Las matemáticas de Ursula K. Le Guin
Ursula K. Le Guin. Foto: Jack Liu
Manuel de León y Ágata Timón, del Instituto de Ciencias Matemáticas del CSIC, analizan la importancia de las ciencias puras en la novela Los desposeídos: una utopía ambigua, de la escritora de ciencia ficción recientemente fallecida.
Esta utopía se desarrolla paralelamente en dos escenarios: el planeta Urras y su luna Anarres, que orbitan la estrella Tau Ceti. Urras representa el mundo capitalista, urbano, mientras que Anarres está habitado por los descendientes de un grupo de revolucionarios anarquistas exilados de Urras. Le Guin plantea un debate sobre estos dos modelos contrapuestos de sociedad, jugando siempre con la dualidad, y con la relatividad de nuestra mirada. "Había un muro. No parecía importante. Al igual que todos los muros era ambiguo, bifacético, lo que había dentro, o fuera de él, dependía del lado en que uno se encontraba", reflexiona en el libro.
Le Guin juega con la estructura temporal y matemática en toda la obra. Así, los capítulos pares se desarrollan en Anarres y son cronológicamente anteriores a los impares, que transcurren en Urras, excepto el primero y el último (donde se narran los viajes de uno a otro mundo). El protagonista de la novela, el físico matemático Shevek, está dedicado en cuerpo y alma a la elaboración de la Teoría Temporal General, una nueva teoría sobre el tiempo, que le permitiría construir los ansibles, instrumentos capaces de comunicarse instantáneamente en el hiperespacio. Le Guin inventó este término en otra de sus novelas, El mundo de Rocannon, publicada en 1966 y que hoy da nombre a una plataforma de software libre.
En Los desposeídos, no sólo aparecen matemáticas sino también mecánica cuántica, en la vertiente conocida como "interpretación de Copenhague", formulada por Niels Bohr, Max Born y Werner Heisenberg. En concreto, el desarrollo de los ansibles requiere la posibilidad de ir más rápido que la luz, hipótesis que repugnaba a Albert Einstein, pero que los modernos partidarios de la interpretación de Copenhague asumían.
Le Guin refleja también el lado humano de la ciencia, y uno de los conflictos principales del libro es el rechazo dentro de la comunidad científica de Anarres, que provoca que Shevek viaje a Urras para contactar con otros matemáticos y físicos y poder aplicar sus resultados. También describe la relación ambivalente del protagonista con su colega Desar, que representa un tipo de investigador deshonesto, tramposo y que siempre queda a flote, aunque sea a costa de otros. Desar es experto en un área totalmente desconocida para sus colegas, de manera que nadie puede comprobar sus avances, ni valorar su investigación. Así lo cuenta Le Guin: "El área de las matemáticas elegida por Desar era tan esotérica que nadie en el Instituto de Ciencias o en la Federación de Matemáticas podía comprobar sus progresos. Y esa era la razón de por qué lo había elegido".
Pese a todas a las dificultades con las que se encuentra, Shevek se refugia en las matemáticas en un intento de evadirse de la realidad y buscar un espacio de certeza. Concibe esta disciplina como una ciencia realista, no constructivista, es decir, considera que los conceptos matemáticos son objetos abstractos que existen por sí mismos, y los investigadores no las crean a partir de una invención de sus mentes, sino que los descubren a medida que encuentran soluciones con sus teoremas y demostraciones, siguiendo la llamada concepción platónica. El pensamiento de Shevek se refleja en estas frases, que entona tras culminar con éxito su teoría:
"Un libro que estuviese todo escrito en números sería infalible. Sería exacto. Nada de lo que se decía con palabras parecía realmente cierto. Las palabras no se acomodaban unas a otras, ni se tenían derechas; se enredaban y retorcían. No obstante, debajo de las palabras, en el centro, como en el centro del Cuadrado, todo se equilibraba también. Todo podía transformarse, y sin embargo, nada se perdía. Si uno entiende los números puede llegar a entenderlo todo: el equilibrio, la pauta. Los cimientos del mundo, que eran sólidos". Shevek había triunfado: "No había más abismos, ni más muros. No había más exilio. Había visto los cimientos del universo, y eran sólidos".
Galileo Galilei, para quien "el universo está escrito en lenguaje matemático, y las letras son triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sin las cuales es humanamente imposible entender una sola palabra", habría aplaudido tras leer esta novela.