“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”. Es la primera frase de la emblemática novela de Juan Rulfo. Pablo Derqui, en la piel de Juan Preciado, la pronunciará en el arranque de la versión teatral armada por Mario Gas, que se estrena el próximo viernes 16 en las Naves del Español y que en diciembre se asentará en el Romea de Barcelona. Derqui se dirigirá directamente al público, rompiendo la cuarta pared, en un gesto que marca el tono y la intención del montaje, donde el actor catalán, que ya encarnó al Calígula de Camus bajo las órdenes de Gas, ejerce de oficiante con la misión de contar al patio de butacas esta historia realista, mágica, radicalmente mexicana y, como han demostrado las décadas posteriores a su publicación, en 1955, inapelablemente universal.
“'Pedro Páramo' es un engranaje narrativo impecable. No quedan cabos sueltos. Todo se resuelve”. Pau Miró
Le acompaña Vicky Peña, que, asimismo, opera como narradora omnisciente. Ambos, además, dan voz y un cuerpo a la pléyade de presencias espectrales que habitan las páginas rulfianas. Seres instalados en un ambiguo limbo a caballo entre la vida y la muerte, escasamente comprendidos por los coetáneos del escritor jaliscense. Sin embargo, con el tiempo, acabaron calando en diversas generaciones y suscitando entusiastas elogios de colegas de la talla de Borges, por ejemplo. Rulfo reconocía que su narración era difícil de asimilar por su estructura fragmentaria y su abstracción temporal. Por eso Pau Miró, que lleva años leyéndola con devoción y ojo clínico, se ha sacado de la manga estos dos oficiantes para hacerla más digerible al público. “Yo planteo la adaptación como un viaje iniciático de Juan Preciado, el hijo de Pedro Páramo, que vuelve a Comala para saber quién fue realmente su padre, algo que descubre a través de lo que le van contando diversos personajes”, explica a El Cultural Miró. “Lógicamente, he tenido que acotar elementos de la novela pero en esencia la estructura y el espíritu no se alteran. O al menos eso es lo que espero”.
A su juicio, Pedro Páramo es un “engranaje narrativo impecable”. Para él, lo que en un principio pareció una suerte de relato a medio cocer, inconcluso, es una filigrana de ingeniería literaria subyugante. “Rulfo suele presentar personajes o situaciones que abandona por unas páginas pero luego los retoma y lo resuelve todo, no deja cabos sueltos. En esos intervalos lo que hace es ofrecernos referencias sutiles que completan los significados y los sentidos. Es algo que constato mejor cada vez que la vuelvo a leer”, añade Miró, que ya en 2015 elaboró unas improvisaciones para actores a partir de este hito del boom latinoamericano.
El amor del cacique
Lo que no está rematado, seguramente de forma deliberada, es el punto en el que queda la relación paternofilial entre Pedro Páramo y su vástago. Este va descubriendo que su progenitor fue un ser feroz, taimado, cruel, acomodaticio con el poder, infiel, despótico... Una persona, en fin, de una humanidad nada edificante. Pero a la vez capaz de amar con ternura a Susana San Juan, mujer a la que idealiza desde la juventud. “El amor hacia ella es lo único limpio en su existencia trafagueada”, apuntaba el propio Rulfo. Preciado no acaba de mostrar ningún posicionamiento definido sobre ese cultivador de rencores que fue su padre. “Se da la paradoja, de hecho, de que investigando sobre él a quien empieza a comprender es a su madre, Dolores Preciado, engañada sistemáticamente por él”, señala Miró. Toma conciencia así de los motivos del tormento que la perseguía y que su muerte no consiguió apagar, porque, al igual que los remordimientos de todos esos fantasmas que convoca Rulfo, se queda encendido como un rescoldo en una lumbre. Ese rescoldo lo ha recogido Gas, que ahora lo sopla para mantenerlo incandescente. Pedro Páramo no era “una de esas trescientas cincuenta mil obras” que tiene pendiente de escenificar. La iniciativa no partió del regista sino de la productora Focus, que le presentó el texto de Pau Miró. A Gas le gustó mucho. Tanto que no ha recortado nada. Hojeándolo, empezó a preguntarse “¿y esto cómo lo hago?”, cuestión detonadora de las ganas de acometerlo: la curiosidad como motor y desafío. Poco amigo de avanzar información concreta sobre sus puestas en escena, sí nos aclara al menos que su trabajo “huye de lo paisajístico y de la descripción somera”. Su voluntad es construir un clima poético que vaya a favor de la narración. “La idea es que el público se sienta en mitad de un bosque de noche, alrededor de una hoguera, mientras alguien le cuenta una historia. El montaje busca la comunicación directa, a través de la palabra, con la gente que venga a verlo. Mis armas son los códigos, las metáforas y los signos”, añade Gas, aclarando su preferencia por la síntesis sobre la recreación literal.
“Huyo de lo paisajístico y de la descripción somera. Mis armas son las metáforas y los signos”. Mario Gas
También llama la atención sobre un sustrato que se remueve al leer Pedro Páramo: la obra de Valle-Inclán, claro precedente en su opinión del realismo mágico. “No en vano, Valle pasó una temporada en México, donde se empapó de sus rituales y de la interdependencia surreal entre las dos orillas”, apunta. Y precisa más la conexión enunciando Tirano Banderas, cuyo protagonista, quintaesencia del caciquismo, tiene rasgos que se solapan con Pedro Páramo y con tantos dictadores americanos. Algunos aupados al poder tras revoluciones que prometieron un mundo más justo pero acabaron perpetuando inercias ancestrales de venalidad y violencia. Al padre de Rulfo lo mataron en 1923, en una época sangrienta en la que confluyeron los estertores de la Revolución campesina iniciada por Madero con las Guerras Cristeras. La muerte podía llegar de muchas partes en ese pandemónium. El escritor filtra su escepticismo doliente hacia estos procesos subversivos. Los revolucionarios aparecen perfilados con trazos grotescos. “Aunque es menos importante que el viaje iniciático, este sería el segundo hilo que teje la adaptación”, confiesa Pau Miró. Lo comprobaremos en la hoguera de Gas. Ya hay ganas de sentarse en ella.