Memorias de una Geisha
Director: Rob Marshall
19 enero, 2006 01:00Zhang Ziyi en Memorias de una geisha
Durante el siglo XIX, cuando Japón fue descubierto por el mundo occidental, causaba furor la llamada japonaiserie, el objeto artístico que imitaba el arte nipón con función más ornamental que otra cosa. De alguna manera suponía la asimilación de una estética que era producto de profundas raíces culturales por parte de una sociedad consumista y ávida de emociones exóticas. Una película americana en la que actrices chinas interpretan a geishas japonesas hablando inglés es, antes que una extravagancia, un moderno ejemplo de japonaiserie.Dejando de lado las absurdas polémicas que ha despertado Memorias de una geisha entre chinos y japoneses a causa de ese eterno nacional-paletismo cada vez más influyente en todas las esferas de la vida pública, la verdad es que poco importa que las estupendas actrices Zhang Ziyi, Gong Li y Michelle Yeoh no tengan el necesario pedigrí nipón, o que actores de la talla de Ken Watanabe o Koji Yakusho anden por ahí un tanto perdidos. Ponerse a invocar ahora los nombres de grandes directores japoneses que han tratado el mundo de las geishas no sólo sería pedante, sino que estaría fuera de lugar, porque sacaría de contexto un filme que tiene bien claro qué quiere contar y a quién va dirigido.
Por mucho que esta adaptación del best-seller de Arthur Golden nos proponga una didáctica introducción a la cultura japonesa, es evidente que su exotismo es sólo el envoltorio de una historia tan americana como la del muchacho de Iowa que quiere ser jugador de béisbol o la de la guapa-chica-pobre que se convierte en estrella de Broadway. Desde pequeñita, Sayuri, la protagonista no sólo quiere ser geisha, sino la mejor dama de compañía de Japón. Este relato sobre cómo ser geisha y no morir en el intento pasa de puntillas por los aspectos más escabrosos del oficio para concentrarse en una convencional historia de triunfo, de voluntad que se impone sobre una realidad adversa para ser justamente recompensada.
Los entrenamientos de nuestra heroína no son, en el fondo, muy diferentes de los de Rocky subiendo y bajando escaleras; y, como exigen los relatos canónicos, hay además una villana de por medio que casi parece la madrastra de Cenicienta. En esta maquinaria perfectamente engrasada, la imparable fuerza de los acontecimientos tiene más importancia que la delectación sensorial o la recreación minuciosa de un ambiente social. La música de John Williams -que cuenta con la inestimable ayuda de Yo-Yo Ma e Itzhak Perlman- aporta un toque de distinción a un conjunto que hay que entender como simple producto comercial y que resulta más interesante cuando describe el mundo de las geishas que cuando deriva hacia fangosos terrenos culebroneros. Al menos conserva en todo momento cierta dignidad y no es tan ridícula e inverosímil como El último samurai, la última japonaiserie que nos había llegado de Hollywood.