Lo de las Niñas de Cádiz hay que verlo: El viento es salvaje, en la sala Cuarta Pared. Cuatro actrices en un espacio vacío nos cuentan una fábula para morirse de risa sobre el destino trágico de los hombres. Las Niñas de Cádiz desafían al mismísimo Aristóteles y se toman a risa lo que él sentenció que era propio de la tragedia. Las desgracias se hacen menos desde el humor.
El viento es salvaje es una larga composición lírica —escrita en verso por Ana López Segovia, directora también de la obra (con la colaboración de José Troncoso) y actriz en ella— imbricada en las formas y canciones del carnaval gaditano. Es natural que así sea, Las Niñas de Cádiz surgieron de ese vivero artístico fascinante que es esta fiesta popular única en el mundo dedicada a la guasa, donde los gaditanos concitan el ingenio, el humor, el verso, la música y el disfraz.
La obra es una parodia de los mitos trágicos, una trasposición de la peripecia que se cuenta en las tragedias Fedra y Medea a la comedia: dos amigas se quieren como hermanas, pero Dios no ha querido bendecirlas por igual, ya que mientras una goza de fortuna, la otra tiene mal fario. A petición de la afortunada, Dios cambia el sino de su amiga. Como un mal presagio, oímos el sonido del afilador, también la ventolera del Levante que vuelve a todos locos cuando sopla. Se masca la risa y el delirio se vuelve antídoto del desenlace trágico.
¿Qué hace que una peripecia trágica se vuelve cómica? Henri Bergson ya explicó que “no hay mayor enemigo de la risa que la emoción” y que lo cómico, a diferencia del drama que se dirige a nuestros corazones, no puede conmovernos, pues la insensibilidad y la indiferencia acompañan a la risa. Es por ello que la fábula se desarrolla con personajes tipo, deshumanizados, perfilados con trazo grueso, nada de psicologismo, al estilo de la comedia del arte, que se moverán en situaciones hilarantes por sorprendentes e inesperadas.
La economía de medios es asombrosa, el espacio está vacío y solo un sencillo vestuario y elementos de atrezzo sirven para sugerir las escenas. Las cuatro atrices imprimen un ritmo calculado y la dirección acentúa el gran poder de sugestión del teatro para crear situaciones de la nada. Las cuatro cómicas son de aúpa: Alejandra López, llevando las riendas del relato como la afortunada frente a Teresa Quintero, en el personaje de amiga con mal fario, las dos son graciosas hasta decir basta, a las que ayuda su fisonomía y su acento gaditano.
El Carnaval de Cádiz y los clásicos
Rocío Segovia y Ana Lopez se reparten los personajes secundarios, apoyan también desde las canciones y los sonidos el relato, además de narradoras cuando conviene. En este último papel, Segovia tiene momentos tronchantes en la mejor tradición de la cuentística oral.
Ana López ha escrito una estupenda comedia, concentra mucho de nuestra tradición teatral y religiosa, del romancero gaditano donde las cuartetas y sonetos se traban sin salirse de la parodia con citas de los clásicos griegos, de Calderón de la Barca, San Juan de la Cruz, García Lorca… y sin que falten las canciones al estilo de su tierra.