Mario Gas nos ha presentado en las Naves del Español una adaptación de Pedro Páramo, la ejemplar novelita de Juan Rulfo que tuvo su gloria en la segunda mitad del pasado siglo y es hoy gran clásico de la narrativa latinoamericana. Y me ha chocado porque no es un título que yo pudiera imaginar en el extenso repertorio de un director de escena como Gas, dado a textos dramáticos consagrados y de probada arquitectura teatral. El estreno despertó mi curiosidad por ver el resultado, pero también por ver a dos primeros espadas de la interpretación como Vicky Peña y Pablo Derqui.
El texto de Rulfo, precursor del llamado realismo mágico, es especialmente valorado por su estilo narrativo “invertebrado”, que mezcla varios narradores, no sigue un orden cronológico y a veces las situaciones y diálogos se cortan quedando inconclusos para reaparecer después en algunos casos. Debo confesar que no tenía yo muchas esperanzas en que esta breve novela fuera a funcionar bien en escena. Pero esta versión aprovecha la peculiar estructura citada para crear las escenas, preserva el lírico y esmerado lenguaje del original, y transmite con fidelidad la atmósfera de un libro cuyos personajes están muertos, aunque no lo sabemos a ciencia cierta pues la gracia de la obra es precisamente cómo se relaciona la vida con la muerte. La adaptación teatral es de Pau Miró, a quien fascina esta novela tanto que se puso a trabajar en la adaptación teatral en 2015, consiguió cautivar a los productores del espectáculo, Focus, y al mismo Gas.
La función dura dos horas. En la primera hora el relato fluye, los actores consiguen atrapar la atención, el dispositivo escénico funciona, apoyado en el extraordinario trabajo de videoescena de Álvaro Luna que se proyecta en la fachada de una casa, muy pictórico y alejado del realismo, pero que recrea geografías, espacios y ese clima canicular en el que se sucede el relato. El trabajo plástico de Luna opera como el de un ilustrador que va dibujando los ambientes en los que se suceden las escenas, ofreciendo una información capital al espectador a través de marcos visuales bellamente compuestos, y cuyos recambios sirven para hacer avanzar el relato y darle dinamismo.
En esta primera parte se nos cuenta la historia de Juan Preciado, quien va a Comala en busca de su padre, Pedro Páramo, para ajustar cuentas con él y así cumplir la promesa que le hizo a su madre en el lecho de muerte. Nada de lo que Juan encontrará allí tiene que ver con la próspera y bella población de la que su madre le habló, y en su lugar le recibe un poblacho árido y abandonado donde Preciado, a quien da vida Pablo Derqui, va teniendo encuentros ocasionales con diversos personajes (todos interpretados por Vicky Peña) que en su conjunto componen la vida pasada del pueblo y que terminan convergiendo todos ellos en el personaje principal: Pedro Páramo.
Es en la segunda hora de función cuando el ritmo decae, largas transiciones entre escena y escena, y es excesivo el trajín de personajes que se llevan los dos actores, además de que sus textos suenan más discursivos. En esta parte el protagonismo lo tiene Pedro Páramo y su hijo Miguel, el único que él reconoció en vida, así que Juan Preciado prácticamente desaparece. Aquí se nos da cuenta de la vida del cacique, de sus felonías con las mujeres, de su tiranía y su manera de quebrantar cualquier voluntad y sentimiento, y de los estragos que le causó el amor; también hay un trasfondo histórico y político relacionado con el interesante episodio histórico de los movimientos cristeros mexicanos de 1926, que durante tres años se enfrentaron al gobierno laico de Elías Calles por controlar el culto católico, y al que Páramo financia.
Se podría decir que dos actores tan brillantes como Derqui y Peña pueden con todo, pero resulta excesivo hacer descansar en ellos tantos personajes, calculo que entre los dos interpretan a una veintena. Aún así, Derqui tiene una presencia y una voz cautivadora, se adueña del escenario con una facilidad pasmosa, ya sea Juan Preciado en toda la primera parte, o el cura, su padre Pedro Páramo… en la segunda parte. Peña tiene muchos más personajes que Derqui, a veces parece que hace hasta ejercicios de ventriloquía para dotarles de rasgos singulares… hace un trabajazo.