Fue un hombre razonable en un mundo que no lo era, o lo era poco. Un hombre dialogante en una sociedad, la soviética, cada vez más fosilizada. Me refiero a Mijaíl Gorbachov. En un ya viejo libro, Aventuras y desventuras de un científico soviético (Alianza Editorial, 1996), Roald Sagdeev –un experto en plasma que fue asesor científico de Gorbachov y que, cuando se produjo la desbandada de expertos soviéticos al extranjero como consecuencia de la profunda crisis económica que siguió al final de la Unión Soviética, terminó instalándose en Estados Unidos– explicó que una de las características de Gorbachov era “su capacidad para influir en el pensamiento de los demás simplemente hablando con ellos. Incluso si lo hacía de la forma más apasionada y elocuente […]. Su forma de aproximación estaba en fuerte contraste con la tradición que solían adoptar los jefazos, que no intentaban nunca cambiar las auténticas opiniones y creencias de la gente, sino que simplemente emitían una orden y exigían su cumplimiento”.
Un cargo poderoso
Como Adolfo Suárez en España, Gorbachov fue un “hombre del régimen”. Una persona que fue haciendo carrera en el seno del aparato político de la Unión Soviética y que terminó accediendo al poderoso cargo de secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Cuando se pasa lista a los que le antecedieron en el cargo, se comprueba las grandes diferencias que mantuvo con la mayoría de ellos –Brézhnev, Andrópov y Chernenko–, cuyos intereses en ciencia estaban dominados por la física nuclear y su aplicación a la carrera armamentística, que no dudaron en intensificar. Diferente fue el caso de Nikita Jrushchov –primer secretario general del PCUS, entre 1956 y 1962– , quien avanzó posiciones que Gorbachov desarrollaría años más tarde. Jrushchov condenó públicamente el terror impuesto por Stalin y proclamó que después de un combate atómico, “no habría manera de distinguir las cenizas comunistas de las capitalistas”.
Los intereses científicos de quienes antecedieron a Gorbachov estaban dominados por la física nuclear y su aplicación a la carrera armamentística
Como es natural, a raíz del fallecimiento de Gorbachov han proliferado los artículos glosando su figura, pero dejando a un lado su relación con la ciencia –las “dos culturas” continúan vigentes, aunque camufladas–, salvo en lo que se refiere al papel que desempeñó en la limitación del armamento nuclear: bajo su mandato se firmó en diciembre de 1987 el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio, y en julio de 1991 el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas, iniciativas que abrían esperanzas de un mundo no tan firmemente instalado en el filo de la “navaja nuclear”.
Desarme nuclear
Una iniciativa que secundó Ronald Reagan, presidente de Estados Unidos, quien, por otra parte y con el apoyo entusiasta de Edward Teller, el padre de la bomba de hidrógeno, intentó poner en marcha la “Iniciativa de Defensa Estratégica”, también denominada Guerra de las Galaxias, un proyecto para el que se pensaba que la tecnociencia más avanzada podía suministrar los instrumentos necesarios. No deja de existir una profunda contradicción entre secundar un tratado de desarme nuclear y al mismo tiempo crear un proyecto que animaba a aumentar la confrontación entre las dos superpotencias.
El inmenso desarrollo científico y tecnológico que se produjo a mediados del siglo XX, con la tecnociencia a la cabeza, provocó en manos de los responsables políticos situaciones como estas… y otras aventuras “locas” como el Proyecto Pluto, que EE.UU. puso en marcha en 1957 y con el que se pretendía fabricar aviones impulsados por un reactor nuclear.
Control científico
Se ha acusado a Gorbachov –Putin en especial– de haber querido destruir la Unión Soviética. Nada más lejos de la realidad, y su relación con la ciencia soviética lo muestra. Merece la pena dar al menos un detalle en este sentido. Desde su creación en 1925, la Academia de Ciencias de la Unión Soviética ejerció un control casi absoluto sobre la ciencia del país.
Aunque las quince repúblicas soviéticas, salvo la rusa, tenían sus propias academias de ciencias, la Soviética mantenía un control total sobre ellas, intelectual y económico, un estatus que procedía de los primeros tiempos de los líderes bolcheviques, para quienes la idea de una Academia de Ciencias centralizada era compatible con el modelo de Estado que querían implantar. Como sucedió en Francia durante mucho tiempo, con una ciencia localizada en París, los principales centros de investigación de la academia soviética estaban en Rusia, en ciudades como Moscú, Leningrado o Novosibirsk, donde en 1957 comenzó a construirse un gran complejo científico, Akademgorodok.
Identidad e independencia
Pese a haber protagonizado algunas actuaciones que la honraban, como negarse a expulsar de sus filas a Andréi Sájarov, como pretendían varias organizaciones del Partido Comunista, esta Academia seguía fielmente las directrices del Partido, hasta el punto, por ejemplo, de cooperar con la policía secreta para controlar los viajes al extranjero de los científicos que querían asistir a reuniones internacionales.
No es sorprendente, por consiguiente, que con el aumento del nacionalismo a finales de la década de 1980, cada república, y su correspondiente academia de ciencias, se esforzase por reforzar su identidad e independencia. Ante semejante situación, el 23 de agosto de 1990 Gorbachov presentó un decreto que otorgaba a la Academia de Ciencias Soviética autonomía del Estado, así como la propiedad de todas las instalaciones –hasta entonces estatales– que había estado utilizando.
Una nueva organización
Los líderes de la República Rusa entendieron esto como un movimiento para cuestionar el derecho de Rusia a controlar los centros científicos situados en sus dominios, y el Soviet Supremo Ruso rechazó el decreto de Gorbachov; más aún, Boris Yeltsin, por entonces presidente de Rusia, y un grupo de influyentes miembros del Soviet Supremo Ruso favorecieron la creación de una nueva organización, una Academia Rusa de Ciencias, que rivalizaría, obviamente, con la Academia Soviética.
No es difícil entender estos hechos como que Gorbachov buscaba mantener la Unión Soviética, pero dando más derechos a las diferentes repúblicas. También este deseo chocó con el nacionalismo, esa tendencia a disgregarse en lugar de buscar puntos comunes que tan fatales consecuencias ha producido en la historia europea reciente. En octubre de 1991 –en agosto Gorbachov había dejado de ser secretario general del PCUS–, la Academia de Ciencias de la URSS cambió su nombre por Academia de Ciencias de Rusia. ¿Quién dijo que la historia camina siempre hacia adelante?