Estrella de Diego
"Habría que llamar al turista a la insumisión porque la vida es más larga que el arte", dice Estrella de Diego (Madrid, 1958) en Rincones de postales. Turismo y hospitalidad, su último libro. Un volumen editado por Cátedra (Cuadernos de Arte) en el que la catedrática de Arte Contemporáneo en la Universidad Complutense de Madrid se mete de lleno en el fenómeno del turismo, uno de los más característicos en la construcción de la contemporaneidad, esencial para nuestro tiempo, y, tal y como se explica con agilidad y contundencia en sus 200 páginas, íntimamente relacionado con la cultura, sobre todo con su (supuesta) democratización. Que ¿cómo llega una historiadora y crítica de arte a hablar del turismo? Asistiendo atónica a una particular escena en el Museo Británico: "¡Vi a la gente haciéndose fotos apoyada tan tranquila en las estatuas milenarias! Pensé que algo había que decir sobre todo esto. Además, de algún modo los historiadores gestionamos el patrimonio por lo que también tiene que ver con nosotros".
Pregunta.- El libro plantea la dicotomía viajero versus turista, ¿es complicado ser viajero hoy?
Respuesta.- Creo que hay que esforzarse mucho en no ser un turista más. Es difícil ser viajero porque ya no cogemos un tren sin destino y sin rumbo sino que nuestros viajes están mucho más organizados, con todo programado y poco margen para la improvisación. Por otro lado, estemos dónde estemos, por la noche nos volvemos a conectar a ese espacio virtual que es el mismo que tenemos en casa, el correo electrónico, el whatsapp, un espacio que es el "no espacio" y del que es muy difícil irse del todo. Lo único que nos queda es la aspiración a no ser turista, aunque siempre se acabe siéndolo.
P.- La democratización del viaje va en paralelo a la democratización de la cultura, ¿cuánto tiene lo uno de lo otro?
R.- Creo que a veces es una falsa democratización. Partiendo de la base de que cuanta más gente vaya a los museos, mejor, hay que ser consciente también de la responsabilidad que implica entrar en un museo. Está bien el viaje y la democratización de la cultura pero con responsabilidad, sin banalizar la experiencia, que es lo peor del turismo.
P.- Viajar no es garantía de nada, ni siquiera de conocer al otro, dice en el libro.
R.- Eso pasa no solo porque vamos en un viaje programado, también porque vamos a un sitio, a Nueva York, por ejemplo, y vamos a las tiendas y subimos al Empire State y nos vamos sin haber conocido realmente la ciudad porque hemos visto lo que de antemano sabíamos que íbamos a ver.
P.- Pero es que además los museos, los monumentos, los productos, todo se "viste" para no defraudar al turista, ¿qué parte de "culpa" tiene en todo esto la propia institución?
R.- La culpa es de la sociedad, no solo pasa en el museo también en la iluminación de los monumentos, vivimos en una sociedad muy banalizada y el turismo es parte de esto. Todo está diseñado y pensado para el consumo. El esfuerzo debería ser por parte de todos, en realidad las instituciones son solo reflejo de la sociedad.
P.- Llegados a este punto, ¿hay modo de cambiar?
R.- Yo doy una fórmula en el libro: que en lugar de turismo se hable de hospitalidad, esto es: intentar entender hasta donde puedas al otro, que cuando vayamos a Buenos Aires, en lugar de ir a ver la Casa Rosada, ir a las carreras, por ejemplo, buscar paseos alternativos, ver algo inesperado, perderse por la calle.
P.- ¿Entonces, renunciamos a ver la Gioconda o Las Meninas?
R.- Hay que buscar trucos. Esa es la gran paradoja. La cultura debe ser para todos pero nos encantaría ver la Gioconda solos, y si todo el mundo puede ver la Gioconda entonces nosotros no podemos verla (disfrutarla). Son los problemas de democratización de la cultura. Creo que esto se ha acabado igual que las experiencias solitarias, hasta en el Everest hay colas, la naturaleza llena de gente es quizá algo más paradógico todavía. Desde luego ya no seremos nunca como esos viajeros del XIX que emprendía el Grand Tour...
P.- Porque ¿qué queda hoy del Grand Tour, de ese viajar para formarse?
R.- Las cosas han cambiado, quizá el Grand Tour de hoy sea la beca Erasmus, la idea de vivir tres meses en otra cultura, de conocer un poco al otro, sea lo más parecido a aquella experiencia del XIX. Entonces los aristócratas pasaban varios meses de viaje, conocían y se mezclaban. Ahora no hay que ser de clase alta para hacerlo y eso es la parte buena, claro. Hoy hay un Grand Tour menos sofisticado pero igual de eficaz. Eso sí, ese viaje romántico ya no existe porque hoy es imposible perderse, el GPS de nuestro móvil nos lo impide.
P.- Y en el arte actual, ¿hay algo parecido al Grand Tour, un turista de las ferias y bienales, por ejemplo?
R.- Claro que sí, con tiempo y dinero puede irse de feria a bienal y de bienal a feria todo el año. Hay un turismo artístico contemporáneo sin lugar a dudas, yendo de eventos de Miami a París, de París a Berlín y luego a Singapur. Luego habría que preguntarse si sirven de algo tantas bienales y ferias pero es otra cuestión.
P.- ¿Existe una reflexión sobre el turista en el arte actual? Pienso por ejemplo en el trabajo de Rogelio López Cuenca y su "picassalización" de Málaga o sus souvenirs.
R.- Creo que son pocos pero sí, hay artistas que trabajan sobre ello. Efectivamente está Rogelio López Cuenca, Martin Parr con sus postales o Thomas Struth con sus fotografías de turistas en los museos. Pero creo que el turismo es un problema escabroso en general porque si no te consideras turista eres superior y la "turistización" es banalización. Es un tema incómodo porque por un lado queremos que mucha gente tenga acceso a muchas cosas y por otra lo criticamos.
P.- ¿Qué hay de positivo en todo esto?
R.- Aunque sea horrible ver en Museo Británico a la gente apoyada en las estatuas, tengo fe en el arte, en la belleza, y creo que de toda esa gente, de todos los que viajamos como turistas, hay alguien que se va a sentir atrapado por las emociones y desde ese punto de vista bienvenida la democracia cultural.
P.- Y hablando de arte y de España, ¿con que se encuentra el turista que llega a nuestro país?
R.- Desgraciadamente, con una falta de arte español expuesto, y esto es más llamativo quizá durante la semana de ARCO. Cuando viene tanto coleccionista extranjero a Madrid llama la atención que las instituciones miren para otro lado y programen precisamente a extranjeros. Durante un tiempo se hablaba mucho de la promoción del arte español y ahora parece que se ha olvidado el tema, como si estuviera resuelto, cosa que no ha ocurrido en absoluto.