese periodo que compartiera en todo momento el punto de vista de una muchacha judía, que, aunque es victimizada, nunca se hace la víctima. Lo único que quiere es sobrevivir.
Pura víscera
El cine de Verhoeven es pura víscera. Tachado de provocador, ha roto todos los tabús impuestos por las convenciones morales de una sociedad a la que siempre mira de reojo, dispuesto a practicar la autopsia de nuestros más exquisitos cadáveres. Un chico descubre su homosexualidad cuando lo violan unos gamberros en Vivir a tope; un escritor atormentado sueña con quitarle los calzoncillos a su amante crucificado en El cuarto hombre; la carne de un villano se derrite en Robocop después de que la violenta imposición de la ley gane por puntos a la hostilidad de la delincuencia. Todo este catálogo de imágenes subversivas ha hervido en la mente de este licenciado en Ciencias Exactas que filma siempre desde las entrañas, y no desde la razón. El legado de su pasado matemático permanece en su interés por la tecnología, en entender el rodaje como una ecuación de varias incógnitas que sólo él puede responder. Luego está el misterio de las emociones que salpican la pantalla, todo lo que no se puede controlar desde la desarmante lógica del sentido común.
-¿De dónde procede su interés por la violencia y sus efectos?
-Creo que mi predilección por esa imaginería tiene que ver con mi infancia durante la guerra. Estaba acostumbrado a ver cadáveres, a escuchar a los aviones británicos que se dirigían hacia Alemania. De ahí que la violencia siempre me haya parecido algo natural. De hecho, me parece más natural la guerra que la paz. Un escritor holandés que sufrió la ocupación nazi cuando era adolescente solía decir que la guerra es la norma y la paz la excepción. Cuando en Eric, oficial de la reina le dicen al protagonista, interpretado por Rutger Hauer, que se ha declarado la guerra, afirma: "Un poco de guerra tiene su interés". Y en esa frase hay algo de mí que reconozco. No sé exactamente de dónde viene, de igual modo que Buñuel, cineasta que me encanta, tampoco sabía de dónde venían sus obsesiones. Lo que no quiere decir que esté a favor de la guerra.
Aunque El libro negro sea su película menos agresiva en muchos, muchos años, el Verhoeven auténtico, el que no aparta la cara ante lo vulgar o lo repugnante, asoma el morro a través de una secuencia de humillación pública particularmente desagradable. El apego a la realidad, por muy cruda que sea, es una de las constantes del cine de Verhoeven, obsesionado por equilibrar su lado irracional desde su afecto por lo empírico.
-Soy un realista. Si hay una violación, quiero mostrarla. Si hay una bomba y alguien sufre una herida mortal, quiero mostrarla. No me gusta evitar la realidad, prefiero serle fiel. Y si eso supone cruzar ciertos límites, no es problema mío. El problema lo tiene quien juzga. Aunque tengo que reconocer que en El libro negro me he contenido. Quizás sea porque me he hecho mayor, pero lo cierto es que en este caso cualquier desnudo o escena de violencia está plenamente justificada en el guión.
¿Quién habla de sexo débil? La mujer verhoeviana sabe usar el poder de su sexualidad aunque sea a costa de devorar al hombre por el que se siente atraída. Hay en esa lucha de fuerzas -la que une a Cathy Tippel con la Sharon Stone de Instinto básico- una reivindicación de lo femenino hecha desde una mirada profundamente masculina. En cierto modo, Verhoeven es un feminista: en sus películas la mujer siempre está por encima del hombre. Un solo cruce de piernas puede derrotar siglos de dominación patriarcal. Ellas son el sexo, y el sexo lo puede todo.
-Me gustan mucho más las mujeres que los hombres. Me parecen más fuertes y más inteligentes. Es algo que sé desde que tengo uso de razón, desde que iba al colegio, una idea con la que he crecido. De ahí que mis personajes femeninos siempre tomen las riendas de su destino, porque deben defenderse de una sociedad que aún hoy sigue rigiéndose por patrones sexistas. Por ejemplo, me habría encantado rodar una película sobre Juana de Arco. Creo que las películas que se han acercado a su figura no le han hecho justicia. Fue mi mujer, Martine, la que me empujó a que aceptara la oferta que me hizo Hollywood, porque yo no tenía el coraje para dar el paso. Era un momento en que la "inteligentsia" de mi país me acusaba de obsceno, mis películas no interesaban al Gobierno, y mi única salida era marcharme. Había estado varias veces en Estados Unidos moviendo proyectos pero nunca acababa de decidirme. También fue Martine la que me animó a aceptar la dirección de Instinto básico. Puede imaginar lo agradecido que le estoy...
Pervesa ambigöedad
La etapa americana de Verhoeven coincide con su cine ideológicamente más guerrillero. Desde una perversa ambigöedad moral, películas como Robocop o Starship Troopers confrontan al espectador con una visión sarcástica y demoledora del imperialismo americano. Resistente al vitriolo del holandés errante, a la crítica estadounidense le ha costado distinguir el grano de la paja, identificando con frecuencia al cineasta con un discurso protofascista, de raíces claramente paródicas, que no hacía otra cosa que cuestionar la hipocresía de un país que se cree por encima del bien y del mal.
-Con Robocop y Starship Troopers, obviamente estaba haciendo películas políticas disfrazadas de cine de género. En el primer caso hablaba de la violencia de la política urbana estadounidense y en el segundo de las consecuencias del intervencionismo militar. Partiendo de una novela de Robert Heinlein que podía ser entendida fácilmente como una apología del fascismo, me avancé, unos cuantos años antes de Afganistán e Irak, a los efectos de la política internacional de Estados Unidos. Me interesaba utilizar los recursos expresivos de la ciencia-ficción a través de imágenes inspiradas directamente en el cine de Leni Riefensthal para explicar un clima de tensión que ya se estaba gestando durante el gobierno de Clinton. ¿Qué ocurría cuando los americanos invadían territorio enemigo? Que los insectos reaccionaban con violencia, igual que los terroristas de Al-Qaeda reaccionaron con el 11-S.
No es casual que El libro negro sea la consecuencia de seis años de vacaciones forzadas. Su fama de cineasta incómodo, añadida al fracaso de la que, según Jacques Rivette, es una de las mejores películas norteamericanas de los noventa, Showgirls (es el único ralizador que se atrevió a recoger en persona el Razzie al Peor Director del Año), le compró a Verhoeven un billete de vuelta a Holanda. Su tendencia al exceso (con sus 17 millones de euros de presupuesto, es lel filme holandés más caro de la Historia) ha hecho de su regreso a los orígenes todo un espectáculo que parece aglutinar, en sus casi dos horas y media de metraje, material suficiente para tres cintas. Y es que El libro negro es, más que una película bélica, un serial de aventuras, una novela pulp de impactante vitalidad.
-Llegó un momento de mi carrera en la que estaba harto de la ciencia-ficción y quería volver a retomar mi faceta más realista. En cierto modo, con El hombre sin sombra me daba la sensación de que me estaba perdiendo a mí mismo. Me estaba convirtiendo en un director al servicio de los estudios, un cineasta a sueldo y sin personalidad. El caso es que después del 11-S el cine comercial americano quería huir completamente de la realidad. No hay más que repasar la lista de grandes éxitos de los últimos años (Harry Potter, Spiderman, la saga de El señor de los anillos) para darse cuenta de lo difícil que me iba a resultar cambiar de tono. Y así fue: durante cuatro o cinco años no recibí ni un solo guión que me interesara. Decidí volver a mis orígenes y colaborar con Gerald Soeteman [su guionista habitual en la etapa holandesa] que, por cierto, detesta la ciencia-ficción. Empezamos a hablar de un proyecto que habíamos barajado realizar en los setenta, el de El libro negro, y nos pusimos a desarrollarlo. Fue un proceso largo, de casi tres años, porque el primer guión no funcionaba y entonces cambiamos el sexo del protagonista y lo reescribimos entero. Y gracias a El libro negro puedo decir que me he reencontrado conmigo mismo.
Una cinefilia aventurera
Difícil imaginar las películas que forjaron la cinefilia adolescente de Paul Verhoeven. Fascinado por la lectura de las memorias de Luis Buñuel, Mi último suspiro, director cuya rica imaginería ha alimentado el aliento surrealista de su obra, su educación sentimental no progresó en las aulas del cine de autor sino en las del cine clásico de Hollywood. Los rastros de sus películas favoritas pueden olerse en las aventuras de El temible burlón, con un sonriente y saltarín Burt Lancaster, o en la brutalidad disfrazada de propaganda didáctica y anticomunista de La guerra de los mundos, o en la Bestia enamorada de la Bella en King Kong, monstruo tierno que para Verhoeven no era otra cosa que un ángel vengador del Antiguo Testamento, o en la desarmante ingenuidad de Tarzán en Nueva York, o en las comedias sofisticadas de Ernst Lubistch, o en las paranoicas intrigas de Fritz Lang, o en los musicales de Fred Astaire y Ginger Rogers. No deja de ser lógica su adhesión al lenguaje del cine comercial. Después de todo, Verhoeven es el paradigma del cineasta que intenta encontrar un equilibrio entre sus intereses como artista y las necesidades del gran público.