Las conexiones ocultas entre Ramón y Cajal y Natalia Ginzburg
El Premio Nobel español y la autora de 'Léxico familiar' fueron claves en la peripecia vital del histólogo y anatomista italiano Giuseppe Levi
Como historiador, uno de los placeres de mi labor es encontrar conexiones ocultas, que habían pasado desapercibidas con anterioridad. Recientemente he descubierto una de esas relaciones, no importante, pero sí curiosa y merecedora de ser recordada por los personajes que aparecen en ella. Una relación, además, que muestra los muy diferentes lugares en los que se pueden encontrar detalles que ayudan a reconstruir mejor el pasado.
En 2009, conjuntamente con mi amigo –como yo profesor en la Universidad Autónoma de Madrid, aunque él en la sección de Biología Molecular–, Juan Fernández Santarén, fallecido prematuramente en 2015, publicamos un artículo en el Journal of the History of the Neurosciences. Nuestro trabajo, ‘Science and politics: Ramón y Cajal’s intervention in Giuseppe Levi’s 1934 liberation’, trataba del papel que Cajal desempeñó en la liberación del notable histólogo y anatomista italiano Giuseppe Levi (1872-1965), cabeza en Turín de una escuela de biólogos en la que se formaron científicos tan distinguidos como Salvador Luria, Renato Dulbecco y Rita Levi Montalcini, los tres Premio Nobel de Fisiología o Medicina años más tarde.
Fernando de Castro, uno de los últimos discípulos de Cajal, fue marginado tras la Guerra Civil
En su autobiografía, que lleva el hermoso título de Elogio de la imperfección (Tusquets, 2011), Levi Montalcini recordó a su maestro con las siguientes palabras: “En el segundo año de carrera, Salvatore –luego Salvador– Luria, Cornelio Fazio, mi prima Eugenia y yo, junto con otros compañeros de clase como Renato Dulbecco y Gigi Magri, entramos como internos en el Instituto de Anatomía, atraídos, más que por la disciplina, que no nos interesaba, por la extraordinaria personalidad del profesor, Giuseppe Levi, célebre en la Universidad de Turín por su reputación de científico, su oposición al fascismo, que manifestaba con supremo desprecio de las más elementales reglas de la prudencia, y sus arranques de cólera”.
La referencia que hacía Levi Montalcini a la “oposición al fascismo” de Levi estaba justificada, pues Benito Mussolini, deseoso de atraerse las simpatías de Hitler, culminó el 17 de agosto de 1938 la campaña de propaganda antisemita que había emprendido, promoviendo una circular del Departamento de Interior en la que se ordenaba a los Prefectos que no designasen a judíos para puestos oficiales, órdenes que se complementaron con otras que profundizaban en la persecución de judíos, italianos y extranjeros.
Entre los expulsados de la universidad por semejantes leyes se encuentran científicos tan eminentes, pero de origen judío, como Federigo Enriques, profesor de Geometría Superior en Roma; Gino Fano (Geometría, Torino); Guido Fubini Ghiron (Análisis, Turín), o Tullio Levi-Civita (Mecánica racional, Roma). Igualmente perdió Italia a su joya más preciada, Enrico Fermi, cuya esposa era de ascendencia judía, que aprovechó su viaje a Estocolmo, a recoger el premio Nobel de Física en diciembre de 1938, para no regresar a Italia.
Los problemas de Levi por sus críticas al fascismo dominante en Italia alcanzaron su clímax cuando uno de sus hijos, Mario, activista contra el gobierno de Mussolini, escapó de la policía de su país, que le perseguía, atravesando a nado la frontera que separa Italia de Suiza. Giuseppe Levi fue detenido con independencia de este hecho, y desconociendo que su hijo estaba a salvo en Suiza se autoinculpó de ser el único responsable de lo que parecía ser una conspiración.
Y aquí aparece Cajal, quien, advertido por uno de sus colaboradores, Fernando de Castro, que por entonces se encontraba ampliando estudios con Levi, escribió el 13 de abril de 1934 al embajador español en Roma pidiéndole que le ayudase. En nuestro artículo, reproducíamos las cartas de De Castro y Cajal y analizábamos el episodio, incluyendo las relaciones de la obra científica del histólogo italiano con España y con Cajal, cartas que probablemente ayudaron a que a finales de abril Levi fuese puesto en libertad.
Hasta aquí una historia como muchas otras que se pueden recordar. Pero leyendo últimamente una biografía de Luria, Salvador Luria. An Immigrant Biologist in Cold War America (The MIT Press, 2022), de Rena Selya (Luria emigró a Estados Unidos al igual que Levi Montalcini, Dulbecco y Fermi), supe que uno de los cinco hijos de Levi se llamaba Natalia (1916-1991), la cual, al casarse en 1938 con el profesor de literatura rusa y antifascista Leone Ginzburg, tomó su apellido, con el que firmó su obra literaria (su marido Leone, uno de los fundadores en 1933 de la editorial Einaudi, falleció como consecuencias de las torturas sufridas en la cárcel tras ser detenido en 1944).
Se trataba, pues, de Natalia Ginzburg, la conocida escritora, recordada por libros como Todos nuestros ayeres (1952), Léxico familiar (1963) o Querido Miguel (1973), que también participó en la vida política, llegando a ser diputada por el Partido Comunista Italiano.
En algunos de los libros de Ginzburg aparece su padre con frecuencia, un padre intransigente, colérico y dominante. Al relacionarla con el Levi al que había ayudado Cajal, busqué en sus libros algún rastro de aquella relación entre Levi y Castro. Y lo encontré, pero no en la forma que yo conocía y que me hubiera gustado ampliar a través de un miembro de la familia Levi.
En Léxico familiar (Lumen, 2022) su libro más conocido, Ginzburg escribió: “En España [mi padre] conocía a un señor que se llamaba De Castro. Aquel De Castro cayó enfermo durante una de las temporadas que pasó en Turín. Y no se sabía qué enfermedad tenía. Mi padre lo mandó ingresar en una clínica y llamó a un montón de médicos para que lo vieran. Alguien dijo que seguramente tendría algo del corazón. De Castro tenía una fiebre muy alta, deliraba y no reconocía a nadie. Regresó a España una vez curado. Llegó el gobierno franquista y después la Segunda Guerra Mundial, y no se volvió a saber nada de él”.
['Domingo', en la intimidad de Natalia Ginzburg]
No es extraño que no se volviera a saber nada de Fernando de Castro (1896-1967), uno de los últimos discípulos de Cajal, pues después de la Guerra Civil fue marginado. Y el Instituto Cajal, la mayor gloria de la ciencia española, dejado en manos de científicos de segundo orden –no siempre fueron realmente científicos–, a menudo alejados del campo de conocimiento en el que Cajal creó escuela. Pequeños detalles, sí, encontrados en lugares inesperados, pero que, integrados en un contexto más amplio, sirven para conformar una historia más completa.