La advertencia de Max Aub
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Viena, 1938. Emma tiene sesenta años, es católica practicante y tiene sangre judía, una “sangre que siento hervir en mí -dirá- como si no fuera mía, y que me saca de quicio y me enfurece”. La conocemos fregando, pelada de frío, el suelo del escenario de un teatro. También barre las calles y limpia su antiguo piso. Ahora vive en una buhardilla desapacible. Obligada. Los nazis, que se han anexionado Austria con el aplauso de buena parte de su población, la han castigado por su ascendencia hebrea.
Antes de eso, Emma vivía confortablemente con Adolfo, también católico, ingeniero y fabricante. Eran apolíticos. Ni siquiera votaban. Estuvieron juntos veinticinco años, lo menos, formando una pareja enamorada. Sabremos que un mal día los nazis se llevaron a Adolfo. Lo fusilaron en Dachau. Dijeron que intentó fugarse, pero Emma sabe que no. ¿Cómo pudo suceder algo así?
Sabremos también que, también antes, durante la guerra civil de España, su hijo Samuel fue asesinado por los “rojos” con poco más de veinte años. Era el secretario del consulado de Austria en Barcelona. Al inmenso dolor de la pérdida, se sumó una pregunta torturante: ¿acaso Samuel era uno de ellos, uno de esos nazis que luego matarían a su padre y le vejarían a ella de esa manera? Esa duda es el meollo del drama de Emma, una constante puñalada en su corazón y en su cabeza.
El novelista, cuentista, poeta, ensayista, diarista y dramaturgo Max Aub (1903-1972), nacido en París de padre alemán y de madre francesa de origen judío -nacionalizado español al trasladarse su familia a Valencia y muerto en México después de tres décadas de exilio-, escribió el monólogo De algún tiempo a esta parte (Renacimiento) en 1939, nada más exiliarse a la capital francesa.
Esther Lázaro, especialista en Aub y editora de este texto, nos informa en su prólogo de que el escritor redactó primero el monólogo como cuento y que, rápidamente, lo convirtió en pieza teatral, siendo la obra que marca la transición entre su teatro de juventud y su teatro de madurez. Hace más de dos años pudimos ver a Carmen Conesa en el papel de Emma, bajo la dirección de Ignacio García, en el Teatro Español.
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El sufrimiento por las muertes violentas de su marido y de su hijo, la soledad, el odio a sus verdugos, las cábalas con su fe y con su sangre, las añoranzas de un pasado tranquilo y razonablemente feliz, la forma de combatir el miedo y de conservar la dignidad y el ánimo, todo eso, y más, inquieta y revuelve a Emma. Pero Emma, por la magnitud repentina de su tragedia individual, parece haber aprendido a tener presentes a los demás, a ser consciente de la tragedia colectiva.
Por eso, Emma evoca la guerra que en ese momento se está librando en España y se emociona con la solidaridad anónima de los brigadistas internacionales. Por eso, se estremece con el rumbo tomado por el pueblo alemán, que ha dado alas a la locura de Hitler. Por eso, se solivianta con los austriacos que, en ese mismo momento también, han aceptado a los nazis, o se han puesto abiertamente de su lado, practicando la delación, el pillaje o la humillación de los judíos.
La dedicatoria de De algún tiempo a esta parte dice: “A cualquiera”. Así, de pronto, y antes de leer el texto, parece una broma o un desprecio algo bronco. Pero, después, se comprende. Aub dedica su pieza a cualquier ciudadano, a cualquier europeo que entonces o más tarde -o ahora mismo- pudiera, haya podido o pueda, como Emma, no prestar atención a los signos de la realidad política y ser, de pronto, víctima o triste cómplice de la ventolera totalitaria.
Esther Lázaro afirma que De algún tiempo a esta parte es “una obra maestra, una joya literaria, uno de los mejores monólogos del teatro universal del siglo XX”. Creo que exagera. Es un texto emocionante, sin duda, bien cortado literariamente, aunque algo falto de tensión y de progresión dramáticas. Es probable que verlo representado y bien interpretado aumente la conmoción. También es probable que leído ofrezca más posibilidades para la degustación de sus palabras y para la reflexión sosegada sobre las enjundiosas cuestiones existenciales y políticas que plantea.
Dice Emma: “Toda Alemania se ha vuelto ciega y sorda. Tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen. Ya no tienen miedo de Dios, sino de sí mismos. Ya nadie tiene miedo de Dios. Ni ellos, ni nosotros. Ellos porque persiguen y matan, nosotros porque tenemos sed de venganza y no queremos que nos consuelen. Cuando me pongo a rezar, sólo oigo: “¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?...” Y ese odio martillea mis sienes”.
Ceguera, sordera, miedo de Dios, ellos, nosotros, venganza, odio. Duras palabras, que Max Aub escribe como advertencia y revulsivo. Para que todos le entiendan. Antes y ahora.