[caption id="attachment_305" width="150"] Escena de Alceste en el Teatro Real[/caption]
Gluck es un compositor asombroso. Sus líneas son puras, naturales, sin afeites ni adornos. Digamos que la melodía en sí misma, en su limpísima estilización, constituye su propio adorno. Sus óperas requieren voces de gran personalidad, porque el compositor las pone a brillar solas y tienen que seducir a la gente por su propia gracia, su color, su sentido de la frase, su energía interna y su vitalidad, sin poder acudir a florituras ni agudazos. Cuando las voces no dan la talla, el espectáculo entero se viene abajo. Es verdad que eso les pasa a todos los compositores, pero a Gluck, más. En Madrid acabamos de vivir dos ejemplos contrapuestos. El Orfeo y Euridice en el Auditorio Nacional, en versión de concierto, y la Alceste en el Teatro Real. El Orfeo del CNDM nos tuvo hora y media en vilo, pendientes de Bejun Mehta y del último giro de su voz, que tiene un cuerpo y una expresividad inauditas en un contratenor. Minkowski y sus Musiciens du Louvre, le daban réplica con perfección técnica y adecuación estilística. Alceste también nos tiene en vilo, pero por otros motivos. La soprano Angela Denoke no da la talla y tiene al público pendiente de si derrapará o no en la próxima curva. El tenor Paul Groves no alcanza a salvar la situación y el director musical Ivor Bolton, tampoco. Es el nuevo titular de ese foso y tiene mucha tarea por delante para refinar el sonido de la Orquesta, que lleva años dejada de la mano de Dios. Esta Alceste es, por lo demás, una exhibición del director de escena, que se sube por encima de sus obligaciones y se apropia del espectáculo. Hoy en día, lo hacen casi todos. En la ópera han reinado también otros: cantantes, empresarios y directores musicales han detentado sucesivamente largas dictaduras. Hoy vivimos la del “regista”. Cuando hay talento y, sobre todo, acierto, todo son parabienes y a todos nos da igual el desequilibrio, pero cuando no es así, mal asunto.
[caption id="attachment_306" width="450"] Bejun Mehta interpretaba a Orfeo en el Auditorio Nacional[/caption]
En Alceste Krzysztof Warlikowski se pone delante de todos y dice, olvidaos del compositor, de la música, de las voces y de la orquesta y miradme a mí. Olvidaos de la historia que querían contar Gluck y sus libretistas y hacedme caso a mí, que os voy a contar mi propio cuento. Tiene los mismos personajes y las mismas palabras pero es un cuento muy distinto. Un cuento de hoy, con monarquías televisivas y entrevistas sálvame. Qué arrogancia, podemos pensar, pero ahí no está el problema. El arte —oficio de creadores, o Creadores— es todo él arrogancia. Sobre las tablas, no hay sitio para la timidez. El problema es que los demás remeros de este barco reman en la otra dirección. El director musical se deja la vida en el esfuerzo de respetar hasta la última indicación escrita en la partitura y en hacer sonar los instrumentos como creemos que sonaban en el siglo XVIII. El de escena, por el contrario, retuerce situaciones y personajes para deshacerse de la historia original y contar la suya, el spin-off. La música tira para un lado y la escena para el contrario y el pobre espectador no sabe qué partido tomar. Ese es el problema. El episodio final de Alceste en el Hades no deja de tener su gracia. Es una morgue tipo CSI donde los fiambres resucitan y se lanzan unos sobre otros tremolantes y follantes. Me recordaba a “Thriller” por lo uno, el tembleque de los zombis, y a “No es serio este cementerio” («...y los viernes y tal / si en la fosa no hay plan...») por lo otro, el fornicio postmortem. Pero montar una ópera de tres horas, gran tragedia heroica, para conseguir una sonrisa de chiste (o dos, si contamos la broma del tablao flamenco) me parece un esfuerzo innecesario. Mira que me gusta el teatro, casi más que la música, pero desde que padecemos registitis —inflamación de la dirección de escena— cada vez me atrae más la ópera en concierto, que no deja de ser ópera por mucho que la escena se reduzca a un gesto y un par de miradas. Prima la musica e poi, molto poi, le parole y todo lo demás.