Un fotograma de 'Apolo 10 ½', dirigida por Richard Linklater

Un fotograma de 'Apolo 10 ½', dirigida por Richard Linklater

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'Apolo 10 ½': Ensoñación y memoria de Linklater

La nueva película del director texano, donde regresa a la técnica animada, es un episodio autobiográfico donde importa más el contexto que el texto

4 abril, 2022 15:21

Hay que empezar a apreciar a Richard Linklater (Texas, 1960) como escritor. No tanto por sus narrativas o tramas sino por sus descripciones. Aparte de un gran cineasta, perpetuo perseguidor del tiempo y las formas de realismo emocional, es un escritor descriptivo y un prodigioso memorialista. En Apolo 10 ½: Una infancia espacial, que no podemos dejar de entender como un episodio autobiográfico en su portentosa filmografía, importa más el contexto que el texto, el entorno (histórico y geográfico) que el relato.

En su nueva película, producida por Netflix, el autor de A Scanner Darkly regresa a la técnica animada de la rotoscopia para poner en forma una película familiar que aborde tanto sus fabulaciones de infancia como el recuerdo de lo que acontecía en su vecindario, en Estados Unidos, en el verano de 1969, es decir, cuando el hombre pisó la luna. Es en apariencia una película menor en la filmografía del director de Boyhood, pero es arriesgado hablar de películas “pequeñas” cuando hablamos de determinados directores, especialmente aquellos para quienes lo ligero, lo efímero, es la sustancia de su cine.

La ensoñación: un niño de 10 años y medio es reclutado por la NASA para viajar a la luna antes que Armstrong. Este niño es Stan, evidente alter-ego de Linklater (que nació en 1960), y vive con su familia numerosa de clase media en Houston, cerca de la base aeroespacial. En el día de hoy, en voz en off, Stan recuerda aquel histórico verano añadiendo un vuelo irónico a sus reminiscencias, alimentadas a su vez de recuerdos de su imaginación.

Estableciendo en ocasiones sutiles paralelismos con la situación actual, el film se adentra en el corazón de los acontecimientos políticos y movimientos sociales que despidieron los revolucionarios sesenta y dieron la bienvenida a los años setenta, es decir, ese periodo de tránsito entre la utopía contracultural y su fracaso: la guerra de Vietnam, Richard Nixon, 2001: Una odisea del espacio, The Monkeys, etc. Al comienzo, la narración abre un paréntesis para contextualizar la historia. Ese paréntesis dura más de la mitad de la película. Todo es contexto. Y una vez que regresa a la historia del niño reclutado (en sus sueños) por la NASA, la crónica del alunizaje del Apollo XI se mezcla con la fabulada misión de Stan.

Este carácter fabulador de la infancia es el que justifica que el film tenga un tratamiento rotoscópico, al igual que lo tenían los viajes oníricos, las meditaciones filosóficas y las percepciones opiáceas de Waking Life y A Scanner Darkly. La rotoscopia consiste en filmar previamente todo con actores y en espacios reales para después procesar las imágenes con un filtro de animación.

Es como si Linklater quisiera fabricar una segunda realidad, un mundo alternativo al que conocemos añadiendo una capa transformadora al modelo original, para que la película se abra paso en esa tierra de nadie entre lo real y lo imaginado. La memoria y la infancia encuentran así su traducción formal, a la que se añade el factor cósmico de un relato interespacial, y la extrañeza de que noticiarios y series televisivas, fotografías y estrenos cinematográficos, publicaciones impresas y documentos de la época, también se someten a la rotoscopia.

Un público familiar

Para el Jesse de Waking Life la panacea existencial pasaba por “permanecer en un perpetuo estado de despedida, mientras que siempre estás llegando”, y de aquella forma también parecía definir el estilo descriptivo de Linklater, el modo en que hila un contexto como un argumento, bajo un flujo de recuerdos dinámicos que generan su propio movimiento, el que busca entrar en cada escena mientras está despidiéndose de la anterior.

Apolo 10 ½ viene por tanto a ahondar más en las exploraciones memorialistas de Linklater, como hizo en Verano del 76 y Todos queremos algo, para dirigirse a un público familiar como ya hiciera en Escuela de rock. Cine para jóvenes de primera categoría, una infancia espacial que alcanza al niño que el adulto aún quiere recuperar, o que mantiene sin darse cuenta, y que películas como esta invocan para hacer de nuestra segunda realidad un lugar más soportable. En la soledad de la superficie lunar, en la infancia, nuestro planeta se ha hecho pequeño, podemos encuadrarlo con las manos. Y es bello.

Enfundándose en el traje de astronauta, Linklater quizá nos está diciendo, allí arriba en la luna de su infancia, que el viaje más fascinante a un planeta exterior se estaba produciendo en su casa, circa 1968-1969, cuando el mundo se tambaleó. Fue también por entones que descubrió su verdadera misión en la tierra: hacer cine.

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