El pasado 4 de abril se celebró en el Queen Elizabeth Hall de Londres la decimoquinta gala de los British Academy Game Awards, organizada por la British Academy of Film and Television Arts (BAFTA). A pesar de no tener un perfil comercial como los Game Awards que produce Geoff Keighley en Estados Unidos con el apoyo de los pesos pesados de la industria, los BAFTA han conseguido elevarse a una categoría de premios mucho más circunscrita al reconocimiento puro de los artistas, sin distracciones de otro tipo. Muchas veces las personas detrás de las grandes producciones quedan sepultadas bajo el inexorable marketing de sus creaciones, y ocasiones como estas son necesarias para premiar sus méritos artísticos.
2018 fue un año excelente para los videojuegos, como se puede comprobar en la lista que confeccioné con mis predilectos, pero es muy posible que pase a la historia como el año en el que se enfrentaron dos verdaderos titanes: God of War y Red Dead Redemption 2. Dos obras mastodónticas que elevaron el medio a nuevas cotas de perfección narrativa, pero con postulados jugables muy diferentes. Mientras la obra de Sony Santa Monica reinventaba el sistema de combate y transformaba toda la estructura de la aventura, los de Rockstar se contentaron con hacer un juego mucho más clásico, más conservador en sus propuestas, con el foco puesto por entero en su dirección cinematográfica y en la excelencia de su narración. Quizá por eso el western se ha ido de vacío en esta gala a pesar de sus 6 nominaciones (mejor juego, logro artístico, logro sonoro, mejor narrativa, mejor actuación y mejor juego británico). Un resultado que algunos quizá podrían considerar demasiado severo, sobre todo teniendo en cuenta el talento de Roger Clark y su impresionante banda sonora. Pero, con cierta perspectiva, abstraídos de los enormes valores de producción, de los millones que solo Rockstar y Take-Two pueden poner sobre la mesa para alimentar una bestia como esa, al juego le pesa el anquilosamiento de su diseño, algo que no pasa con God of War, cuyos creadores se esforzaron en darle un enfoque más moderno.
La visión que Cory Barlog, su director creativo, tenía para el reinicio de la saga es lo más parecido que a ese concepto de perfección holística que podemos imaginar. El efecto es mucho más pronunciado en este caso por la bajeza estética y hasta moral a la que había descendido la saga en los capítulos previos, y cómo el propio juego utiliza su historia pasada, en un encomiable ejercicio metatextual, para impulsarse a nuevos estándares. Cinco premios (mejor juego, mejor narrativa, mejor actuación, mejor música y logro sonoro) para apuntalar la vastedad de sus méritos. Pero si entramos al detalle, y vemos cómo sus cuatro intérpretes principales fueron nominados al premio a la mejor actuación, por mucho que el premio se lo acabara llevando Jeremy Davis por su papel de Baldur, la Academia parecía determinada a destacar el mérito de todo el reparto.
Return of the Obra Dinn, el juego independiente de estética retro de Lucas Pope, se alzó con dos estatuillas. Premios al logro artístico y al mejor diseño de juego, prueba irrefutable que los extremos en el abanico de la producción están llamados a competir de tú a tú. Gris, de los tres miembros barceloneses de Nomada Studio, no lo pudo hacer, pero sus tres nominaciones (logro artístico, mejor música y debut) son motivo orgullo para el desarrollo patrio. No importa que Return of the Obra Dinn sea en esencia el resultado de la creatividad de un matrimonio frente a los cientos de personas que intervinieron en la producción de God of War o los miles que contribuyeron a Red Dead Redemption 2. Los videojuegos, en otro aspecto que los hace únicos frente a otros medios, tienen de forma inherente una escalabilidad asombrosa. El objetivo siempre es del suscitar poderosas emociones en el jugador/lector, y como un novelista en la intimidad de su despacho o el director en ajetreo del set de una superproducción cinematográfica, las posibilidades de conseguirlo, de partida, son las mismas.