[caption id="attachment_1241" width="560"] Los cortesanos de la Joven Compañía en La villana de Getafe.[/caption]
La Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) estrena hoy, dirigido por Roberto Cerdá, el penúltimo espectáculo de su temporada: La villana de Getafe, un texto de Lope de Vega poco representado, quizá precisamente debido a su calidad, pero que en esta ocasión se ofrece con un extraordinario envoltorio lumínico (Pedro Yagüe) y escenográfico (Ana Garay) e interpretado por 17 actores de buen nivel interpretativo procedentes de la Joven Compañía.
Comienzo por lo que más me ha sorprendido de este montaje: el trabajo de iluminación de Pedro Yagüe en consonancia con la escenografía de Ana Garay. Le dan una gran factura y empaque al espectáculo. Visto antes de que comience la función, el dispositivo escenográfico tiene bastante de mamotreto: se trata de una estructura de dos pisos con terraza, confeccionada como si fueran varios contenedores industriales apilados. Cuando el dispositivo comienza a funcionar estos contenedores se vuelven transparentes, como si fuera un edificio de muros de cristal, permitiendo descubrir distintas habitaciones donde tienen lugar las escenas.
El juego lumínico ideado por Yagüe es atrevido, colorista y hay mucha composición, pues juega con atmósferas exteriores e interiores. La escenografía le permite ofrecer estampas en las que conviven hasta tres y cuatro colores distintos en una misma escena. Se abren a la vez estancias en violeta, en amarillo, en verde…, creando una paleta cromática muy variada. Seguir el juego de luces resulta divertido, y está en sintonía con la obra y el tipo de producción.
La villana de Getafe repite el modelo de las comedias de enredo que tanto ensayó Lope, con travestismo incorporado, aunque no puede encuadrarse en ese grupo de títulos excelsos dentro de su obra. El argumento, que aquí ha sido adaptado por Yolanda Pallín, confronta dos tipos de personajes femeninos, doña Ana (Ariana Martínez) e Inés (Paula Iwasaki), representantes de dos clases sociales: la de los cortesanos frente a la de los villanos o plebeyos. La originalidad argumental, en mi opinión, es que el autor no otorga a ninguna de las dos mujeres un comportamiento moral aceptable, pues no salva a ninguna. Las dos persiguen el mismo hombre (una por dinero, otra por amor), y no les importan ni los medios ni los engaños para conseguirlo. El final tiene poco de feliz. (¿Más razones que explican su escasa representación?).
[caption id="attachment_1243" width="560"] Los villanos de Getafe, encabezados por Paula Iwasaki.[/caption]Uno de los desajustes recurrentes del teatro clásico que hoy se hace es el de adjudicar los jóvenes personajes a actores de una edad que no les corresponde, básicamente porque se persiguen intérpretes célebres, profesionales y que dominen el verso. Estas cosas no pasan con esta Joven Compañía, ya que las doncellas y pipiolos tienen la edad adecuada y, en general, el elenco es fresco y juvenil como la mayoría de los repartos lo eran en el teatro del XVII. Pero, lo más importante, es que su listón interpretativo es solvente, se nota que llevan muchas horas de ensayo y dicen bien el verso (Vicente Fuentes al quite).
Cerdá ha actualizado los personajes y los ha traído a un mundo y una corte actual (no se precisa, pero por el vestuario diría que muy de hoy), en la que los villanos de Getafe son obreretes vestidos con grises monos, que rapean versos (buena idea), y fuman porros. En contraste, los ricos visten bonitos trajes a la moda y mueven la nariz de tanto esnifar. O sea, por las drogas les conoceréis; la cosa chirría, es cansina. Pero tiene aciertos, y destaco la idea de congelar el movimiento: paraliza a los personajes secundarios en posturas simpáticas y sólo se mueven con naturalidad los personajes que tienen parlamento en cada escena. Es una idea bonita, subraya lo importante y permite que todo el elenco esté en escena. También hace uso del recurso de las proyecciones, con las que interactúan los actores, dando una idea de cómic humano en algunas escenas.
Del elenco sobresale Paula Iwasaki (también dramaturga, si no me equivoco), a la que le ha tocado el personaje protagonista, la vecina de Getafe que seducida por el donjuán Don Félix (Miquel Aróstegui) se traslada a la corte madrileña para conquistarlo. Es una urdidora de engaños, para lo que necesita cambiar de personalidad, y lo consigue con un verso bien dicho y comprensible, y atuendos varios. Ariana Martínez compone una frívola cortesana, doña Ana, ninfómana y megapija. Destaco también a Miquel Aróstegui por su donjuanismo y por lo pasado de rosca de tanto darle a la nariz; y Marçal Bayona como su amigo Lope o “gracioso” y Carlos Serrano como Hernando, obrerete enamorado de Inés, pues están muy naturales y veraces.