Científicos en guardia
Personalidades del mundo de la investigación como María Blasco, José María Bermúdez de Castro, Antonio J. Durán, Antonio Ruiz de Elvira, Manuel Lozano Leyva y Carlos Andradas se pronuncian sobre la gestión de la crisis del Covid-19 y nos dan algunas propuestas para afrontarla
22 abril, 2020 00:28Mayor coordinación a nivel mundial, prevención en el control de pandemias, reforzar los sistemas sanitarios, comunicación en el ámbito científico, adelantarse a la estrategia de supervivencia del virus, cambiar nuestros modos de vida, apostar por auténticos líderes que sean capaces de afrontar estas circunstancias (y otras peores que puedan venir), acabar con la política mediocre, detectar el número de infectados reales, usar las matemáticas y las estadísticas para computarlo, reconocer la incertidumbre y prepararse para los malos tiempos, garantizar a la investigación un futuro digno con más medios, abordar la crisis desde un punto de vista multidisciplinar y hacer partícipe también a la universidad son algunas de sus propuestas. Los científicos se ponen en guardia y nos lanzan sus demandas.
La investigación como salida
María Blasco. Directora del CNIO
Ya bien entrada la crisis sanitaria producida por el Covid-19, es evidente que las medidas de prevención a nivel nacional e internacional para prevenir la pandemia no han sido suficientes. Por lo tanto, una lección importante de esta crisis es que tiene que haber una mayor colaboración y coordinación a nivel mundial en la prevención y control de pandemias para evitar que esto vuelva a suceder. Así mismo, los sistemas sanitarios ha de estar preparados para poder afrontar estas crisis, que lo más probable es que se repitan. Mi impresión es que a pesar de que los expertos indicaban que esto iba a suceder, no se ha reaccionado a tiempo, en parte por la falta de una coordinación ejecutiva a nivel internacional, especialmente implicando a los países de origen de la pandemia para evitar la expansión y para adoptar medidas coordinadas de prevención.
En contraste con lo que parece una ausencia o ineficiencia de políticas de cooperación entre países para el control de pandemias, me gustaría destacar la cooperación y la eficiencia de los científicos de todo el mundo en el estudio del Covid-19 y del virus que lo produce. Pocos días después de tener los primeros pacientes con lo que parecía una neumonía muy agresiva, los científicos ya habían aislado un nuevo virus causante de la enfermedad. Averiguaron que era un coronavirus y lo llamaron SARS-Cov-2, por su parecido con el virus SARS que había saltado a humanos unas décadas antes. Como el SARS, el SARS2 seguramente había saltado de múrcielagos a humanos en China. Esto pudo ocurrir en Noviembre de 2019 y desde entonces el virus se habría diseminado a miles de personas en China y al resto del mundo. Solo semanas después de tener la secuencia de ADN del virus ya se postularon posibles terapias contra el virus, como por ejemplo, fármacos bloqueantes de la ACE2, que es el receptor que usa el virus para infectar las células, así como otros fármacos usados en el tratamiendo del SIDA, la Malaria o el Ebola. Los científicos rápidamente descubrieron que a través de la puerta de entrada de ACE2, el virus infectaba las células de los alveolos del pulmón, células intestinales, del riñón e incluso células del corazón. Nada de esto seria posible sin la investigación básica. En España, desde los centros de investigación como el CNIO, estamos diseñando proyectos innovadores para ayudar en el diagnostico y el tratamiento del Covid-19. En mi grupo, nos interesa encontrar terapias contra la fibrosis pulmonar que desarrollan algunos pacientes de Covid-19. Gracias a la ciencia y la capacidad creativa de los científicos, haremos que el Covid-19 sea menos mortal que la gripe de 1918. Espero que un resultado de esta desafortunada crisis mundial sea el reforzamiento de la importancia de la ciencia y de los científicos de todos el mundo, ya que, sin duda es la mejor herramienta que estamos teniendo para salvar vidas en el caso del Covid-19 y de todas las enfermedades que azotan nuestras sociedades, como el cáncer o la mayor parte de las enfermedades del envejecimiento. Gracias a la ciencia seremos capaces de evitar cientos de miles de muertes en todo el mundo.
El modelo de vida actual ya no sirve
José María Bermúdez de Castro. Co-director del proyecto Atapuerca
Las pandemias de organismos potencialmente letales están dentro de lo previsible. Los expertos lo han advertido muchas veces. Siendo así, los países deberían tener a su disposición recursos para enfrentarse a situaciones como ésta. Pero esa previsión no llena las urnas de las democracias. Y también es cierto que la ciencia no tiene bolas mágicas para prever con precisión las características del enemigo potencial, que incluyen las estrategias de estos organismos para propagarse o mutar cuando se encuentran en un ambiente hostil (léase vacunas, antivirales, etc.). No se pueden tener preparadas vacunas para organismos que aún no conoces, aunque sí es posible tener a científicos y centros de investigación preparados para cualquier eventualidad. Preferimos invertir en armas mortíferas, por si acaso.
Pero ahora ya es tarde para pensar en lo que se pudo hacer y no se hizo. Lo que nos debe importar son las consecuencias y cómo podemos salir de esta crisis global. Deberíamos ser muy valientes, arriesgar y coger el toro por los cuernos. El modelo de vida actual ya no sirve. Hemos de cambiarlo, sí o sí. Para ello hacen falta mentes pensantes, verdaderos líderes de un cambio revolucionario sobre nuestra forma de enfocar la sociedad y sus relaciones o las relaciones de la sociedad con el planeta. Me temo que para que se produzca ese cambio todavía tienen que llegar las consecuencias negativas de la pandemia, que se cobrarán un tributo mucho peor que el fallecimiento de miles de personas en pocas semanas. Habrá un tiempo para la reflexión de los verdaderos líderes, hombres y mujeres, que surgirán y nos marcarán el camino. La política mediocre que hemos permitido todos estos años de bonanza tendrá que echarse a un lado.
Información sobre el número de infectados reales
Antonio J. Durán. Escritor y matemático
La toma de decisiones epidemiológicas y políticas durante el desarrollo de una pandemia depende mucho de la información que se tenga sobre la evolución del número de infectados reales. Hay que distinguir entre el número de infectados reales y el número de infectados detectados. Habitualmente, el dato conocido es este segundo: es el que aparece en las estadísticas diarias. Pero el número de infectados detectados puede diferir bastante del dato realmente importante: el número de infectados reales. Las razones de esa diferencia son múltiples: una persona infectada un día determinado puede no mostrar síntomas hasta unos días después o ni siquiera desarrollar síntomas (pero sí capacidad para infectar); aun cuando muestre síntomas puede tardar todavía unos días en acudir a los servicios sanitarios; y aun acudiendo a los servicios sanitarios, puede tardar en ser diagnosticada como infectado, bien porque por falta de disponibilidad no se le puedan aplicar los test que determinen su infección o por saturación de los laboratorios que tienen que analizarlos. Estas dos últimas circunstancias se han dado en España desde que empezó la epidemia. Todo lo cual hace que las cifras oficiales de infectados detectados sean en bastantes países (casi todos los europeos y desde luego en España) bastante deficientes para conocer la verdadera dimensión de la epidemia. Esto, entre otras cosas, genera confusión en la opinión pública, lo que deriva en falta de confianza en los gobernantes. Por ejemplo, estamos viendo justo en estos días de abril cómo repunta el número de infectados, ¡pero no porque la epidemia empeore sino porque ahora se empiezan a hacer muchos más test rápidos!
Para calcular el número de infectados reales hay que echar mano de las matemáticas. Se puede hacer de varias maneras usando técnicas estadísticas, por ejemplo, con el análisis exhaustivo de los microdatos sobre muertes o, también, aplicando test sobre un muestreo aleatorio de la población. Un ejemplo del primer caso son los estudios del Imperial College, que dieron para España una estimación de varios millones de infectados reales para finales de marzo (más de 1.8 millones con una probabilidad del 0.95) cuando las cifras oficiales de infectados detectados no llegaban a cien mil. Un ejemplo del segundo caso será el estudio programado para las “próximas semanas” por los Ministerios de Sanidad y de Ciencia. Este estudio podría dar también información sobre el porcentaje de asintomáticos, un dato éste fundamental para comprender la velocidad con la que creció la pandemia en España durante las primeras semanas de marzo y para prevenir futuros rebrotes. En mi opinión, un estudio de este tipo sería imprescindible para decidir cuándo y cómo se levanta el actual confinamiento.
Reconocer la incertidumbre
Antonio Ruiz de Elvira. Catedrático de Física Aplicada. Universidad de Alcalá.
Me dedico al clima y al tiempo atmosférico, y ambas disciplinas, científicas, describen una parte de la incertidumbre en la naturaleza. En la ciencia, digamos, estándar, se ha ido olvidando que la incertidumbre es parte de la naturaleza. A nivel atómico todo es incierto, y lo es incluso a nivel astronómico, aunque aquí las escalas de tiempo para detectar la incertidumbre son inmensas. Si reconocemos la incertidumbre en la naturaleza, tenemos que asumir que estamos sometidos a toda clase de ataques imprevistos, a las personas y las sociedades: sequías, inundaciones y, en este momento, ataques víricos. Pero la sociedad actual no reconoce la incertidumbre. Empezando por aquellos que buscan el voto y afirman, sin pudor, “si me vota, eso lo arreglo yo”, hasta las personas comunes que piensan que los médicos les van a curar. La realidad es que el que recibe el voto, hace lo que puede, pero no suele “arreglar eso”, y que los médicos lo intentan, pero tienen muchos fracasos. Ante la la incertidumbre, es necesario tener preparadas toda clase de estrategias alternativas y, sobre todo, fondos acumulados en los años buenos, para capear el temporal de los malos, que, aunque inciertamente, llegarán.
Una oportunidad para los políticos
Manuel Lozano Leyva. Catedrático de Física Atómica y Nuclear y director de la Empresa Nacional del Uranio
Uno de los desafíos más formidables a los que se suele enfrentar la ciencia es erradicar un virus que ya ha provocado una epidemia. Los virus son terribles por estar sometidos al azar darwinista. Una pequeña colonia de ese virus, aunque la compongan billones de ellos, salta de las pulgas de las ratas de los barcos medievales o de un pangolín en un mercado chino actual a un humano y éste es un medio hostil para ellos. Se reproducen enloquecidamente mutando su carga genética de manera que, por poca probabilidad que tenga, alguna réplica sobrevive. Y se adapta. Y se multiplica. Y se transmite a otro humano. Y se esparce por el planeta. Al contrario que la guerra, la epidemia no se puede prevenir ni casi evitar. Con la peste bubónica transmitida por aquellas pulgas solo cabía aislarse y rezar. Contra la viruela, el Sida, el Covid-19 y muchas de las epidemias que vendrán tenemos la ciencia. Y la política. La ciencia desentrañó el genoma del coronavirus el 12 de enero. El primer brote había aparecido un mes antes. Los políticos, en esta ocasión con cierto grado de justificación, actuaron tarde pero haciendo caso a los científicos pronto saldremos victoriosos y, como ya es tradicional, el grado de confianza de la gente en las instituciones y los profesionales seguirá encabezado por los médicos y los científicos, pero es posible que los políticos suban en esa preferencia desde los últimos lugares que suelen ocupar. Es para ellos una oportunidad de oro que no deberían desaprovechar.
El conocimiento salva vidas
Carlos Andradas. Matemático. Ex rector de la UCM
La crisis del COVID-19 ha puesto de manifiesto la relevancia de la ciencia en el mundo actual. Pero esto no es nuevo: se llevaba mucho tiempo señalando que solo desde el conocimiento (sería un error “confinarnos” a unas ciencias concretas) se podía hacer frente a los desafíos actuales de la humanidad y del planeta: el cambio climático, las pandemias, la pobreza, la fuentes de energía, la inteligencia artificial… La situación actual nos ha hecho plenamente conscientes de ello. Por eso quiero insistir en tres ideas que convendría no olvidar con la euforia del desconfinamiento:
1. La ciencia no se improvisa. Hay que sembrar, regar, abonar y esperar para recoger. En definitiva, necesita inversión suficiente y sostenida. Un futuro digno para la investigación.
2. Los problemas tienen múltiples caras y necesitan el concurso de muchas disciplinas: biomedicina, matemáticas, derecho, economía, física, sociología, ingeniería, política. Sólo entre todas será posible seguir avanzando.
3. Necesitamos la coordinación y colaboración entre equipos e instituciones de todo el mundo y especialmente del mismo país así como vincular la investigación donde se forman los jóvenes: la Universidad.
Vivimos momentos dolorosos, pero la situación hoy está a años luz de la “gripe española” de hace 100 años en cuanto número de víctimas. Y ello se debe, esencialmente, a los avances científicos habidos desde entonces. El conocimiento importa y salva vidas.