Estamos en el año 2020. Todo el globo terráqueo está ocupado por el coronavirus… ¿Todo? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos resiste todavía y siempre al invasor. ¿Cuál es su secreto? Se dice que una poción mágica que los hace inmunes. ¿Verdaderamente es así? ¿Se ha encontrado al fin la vacuna contra la COVID-19? Por desgracia, no. El secreto de la aldea es más complejo. En realidad, hay varios factores que han levantado una barrera infranqueable contra las microgotas de Flügge. La aldea de los irreductibles vive razonablemente aislada y sus habitantes respetan escrupulosamente el confinamiento. Apenas circularon las primeras noticias sobre la incipiente pandemia, se cancelaron los festines a la luz de la luna y los conciertos del bardo Asurancetúrix. Lo primero provocó una conmoción; lo segundo causó alivio. No ha sido sencillo renunciar a los banquetes donde corría el vino y las carcajadas rompían el silencio de la noche. El hombre es un animal social. Privarle de la compañía de sus semejantes provoca una honda consternación. Los galos creían que solo tenían miedo a que el cielo cayera sobre sus cabezas. Ahora han descubierto que la soledad y el aislamiento pueden hacer más daño que el desplome de la bóveda celeste.
El apetito insaciable de Obélix ha mermado. Ya no es capaz de comerse dos jabalíes seguidos. Después de acabar el primero, se limita a mordisquear el segundo con ojos de melancolía. No se le había visto tan abatido desde que se enamoró de Falbalá y descubrió que ya se había comprometido con el apuesto –y algo bobo– Tragicómix. Ni siquiera se anima cuando pasea a su perrito Idéfix. Algunos critican esos paseos, apuntando que son una estratagema para burlar el confinamiento. Se trata de una observación maliciosa e injusta, pues Idéfix no dispone de un baño en casa y necesita hacer sus necesidades. Se dice que los niños deberían disfrutar de ese privilegio, ignorando que los niños también son vulnerables y pueden contagiarse. El coronavirus cambia y podría atacarlos. Es preferible que sigan jugando en su hogar a ser Julio César o Vercingétorix. Ya tendrán oportunidad de desquitarse. Los niños suelen recuperarse de los traumas antes que los adultos, pues su mente es más plástica y creativa. Ahora se habla de resiliencia, un término inventado por pedagogos romanos. Los niños no saben lo que es eso, pero saben que es mejor organizar carreras de cuadrigas en el pasillo que llorar porque no se puede salir al exterior. Panoramix recomienda que no se les abrume con deberes. Es preferible que lean, inventen nuevos juegos o aprendan a cocinar. Hay que despertar su curiosidad natural. No sirve de nada mortificarlos con tareas académicas. El aburrimiento y el aprendizaje no hacen buenas migas.
Algunos desaprensivos han intentado alquilar a Idéfix para salir a la calle, pero Obélix ha amagado con pegarles un tortazo. Todo el mundo sabe que Obélix se cayó en una marmita de poción mágica de pequeño y que no es buena idea tocarle las narices. Asurancetúrix no ha caído en esa tentación. Está demasiado preocupado por el porvenir. Estaba a punto de publicar su primer disco de pizarra gracias a un invento revolucionario llamado gramófono. El druida Panoramix se ha adelantado a su tiempo, creando un aparato que reproduce el sonido. Las personas al fin podrán escuchar música en sus hogares. Desgraciadamente, el coronavirus ha paralizado la actividad comercial. ¿Cuándo volverán a abrirse los comercios? ¿Recuperará Lutecia su esplendor? ¿Volverán las calles a llenarse de turistas? ¿Viajarán otra vez las parejas de novios a la Ciudad de la Luz? La cultura no es un adorno, sino un artículo de primera necesidad. El espíritu necesita alimento. Sin bardos, historiadores ni aedos, la barbarie se apoderaría del mundo. Panoramix investiga sin descanso, buscando una vacuna, pero todo indica que necesitará al menos un año para encontrarla. Por eso recomienda que todo el mundo se proteja, lavándose las manos a menudo, cubriéndose la boca y la nariz y manteniendo una distancia de seguridad. Ordenalfabetix, el pescadero, y Esautomátix, el herrero, se preguntan si sus clientes respetarán esas recomendaciones. La venta de pescado –más o menos fresco– continúa, pero la herrería solo atiende a los transportistas. Los pequeños empresarios temen más a la ruina que al coronavirus. Nadie sabe si el regreso escalonado a la normalidad provocará una reactivación de la pandemia. El futuro nunca ha parecido más incierto.
Los galos son ruidosos y pendencieros. Discuten por cualquier nimiedad y se dicen toda clase de lindezas. A veces se zurran de lo lindo. La cola de la pescadería suele ser una fuente de altercados, pues algunos se quejan de que el género no está fresco. Ordenalfabetix ataja las críticas, asegurando que solo vende productos de primera calidad importados directamente desde Lutecia. Esautomátix es particularmente agresivo. Pega al bardo, se burla de Ordenalfabetix y no aguanta a Edadepiedrix, un veterano del asedio de Gergovia. Sin embargo, desde que comenzó a propagarse el coronavirus las peleas han desaparecido. Todos recuerdan los estragos causados por Perfectus Detritus, el romano que sembró la cizaña en la aldea, situándola al borde de la destrucción. La unidad es imprescindible para superar cualquier calamidad. Solo los insensatos promueven los enfrentamientos en un momento de crisis. Unidad no significa renunciar a las convicciones, sino aplazar los conflictos que pueden esperar. De momento, hay que cuidar de Edadepiedrix, que es el más anciano de la aldea. Todos son conscientes de la deuda con un superviviente del asedio de Gergovia. Su generación ha sufrido mucho y sería una crueldad no prodigarle toda clase de cuidados durante el último tramo de su existencia. El grado de civilización de un pueblo se mide por la forma en que trata a sus mayores.
Panoramix conoce bien las flaquezas humanas. No ignora que las catástrofes sacan a la luz lo peor: el egoísmo, la codicia, la insensatez. El hombre no es malo por naturaleza, pero puede ser muy estúpido. Obélix se comportó como un idiota cuando abrió un negocio de menhires. Se volvió tan arrogante y pomposo que hasta Idéfix le propinó un mordisco en las posaderas. Afortunadamente, Obélix recobró la cordura. La aparición de un adivino en el pueblo fue mucho más dañina. Casi todo el mundo sucumbió a su charlatanería. La razón siempre resulta más antipática que la imaginación. A veces nos dejamos engañar porque las mentiras suelen ser más atractivas que la realidad. La aldea gala no es inmune a los charlatanes, pero el ingenio de Astérix y la sabiduría de Panoramix cortan en seco todos los rumores falsos. Abraracúrcix no es un mal hombre, pero es un jefe mediocre. No es un líder capaz de afrontar los grandes desafíos. Inseguro y vacilante, tardó en reaccionar cuando aparecieron los primeros casos de coronavirus. Se resistió a cancelar el banquete que se organiza anualmente en su honor. Afortunadamente, Panoramix intervino, logrando que se aplazara. Panoramix es un hombre sabio y templado. Su prudencia es proverbial. Desgraciadamente, no siempre le hacen caso. Mucha gente prefiere seguir a los bocazas como Julio César. César ignoró la amenaza. Solo le interesaba que el Senado lo nombrara dictator perpetuus. Negó que existiera una pandemia, se rio de los druidas, animó al pueblo a acudir al circo. Ahora habla de sangre, sudor y lágrimas, pero se nota que la situación le desborda. Parece un barco sin timón que se deja arrastrar por la marea. Panoramix asegura que el autoritarismo de Julio César ha sido el mejor aliado de la pandemia. La libertad y la transparencia protegen a los pueblos. Las dictaduras son un peligro para la salud pública, pues conceden un poder ilimitado al capricho de un hombre. Una aldea de ciudadanos siempre será más segura que una tiranía.
La pandemia ha puesto de manifiesto la incapacidad de los pueblos para adoptar pactos en las situaciones de crisis. “Roma primero”, repite César, sin entender que el coronavirus no discrimina entre bárbaros, griegos y romanos. Mientras el coronavirus persista en algún rincón del mundo, no será posible vivir tranquilos. Roma, capital del imperio, es una de las ciudades más afectadas. Las legiones han salido a la calle para garantizar la ley y el orden. Se temen disturbios, pues la comida no llega a todos los hogares. En otras latitudes, la situación no es menos preocupante. Los británicos creían que estaban a salvo, pero la pandemia ya corre por la isla, cobrándose vidas. Los teutones, los belgas y los holandeses miran con desconfianza hacia el sur. No entienden que las fronteras ya no sirven de nada. El enemigo invisible sortea todos los accidentes geográficos y cualquier pueblo puede ser devastado por el coronavirus. Sin pretenderlo, las caravanas de comerciantes ha propagado la pandemia por todo el orbe. En todas partes se palpa un sentimiento de fragilidad. Muchos empiezan a interrogarse sobre el sentido de la vida. La muerte parece tener todos los triunfos en su mano.
En Roma ya se habla de la posible caída del imperio. Los jabalíes, los faisanes y los ciervos se pasean por las calles, insinuando que la naturaleza puede desmontar todos los logros humanos. Astérix repite que solo saldremos de esta calamidad sumando fuerzas. Un hombre solo está a merced de las circunstancias. Su vulnerabilidad es altísima. En cambio, una comunidad con sentido de pertenencia es un muro que no puede derribarse fácilmente. La aldea no habría podido resistir tanto tiempo a los romanos sin la lucha unánime de todos sus vecinos. Panoramix afirma que la batalla solo se ganará, reforzando los vínculos afectivos y sociales. El individualismo es la peor lacra de los pueblos. Un árbol en crecimiento es silencioso y pasa inadvertido. Un árbol que cae hace mucho ruido. Idéfix llora cuando sucede, sin advertir que la vida siempre se abre paso. No hay que ser esclavo del miedo. No hay que perder la esperanza. Nos ha sorprendido la tormenta, pero si remamos juntos no nos hundiremos. Panoramix habló desde un conjunto de dólmenes distribuidos en circunferencias concéntricas. Llovía y todo se hallaba sumido en una espesa oscuridad. ¿Se escucharán sus palabras o caerán en saco roto? Si no le hacen caso, si no se asume que el mundo solo será más seguro con un comportamiento más ético y solidario, no habrá más remedio que darle la razón a Obélix, aceptando que “están locos estos humanos”.